III

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Él parece inmune.

Lunes, bello, hermoso y sensual lunes

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Lunes, bello, hermoso y sensual lunes.

No odio a nadie, pero lunes... ojalá no existieras en el calendario.

Trato de apagar la alarma que proviene de mi mesita de noche. Estoy a punto de alcanzar el botón que podría acabar con mi molestia —no soy la más simpática al levantarme de la cama—, tampoco ayuda el hecho de que sean las cinco y veinte de la mañana, cuando mi cuerpo parece haber quedado inmovilizado a media acción.

Caigo de bruces al suelo, como saco de papa. Lo ideal, empezar un día con un buen golpe en la cara, genial. Envuelta entre tantas cobijas podría ser confundida con un burrito humano. Me arrastro para salir de las mantas. Apago el despertador y agarro mi toalla. Un baño a esta hora no suena muy provocador, pero para mí es casi obligatorio.

Y casi siempre es la supervivencia del más fuerte.

El asunto con bañarse a esta hora se centra en tres importantes puntos:

1. El primero en entrar tiene mucho más tiempo para arreglarse.

2. El agua caliente tarda demasiado en salir y si entras de último no podrás gozar del privilegio llamado calentador.

Y 3.  En este departamento contamos con dos baños, el primero es del abuelo y el segundo es de Santiago y mío. Lo que significa que... se desatan los juegos del hambre.

«QUE COMIENCEN LOS JUEGOS».

Santiago está ahí esperando al igual que yo. Un mísero instante de debilidad para atacar y alguno tomará la delantera.

Nuestras habitaciones están una frente a otra así que no hay ventajas. Veo un mínimo movimiento, aprovecho y salgo corriendo, él lo hace también. Presiento que va a alcanzarme, por lo que le lanzo mi pinza para el cabello, casi tropieza con ella. Tomo la ventaja y entro al baño, feliz por mi victoria.

¡Oye, no se vale! Quedamos en que dejaríamos de lanzarnos cosas —exclama desde el otro lado de la puerta.

—Tú quedaste en eso. Yo jamás aceptaría tal cosa.

  —Que te den. Ahora verás quién te hará la comida. Porque este de aquí no será.

A pesar de que una puerta nos separa, puedo imaginarlo a la perfección recriminándome con su semblante colérico al tiempo que se señala a sí mismo.

Suelto un suspiro de exasperación.

—No te pongas sensible. No había reglas —ratifico. Y al escuchar su mínimo sonido de protesta me jacto de diversión. Molestarlo es lo mejor—. En el mundo hay dos tipos de personas, las que venden pañuelos y las que lloran con ellos. Ahora mismo yo te vendo una muy buena caja para que seques tus lágrimas. Disfrútalos, son calidad trasero de bebé, hermanito —Entro en la ducha.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora