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El café es vida. ¿Café? Café.

      Un callejón lleno de humo, un humo que me hace toser, aborrezco ese olor, es tabaco

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Un callejón lleno de humo, un humo que me hace toser, aborrezco ese olor, es tabaco.
Los ruidos de los autos apresurados a llegar a sus hogares o trabajos resaltan en el callejón.
Frío, mucho frío, tiemblo sin parar.
Una silueta de un chico de espaldas a mí se ve algo borrosa. Su suéter está algo manchado de un fluido oscuro, tétrico.
    Sangre.
    Sus botas trenzadas de cuero marrón también están manchadas.
      Su silueta se ve grande, poderosa, imponente, intimidante.
       Me encogo al darme cuenta que estoy ante la silueta que no es de un chico, es de un hombre, un desagradable escalofrío me recorre la espina dorsal.
       Me encuentro algo somnolienta, con el cuerpo pesado y los músculos tullidos.
Todo es tan confuso.
      Su imagen comienza a verse borrosa, difusa.
       Hace un frío terrible, mi piel está erizada, mis dientes castañean, tengo una desagradable sensación en el estómago.
      Agria y punzante.
      Mi cabeza duele.
El hombre se voltea, puedo mirarlo. Mi cuerpo tiembla por el frío pero se niega a moverse. El hombre de figura imponente, apabullante, grande y musculosa comienza a dar pasos hacia mí, sus pisadas resuenan con golpes sordos como los de un bastón de madera contra el suelo.
      El hombre saca el pecho, su pose tiene una confianza y hombría indiscutibles, pero contiene algo de peligro, algo oscuro, algo mucho más grande que yo.
     El estómago se me revuelve. Su rostro no se distingue. Me toma con una burda brusquedad del brazo y me jala hacia él, mi pecho choca contra el suyo, trato de decirle que me suelte pero las palabras se atascan en el nudo de mi garganta, sin poder dejarlas salir.
—Debe ser hermoso tener a tus padres contigo, a tu madre siempre a tu lado y en especial a tu papi como tu... ¿caballero de brillante armadura?, ¿así lo llamas, no? Es un buen hombre, el mejor padre. —Su voz es ronca, gruesa e inspira algo que nunca me ha gustado, oscuridad. Y contiene un atisbo de sarcasmo.
      No entiendo qué está pansando, papá... él ya no está, ¿por qué habla cómo si estuviera vivo?
¿Quién eres?, ¿qué es lo que quieres de mí?
Esas preguntas nunca salen de mis labios, las lágrimas calientes siguen rodando por mis mejillas. Toma mi mentón entre su mano con una fuerza que hace doler el golpe entre mejillas y dientes. Lastimándome.
      Hace que voltee mi rostro hacia una dirección y ahí está mi padre, su ropa desecha y curtida, su cara sucia, la expresión de agonía en su rostro y sus ojos mirándome con dolor puro me rompe el corazón en mil pedazos.
Las lágrimas calientes siguen corriendo por mis mejillas, quemando con dolor, el miedo latente por mis venas, mi corazón golpea contra mi pecho. Mi cuerpo tiembla. Trato de soltarme del agarre del hombre que le hizo esto a mi padre pero no lo logro,  su agarre se intensifica volviéndose invencible para mi escuálido ser.
—La lucha de una pequeña gacela contra un león hambriento es tan... irrelevante e inútil que cuando es protagonizada por el ser humano es casi... chistosa —El hombre ríe con deleite del sufrimiento ajeno, jactándose—, ¿qué pasa cuando el poder paternal entra en la cadena alimenticia? Aquí no pasará nada, no va a defenderte, te dejará sola, así te sientes, ¿no? Así estarás toda la vida, sola.
Y así, sin más, el hombre escalofriante me suelta con fuerza bruta, caigo al suelo, mis manos reciben el impacto, siento es ardor y dolor que me produce, arrugo el rostro, un dolor se instala en mi pecho, destruyendome, matándome lento, en tortura, pero aun así no puedo pronunciar palabra, trato de levantarme e ir hacia mi padre pero el ruido de dos disparos me hiela la sangre, siento como si pequeñas pero puntiagudas agujas de hielo se clavaran en mi piel, al levantar la vista alcanzo ver a mi padre tirado en el suelo, desangrandose. Ser un papel. Blanco. Sin vida.
La risa frívola y tétrica del hombre es suficiente para hundirme en el pánico...
Me revuelvo entre las sábanas, mi mano choca abruptamente con algo, más bien con alguien. Al que golpeé me sostiene de los hombros con firmeza, en protección.
—Sarah, tranquila —Una voz dulce y ronca me hace abrir los ojos, mi visón está nublada por las lágrimas que corren por mis pómulos pero logro distinguir a Lucas a través de la tormenta.
Eso... fue... EL HORROR HECHO PESADILLA.
Veo a Lucas, su cabello marrón está despeinado, desenfrenado y rebelde, de recién levantado. Sus ojos atentos en mí. Sus manos suben lentas hasta llegar a mi rostro. Suelto un jadeo dándome cuenta de lo que me afectó esa pesadilla. Mi cabeza palpita. Mi labio inferior está temblando. Quiero dejar de llorar pero no puedo.
—Él... mi padre, lo mató... eh... yo...
Sus pulgares secan mis lágrimas. En este instante no se ve como el chico humorista, que lanza comentarios con doble sentido, o como el chico sonrisas, se ve como un lugar seguro, tranquilizador, se ve como un chico dulce, que a pesar de mi horrible aspecto mañanero y mi aliento de caca, seca mis lágrimas, me calma después de una pesadilla.
—Estás a salvo. Todo está bien —susurra y nunca pensé que su voz me traería paz, que me tranquilizaría pero así lo hace—. Solo fue una pesadilla. No hace falta que digas nada —Sus brazos delgados pero musculosos me envuelven. ¿Recuerdan que dije que cuando alguien estaba a punto del colapso me gustaba dar el abrazo del "todo estará bien, yo estoy aquí para ti, siempre se encuentra una luz en la tristeza y en la tiniebla, apóyate en mí" y que lo hacía porque eso me hacía sentir bien a mí? Pues, ese abrazo se ve multiplicado y explotado al mil por Lucas, en niveles que me transmiten una paz increíble.
      Me abraza como si quisiera sostener todos mis pedazos, como si quisiera acabar con todos mis demonios internos, me doy la libertad de llorar en su pecho, sollozos salen de mí. Sorbo mi nariz y entierro mi cara en su pecho, su olor llevándome a un estado de calma. Su mano acaricia mi espalda en movimientos embelesadores y placenteros. Comienzo a despegarme de su cálido y acogedor cuerpo, muy lento.
    Seco el residuo de mis lágrimas.
    Dejé que me viera llorar. Si no estuviera tan afectada por todo habría levantado mis paredes, mis barreras evasivas y habría corrido de aquí.
La realidad me golpea con más fuerza que un bateador profesional de la FBA antes de hacer el home run de su vida.
     El abuelo. La escuela.
     Mi hermano.
     El abuelo me va a matar.
—Eh, yo, lo siento...
—No tienes que disculparte —La hermosa sonrisa de Lucas aparece, radiante, dulce y reconfortante—. Cuando quieras ahí estaré. —Me asegura con una calidez que me enternece, que hace que mi corazón se caliente.
—Gracias  —agradezco, sincera.
       No cualquiera hace eso. Ese pequeño gesto es para mí como estar en la oscuridad, esperando por algo, aprendido a vivir en la penumbra pero luego llega Lucas y su sonrisa, llega a mi oscuridad con fuegos artificiales, con estrellas, con su luz.
       Él es la luz en las tinieblas.
      Me llevo una mano a la frente y casi de forma inconsciente mis ojos marrones se abren en su máximo potencial.
     —Se me va a hacer tarde. Debería irme. La escuela.
Lucas asiente, un moviento lento y divertido. No sé qué le da tanta gracia.
        Se aparta para dejarme salir de las sábanas, cuando mis pies tocan el suelo el piso frío me roba un escalofrío.
        Veo el reloj de la mesa de noche de Lucas, me sorprende ver un reloj que parece de los noventas.
     Le gustan las cosas de antes, ¿eh?, son las cinco de la mañana, quedan veinte minutos para que el abuelo despierte, casi nada para quitarme esta cara de aborto de pejelagarto subdesarrollado que tengo.
—Lucas, ¿podrías prestarme tu baño? —Trato de peinar un poco la maraña de cabello que se ha formado en mi cabeza.
       Creo que la persona que ve tu estado mañanero en sí es especial, muchas veces no dejamos que nos vean sin maquillaje, sin la taza de café por las mañanas o sin habernos lavado los dientes. Yo dejé que me viera hasta llorar, la idea no suena tan mal ahora. Responde con un "Claro".
      —¿Podrías decirme dónde está? Tengo algo de prisa.
Se acuesta en su cama con una relajación y calma cósmicas, casi contagiosas, si no fuera por mi apuro y aceleración la cama se vería tentadora.
—En el pasillo, la segunda puerta a la derecha. No te confundas. Se supone que llegué solo a casa. Será nuestro secreto —Su voz sigue ronca por recién haberse levantado. Se ve hasta tierno—, Así que; shhhhh.
Tengo sueño. Me duele la cabeza. Mi estómago está del asco y él tiene el mejor humor del mundo.
      Necesito un café con leche bien cargado.
       Unas buenas pastillas para el dolor y medio pote de base facial.
      Los lentes de sol están prohibidos en los espacios de la institución estudiantil por infortunio.
Salgo por el umbral de la puerta y antes de ir al baño voy al cuarto de huéspedes. Mi hermano sigue dormido como si nada en la cama individual. Su mano colgando a un costado, el perro está a punto de comerse su mano.
       Espérate, para tu pony, aquí no tienen perro, yo no recuerdo uno.
Salgo de la habitación y vuelvo a entrar a la de Lucas, la puerta está entre abierta, paso sin tocar.
       Una leve melodía suena por la habitación y de inmediato reconozco la canción, De música ligera de Soda Stereo.
       En mi campo de visón aparecen los diecisiete años bien formados de Lucas en bóxers, él baila al ritmo de la canción. Meneándose al compás de la guitarra. Contoneándose sin penas por la alcoba.
      Avergonzada me aclaro la garganta y trato de desviar la mirada de su cuerpo de adolescente esculpido por los dioses.
       Coge una camiseta y un short de la pila de ropa de su silla al lado del escritorio.
        Todo es orden en esta habitación hasta la silla para la ropa ¡por Dios!
     Su abdomen de lavadero también está en perfecto orden y forma.
Olvídate de él como modelo de revista; enfócate.
—No sabía que tenías perro —me recuesto del marco de la puerta.
—Oh, Brooklyn es de Sebastián, lo rescatamos de la calle esta semana, todos los animales son su debilidad —Su fiel sonrisa se dibuja en su rostro al decir esas palabras. Sus tiernos hoyuelos apareciendo para atraer y hechizar—. Un hombre estaba a punto de pegarle con una botella de cerveza cuando mi hermano le dijo a mi padre y este se llevó al perro envuelto en su saco favorito. Ahora es nuestro, Sebastián no ha dejado de cuidarlo desde que lo tiene en sus pequeñas manos.
—Eso es algo admirable. El corazón de Sebastián es muy grande —ese niño es un diablito y un ángel. Es un nene excepcional.
—Seh, ¿sabes de quién lo heredó?
—A ver, dime.
—No es por sonar arrogante, pero, de mí, yo lo he cuidado por las veces que nuestros padres se la pasan en el trabajo. No debería serlo pero soy como su: hemano/niñero/Daddy Lucas al rescate/ ídolo/ sensual hasta la muerte al mismo tiempo. Creo que haber visto "una niñera a prueba de balas" me inspiró.
Me rio de sus palabras, ¿de dónde saca tanta palabrería?
—Qué modesto.
—La modestia es una de mis virtudes, una de tantas.
—Emmm, vale, ahora si voy saliendo.
Vuelvo a la alcoba donde está mi hermano. El perro vuelve a olerle la mano.
      Pobre perro, quiere probar la carne de mi hermano, que Dios lo ampare.
—Ey, Santi —le doy palmadas en su rostro para que se espabile—. Despierta. Es tarde.
—Shhh. Déjame dormir. ¡Chhhs!
Es como un niño pequeño, es un nene. No tengo tiempo para eso.
—El abuelo usará la chancla 3000.
       No. nada. No se despierta. Hora de la artillería pesada.
      —Zoe se va del país —insisto soltando la bomba.
—¿Perdóname pero discúlpame?, ¿cómo dices que dijiste?
     Sabía que despertaría con eso ¡hasta yo me despertaría con eso!
Apresúrate, llegaremos tarde. El abuelo nos matará.
Listo.
       Misión cumplida, hermano despierto ahora falta asearme un poco y despertar al abuelo, prepararnos para la riña de nuestras vidas acaba de entrar en mi lista de prioridades.
—Deja de gritar, Sarah. ¿Llegaremos tarde a dónde? —Se ve agotado, sus ojos no están muy abiertos pero tienen unas sombras azuladas bajo ellos, ojeras. Se ve desgastado.
—Somos adolescentes, tenemos que ir a la escuela, tener buen promedio, tener un futuro... —señalo obviando la situación.
—Tener que elegir una carrera, tener miedo de las decisiones que tomas, de ser adulto, sí, lo sé, conozco la materia.
¡Que humor, señorito!
Me adentro en el pasillo, trato de ir lo más rápido posible sin sonar ni una sola tabla de madera del suelo.
      Entro al baño y cierro al puerta con seguro, seguridad ante todo. No me molesto en verme al espejo, me lavo la cara con apuro, pongo un poco de pasta dental en mi dedo y hago lo posible para lavarme los dientes así. Ya ustedes saben el ciclo de aseo en las mañanas así que mejor me lo salto.
Después de volverme a poner la ropa de ayer que por fortuna solo tiene una mancha, pero es ¡la mancha de las manchas! Veo a mi hermano salir del baño más despierto que hace unos minutos.
—Lucas, gracias por todo, nos vemos en un rato. Eres un sol.
Él está recostado de la encimera de la cocina, tiene una gran taza en mano.
    —El sol que no puedes ver directamente, el que ilumina tus mañanas y deja que la luna te cuide durante las noches —responde con aire poético que Shakespeare hubiera querido aprender.
—Disfruta de tu café —Suelto. Ya ni sé por qué estoy hablando tanto, la verborrea se activó.
—No me gusta el café, no tomo café, es chocolate.
Me acerco a pasos apresurados hacia él. Una sonrisa lenta pero divertida aparece en su rostro. Su humor en las mañanas es contagioso. Llego hasta él. Nuestros cuerpos están a centímetros de distancia. Alza una ceja con picardía, Lucas "pícaro seductor guaperas" García, haciendo acto de presencia. Lo tomo de los hombros y comienzo a sacudirlo.
—¿Cómo no te puede gustar el café?, ¿cómo no puedes tomar café? El café es lo mejor del mundo. El café, solución para todo. El café es vida. El café y yo. Yo y él café. ¿Café? Café ¡debes amar el café! ¡Ese es el elixir de la vida, una bendición de color oscuro que fluye a través de nuestro cuerpo y nos da la energía vital para comenzar el día y así no matar a medio mundo, nos da la fuerza para batallar! —Sigo sacudiéndolo de los hombros. El abuelo me ha contagiado su vicio.
—Sarah, me estás escupiendo.
—Ah, disculpa, no era la intención —lo suelto y acomodo un poco su camiseta azul marino.
Le da un sorbo a su chocolate, el sol que entra por la ventana hace que su cabello se vea como la mantequilla cubierta por una fina y delicada capa de caramelo. Sus ojos, los ojos azules son una cosa, pero, ¿has visto los ojos marrones de Lucas al sol? Esas cosas son gloria, son hermosas, son religión.
     Cálmate, Sarah hormonal.
—Ya debería irme, se me hace tarde. —señalo detrás de mí, sintiendo la presencia de mi hermano detrás.
—Si, tu apuro para dormir no es normal, cuánto entusiasmo por el descanso de tu cuerpo.
     ¿Qué está insinuando?
—Mi apuro es por la escuela, llegaremos tarde —opino un poco a la defensiva. No me parece que diga eso puesto que me apuro por la responsabilidad del colegio.
—Hoy no hay escuela, el plantel tiene asamblea de profesores, tenemos un día libre.
Eso lo explica todo.
        Su humor.
        Su calma.
       Su relajación nivel: Dios.
—Fue un gusto tenerte de visita, puedes volver, sería bueno convivir más seguido, adoro tus vistas, querida —Sonríe.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque verte atontada y un poco vulnerable en la mañana es algo indispensable —susurra.
—Que bueno que te diviertas, pero te agradecería que no sea con el sufrimiento ajeno.
—Deja el drama, no quieres a Lucas diva ¿o si?
—No, por favor, no, es demasiado para mí.
—Mi cuerpo es demasiada sabrosura, sensualidad, e inteligencia para ti, tomatito —canturrea.
—Claro, claro. Sigue creyendo eso. Solo déjame salir, ya no hay espacio aquí para mí, tu ego ocupa toda la habitación.
      Una ronca risa sale de su garganta.
Me despido con un gesto de manos. Voy hasta la puerta del departamento con mi hermano detrás mío y salgo de ahí. Respiro profundo antes de tocar la puerta y el timbre para despertar al abuelo.
La puerta se abre y mi abuelo aparece detrás de ella, con su suéter de rombos, su pantalón de vestir marrón y sus mocasines bien pulidos. Parece un viejito de la revista "Cómo seguir siendo elegante y anticuado a los sesenta y tantos". Abuelo Sandro: Sexsimbol.
—Buenos días, renacuajos. Pasen, adelante —Nos incentiva a pasar con ánimo que solo él y por lo visto Lucas tienen en las mañanas. Su humor es sospechoso. Se dirige a la cocina, nos invita a sentarnos en el comedor y nosotros como todos niños buenos que somos, panes del señor, obedecemos. Nos trae dos tazas de café una con leche para mí y otra con café negro para Santiago.
—Y díganme, ¿se sienten bien para ir al colegio hoy?, ¿les parece bueno haber llegado a estas horas?
De mi boca estuvo muy cerca de salir un: No lo sé, tú dime. Pero como es de esperarse no salió nada. Me dedico a tomar la taza de café entre mis manos y llevarla hacia mis labios. Soplando el humeante café. Esto es una delicia. Santiago trata de hablar pero termina abriendo y cerrando su boca sin pronunciar palabra alguna.
—Abuelo de mi vida, corazón de otra, luego de ir a la casa de Isaac jugamos algún que otro juego de mesa —Comienzo a explicar después de tomar un sorbo de café. Confesamos muchas cosas, ingerimos alcohol y besé a Lucas, pero tú, relax—. Luego salimos al patio y eso, nada fuera de lo normal —Marco casi incinera la falda de Zoe y casi quema la casa, pero Lucas apagó el fuego #lucasalrescate, sigue siendo normal—. Luego lo más pronto que nos permitió el auto de Lucas llegamos al edificio pero resulta que nuestras llaves estaban aquí y Lucas nos ofreció su cuarto de huéspedes para dormir y así no despertarte. —Eres una mentirosa, que te reprenda el señor.
       No le miento solo... omití algún que otro hecho. Todos lo hacemos alguna vez.
    Omitir es otra forma de mentira.
—Era mucho más lógico que me despertaran y durmieran aquí, en SU casa.
—Error. No te hubieras despertado porque duermes con pastillas, estás en el cuarto más alejado del departamento y tus oídos ya no escuchan como antes —mi sinceridad suele ser más latente a estas horas. Muy notoria.
—¿Estás insinuando que estoy viejo, que no soy lo suficiente para cuidar de ustedes? —El tono ofendido y con enfado creciente mancha su voz. Yo no quería que él pensara eso, ni de cerca. No quiero hacerlo sentir mal.
—No quiero decir nada de eso. No volverá a pasar, papá d–digo abuelo —esta mañana ha sido una de las más complicadas de toda mi vida y ahora le digo papá al abuelo y ahg, convulsiono—. Quería que tuvieras al menos una noche de buen sueño y no molestarte con mis torpezas.
El suspiro del abuelo resuena por las paredes, sus ojos casi negros bailan entre mi hermano y yo.
—¿Dormiste con tu hermano en el cuarto de huéspedes, no?
Que Santiago no suelte nada, que se quede callado como hasta ahora, que me salve el pellejo.
      Hermano, no es momento de tu honestidad, ten piedad de mí.
—Si, dormí junto a Santiago y vinimos a penas nos despertamos —me apresuro a contestar, no quiero arriesgarme.
—Más les vale que esto no vuelva a pasar —Ordena. En mi mente he suspirado—. Pero como me desobedecieron no tendrán sus teléfonos, ni sus computadoras —que no diga nada de los libros, mis libros amados no—, ni libros de disfrute extra curricular por una semana —sentencia.
Ya la vida no tiene sentido, adiós pdf's, adiós wifi, adiós computadora, adiós Wattpad. ¡¿Qué más quieres de mí, Dios?
Abuelo, necesitamos las computadoras para las tareas del colegio, este año no usamos libros, solo internet —defiende mi hermano a mi lado.
—Aprenderán a estudiar como yo lo hice, con la biblioteca pública.
—¿Cómo haremos para entregar el análisis literario que según las pautas de la profesora Giménez debe ser por correo electrónico si no tenemos computadora? —pregunto con los codos sobre la mesa y convicción en mi voz.
—¡Por el amor de la literatura!, ¡ya no se puede poner disciplina a los jóvenes! —El abuelo está exasperado, en algo tiene razón, con el avance de la tecnología se ha vuelto difícil criar y disciplinar a un adolescente.
—Claro que se puede, tareas en el hogar, responsabilizarse de lleno en los estudios sin llegar a un extremo poco sano para el adolescente, son algunos de los modos de disciplinar —Santiago habla y lo pateo por debajo de la mesa. Cállate, viejo lesbiano. ¡Ya nos exhibiste! Así no se puede, Santi—. Aunque considerando que eso ya lo hacemos por mero gusto, sería más un recordatorio que un castigo.
—Está bien. Utilizarán sus dispositivos estrictamente para uso escolar, nada más. Y aparte, hoy todos vamos a limpiar el departamento, y de paso haremos una cena en agradecimiento a los García, por dejarlos quedar ahí.
—Ellos no saben que estuvimos ahí —Sarah, cierra la boca, estás creando tu propia tumba.
Con más razón, ahora duerman un poco, parecen muertos resucitados.
—Abuelo, ¿puedes explicarnos por qué usaste tus tazas que en el fondo dicen: "has sido envenenado" con nosotros? —Santiago pregunta con la taza en mano, la mano en la cintura y le faltó su delantal rosa para parecer la esposa del abuelo.
—Me tenían preocupado, tienen que saber cómo se siente —El abuelo a mi parecer estuvo a punto de decir algo como: ¿para qué decir que no si sí?

W A T T P A D E R S
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Disfruté escribir este capítulo, aunque disfruto escribiendo cada palabra de esta historia pero este tiene algo en especial, me costó porque siempre me interrumpían, tenía tarea hasta el cuello, fue casi una misión imposible pero aquí está.

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Díganlo, ideas, gente, ideas.

Besos.
R.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora