Espasmo miociclónico.Salgo apresurada de la ducha, casi corro hasta mi cuarto. Cierro la puerta y lanzo mi teléfono hacia la cama, sigue reproduciendo música, el teléfono rebota en la cama, y cuando siento que estoy a punto de un paro cardíaco el teléfono se queda estático en el colchón haciendo que mi corazón vuelva a su ritmo habitual y que mi respiración se normalice. ¡Mi bebé pudo haber muerto!
Unas repentinas ganas de cancelarle la invitación a Lucas me invaden, siempre pasa, cuando invito a alguien me arrepiento antes de que llegue.
¿Por qué soy así? No poseo información al respecto.
Veo el contenido de mi armario y no sé qué ponerme, y no es que sea indecisa, es que casi toda mi ropa está sucia y por lavar. Agarro la pijama que está en lo más recóndito de mi armario y me la pongo, me queda algo —por no decir extra—, grande, era de mi hermano pero es lo que hay.
Agradezco que Santiago me haya obligado a ordenar mi cuarto en los días anteriores porque sino mi remordimiento hacia la dicha invitación sería monstruoso.
Espérate, ¡¿invité a un chico, que no es Marco, a mi casa, prácticamente a mi habitación a ver una película y ni siquiera le he preguntado sobre eso al abuelo?!
«A ver, Sarah, díselo con sutileza y dulzura, sé cortés, ¡tú puedes!».
Dejo de acomodar las almohadas para ir directo hacia la recámara del abuelo. Siento que va a negarse, que será difícil convencerlo, lo veo venir. Porque el viejo es más terco que una mula.
Estrello mis nudillos contra la puerta y abro al escucharle dejarme entrar.
—Abuelo, ¿sabes que yo te amo y estimo mucho, cierto? —entrelazo mis dedos jugando con ellos, el nerviosismo por defecto y desgracia claro en mi tono de voz, trato de sonreír con ternura.
El abuelo ve con atención cada escena en la televisión, si hay algo que el abuelo no puede dejar de ver son las noticias, él no ve series, ni películas, él le dedica tiempo a las noticias. Entorna sus ojos hacia mí, la pregunta clara en su rostro, entrecierra sus párpados.
—¿Qué hiciste ahora?, ¿debo utilizar mis contactos de la milicia? —interroga en tono acusador, se baja de la cama y comienza a cambiar los canales de forma manual.
Suelto una risa incómoda.
—¿Puede venir un amigo a ver una película conmigo?
Sutil.
Suelto las palabras con una rapidez que me sorprende.
Adiós a la calma, adiós a la sutileza.
Mi cuestión hace que despegue la mirada de la tele y se ancle con la mía.
—Eso depende... ¿qué amigo? —sus canosas cejas se unen con ligereza, su duda tiene un tono cauteloso.
Tomo una profunda exhalación para formular mis siguientes palabras.
—Lucas —mis dientes atrapan mi labio superior al pronunciar su nombre.
El abuelo alza sus cejas con exageración y estupefacción.
—¿Lucas, nuestro vecino, nuestro compañero en natación? —Santiago interviene entrando en la habitación, asiento algo desconcertada, ¿ha estado escuchando todo este tiempo?
—Necesito un oído supersónico como el tuyo, metiche —berreo. Al notar la mirada de reproche del abuelo hacia mí por el comentario y hacia Santiago me contengo.
¿Su oído tiene tantas capacidades como la de una vecina chismosa?
—No estaría mal que venga, me cae bien —corrobora mi hermano con ánimo e interés en la conversación—, pero a ti nunca te ha caído bien Lucas, ¿me perdí de algo? —especula con la voz que usarías para chantajear a alguien, un tono algo acusador y un tanto pícaro.
—¿Qué? ¡Pff!, ¡por favor!, ¡no te has perdido de nada! —en realidad su comportamiento es algo extraño, aunque bueno, es mi hermano... él es así.
El abuelo mira a mi hermano con desaprobación, creo que está a punto de decirle algo como: "la decepción, la traición, hermano".
—No —Sandro zanja. Suelto un jadeo, sabía que se negaría—. Los adolescentes suelen aprovecharse de "ver una película" para hacer otras cosas —el abuelo hace comillas con los dedos y habla en un tono despectivo hacia los adolescentes—. Y espero que entiendas que no vacilaré si tengo que encajarle mi pie en el trasero a uno de esos especímenes primitivos.
—¡Abuelo! Ya hemos hablado al respecto de esto, y te recuerdo que crecí al lado de este ser —acoto señalando a Santiago—, soy perfectamente capaz de defenderme, e incluso, no hace falta espantar a posibles amigos con tu capacidad de sacarlos a patadas —enfatizo en reproche pero su mirada firme y decidida es intimidante.
«¿Qué es lo que siempre te digo? Saca el pecho, sé tú, demuestra el poder de esas pelotas».
No tengo pelotas.
«¡Poder de las pelotas dije!».
—No prometí, ni firmé nada al respecto. Ya te dije que no —corta el tema el adulto de la habitación.
Abro mi boca para lograr convencerlo pero me interrumpen.
—Abu, confía en tu nieta, tú sabes lo que criaste, ella y yo somos unos panes de Dios que destilan agua bendita —tampoco soy taaan inocente. Santiago coloca una mano en el hombro del abuelo, ¿cómo mi hermano consigue tener ese tono calmando pero seguro siempre? No lo sé, pero necesito su secreto.
El abuelo baja sus hombros y coloca sus manos a sus costados. Bufa.
—Está bien, Lucas puede venir, ¡pero nada de manos! —el abuelo habla y logra repartir alivio por todo mi cuerpo—. Mi televisor estará encendido, sin volumen —hace énfasis en la palabra sin—, y la puerta de mi habitación estará abierta.
—¡Gracias, gracias, gracias! —Me acerco al abuelo para darle un abrazo, él lo corresponde distante. No se familiariza con el afecto físico.
Veo a mi hermano y le susurro un casi inaudible gracias, él le resta importancia con un gesto de manos y pronuncia un no hay de qué.
El sentimiento de ansiedad y arrepentimiento disminuye, se contrarresta dentro de mí.
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El mar de su sonrisa ©
Fiksi RemajaDicen que cada persona es un mundo, pero ¿qué tan grande y lleno de maravillas puede estar ese mundo? ¿Crece tanto cómo lo hacemos nosotros en la vida? Preguntas así me invaden con su presencia. Lucas, no el de la Biblia, ni el de la esquina. Mi vec...