VIII

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No solo llegaste a mi corazón, llegaste a mi alma.

    Los pulmones me arden, proclamando aire, las piernas van por el mismo camino y mi respiración descontrolada ni se diga

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Los pulmones me arden, proclamando aire, las piernas van por el mismo camino y mi respiración descontrolada ni se diga. Pero no puedo dejar de correr; al menos si quiero seguir con vida.
    
—¡Zoe, mira al frente no al perro! —espeto casi sin aliento— ¡Sino quieres morir te invito a que corras por tu vida!
    
—¡¿Y tú —Se queda sin aliento—... Qué crees que estoy haciendo?! ¡¿Una torta para picartela o qué?!
    
Todo estaba normal, tranquilo, casual y ¿qué pasó? Permítanme ilustrarlos.

Éramos un grupo de adolescentes aburridos que ya habían concluid y desgastado la tarea de chismear y comer al mismo tiempo. Como no vimos nada interesante que hacer dentro de la casa, comenzamos a lanzar ideas, pero ninguno estaba satisfecho o no teníamos dinero suficiente para eso, el paintball quedó descartado, rayos.

En eso Marco sale de la casa con toda su calma, incluso el viento le movió el cabello y no lo despeinó, fue como si él fuera parte de una película y nada afectase su aspecto, no me pasó lo mismo. Claro, ya mi cabello estaba en modo León recién levantado.

Todos le seguimos a regañadientes, él iba caminando junto a nosotros y de repente, creo que le picaron las nalgas o qué se yo.

Corrió a la puerta de una casa —que en lo personal me daba escalofríos—, era gris y blanca, moderna, pero era fría por donde la vieras; siguiendo, corrió hasta llegar a la puerta, comenzó a tocar el timbre una y otra vez, de pronto se oyeron patas corriendo, de la reja salió un perrito pequeño, tierno, casi temeroso, pero se transformó en todo un salvaje al ver a Marco tocar ese timbre y corrió hacia él, como una criatura asesina.

Mi amigo por su parte no esperó ni un segundo más para gritar el CORRAN y que termináramos perseguidos por esa bolita de pelos asesina.

Ahora hay ladridos desesperados detrás de nosostros. Nuestras respiraciones están agotadas. Nuestras piernas queman, al menos las mías y estoy segura que las de Zoe.
 
   ¿Casi nos mata a mordidas? Si.

¿Marco intentó colgarse de un vecino de Zoe? Si.

El hombre de unos cincuenta y tantos años se lo sacó de encima amenazándolo con llenarle los intestinos de plomo con escopeta llamada Berta.

Volvimos a correr logrando perderlo del radar al potencial asesino y al perro rabioso.

    
—Me... voy a morir —se tira sin mucho cuidado en el suelo—. ¡No puedo morir aún, tengo muchas pasarelas de la Fashion Week por recorrer antes de eso! —logra articular Zoe sin fuerzas. La muchacha se nos muere. Mayday, soldado casi caído.
    
Zoe no puede más, su cara sonrojada, su irregular respiración y por el hecho de que le ha pedido a mi hermano que la eleve en su espalda lo demuestra, él no duda en hacer, aunque sin duda también le cuesta, también está algo cansado, creo que ya perdimos a ese petardo en movimiento.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora