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Y el segundo es saber qué carajos hacer con ello.


No me pregunten cómo, pero algo me dice que es Lucas. Tal vez sea el sonido que producen sus pasos, o que ya sé cuando está en una habitación conmigo, es como si reconociera su energía o algo así. Solo sé que supe que era él desde el momento que lo oí acercarse.

Junto a mí siento que está nervioso, buscando las palabras correctas. No lo miro, no me permito mirarlo. Porque sé que si lo miro romperé a llorar y no habrá vuelta atrás. Acerca su mano a la mía sobre el baranda. Sin embargo, no alejo mi mano de la suya, tampoco la acerco.

—Sarah...

Sigo sin mirarlo. Debo ser fuerte.

Siento sus dedos posarse sobre mi barbilla obligándome sin ser brusco a mirarlo, a través de las lágrimas logro verlo, algo borroso. Parpadeo para borrar cualquier rastro de lágrimas.

Al ver mis indiscutibles ojos llorosos cierra los suyos, contrayendo su rostro con dolor. Y siento que su dolor, es mi dolor.

—Por favor, no llores, no por mi culpa, no lo merezco —sus cálidas manos se posan sobre mis mejillas con delicadeza, como si temiera hacerme daño. Una lágrima traicionera se desliza con parsimonia por mi mejilla, aunque Lucas se encarga de que no llegue al final de su recorrido al secarla con su pulgar. Ahogo un sollozo. Debo verme patética—. Di algo, lo que sea, enfádate, grítame si quieres, pero no te quedes callada.

—¿Por qué no me lo dijiste? —espeto, intentando ocultar que con cada palabra que digo estoy más cerca de desatar el mar de llanto—. ¿Por qué no me dijiste que tú la habías buscado?

—No podía decírtelo en ese momento, porque te conozco, y al decir algo como eso podrías haberme entendido mal, como ahora y no quería eso.

Tiene razón, lo peor de todo es que tiene razón, el condenado.

—Pues, ahora tengo todo el tiempo y entendimiento del mundo, ilumíname —logro murmurar, sorprendiéndome a mí misma de lo decididas que han sonado mis palabras. Y con eso, entro en la habitación y me siento en el sofá, preparada para la explicación que espero tenga preparada.

Rasca la parte trasera de su cabeza, sopesando un debate interno sobre cómo explicarse, supongo.

—Lo resumiré un poco —asiento, comprendido lo nervioso que está, cosa que no se ve muy a menudo. ¿Lucas nervioso? ¿Qué sigue? ¿Boybands dando conciertos en Latinoamérica?—. La tarde después de la competencia planeaba ir y terminar el trabajo de literatura contigo —trato de no emocionarme al recordar que ese día yo iba a hacer lo mismo. No es el momento—. Pero ella me llamó, y contesté, y no se oía bien y me dijo que fuera a ayudarla, que no sabía a quién llamar, y puede que no me agrade, pero no podía dejarla sola en ese estado. Así que la busqué y llevé al departamento para que se cambiara la ropa llena de lluvia.

—Stop.

Lucas me mira, preocupado y se me derrite el corazón al verlo así, vulnerable.

—¿Cómo sus braguitas llegaron a tu camioneta?

—Buena pregunta. Ni siquiera yo sabía que estaban en mi camioneta, siéndote sincero. Le di mi sudadera para que se cambiara esa ropa, lo hizo en el auto —enarco las cejas—, antes de que lo pienses, te lo juro por mí, que me muera aquí mismo si no es así, que no miré —prosigue—. Planeaba llevarla a su casa después de que estuviera mejor, pero luego Brooklyn decidió que el pasillo era buen lugar para mear, la dejé sola, cinco minutos a lo mucho, busqué los periódicos y luego ya no estaba. Y sabía que había hecho de las suyas. Eso hace ella, meterse en la vida de los demás y "ayudarlos" a su retorcida manera. Así ha sido desde que la conozco.

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⏰ Última actualización: Sep 09, 2021 ⏰

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El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora