XXIV

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Aclaratoria:  este capítulo transcurre apenas unas horas pasadas desde el capítulo XXIII (23).

Si paredes prometes construir, procura no dejarlas destruir.

  Por peculiaridad de la vida, este mismo viernes, en la tarde, debo volver al colegio, al parecer este va a ser el día más largo de la historia

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Por peculiaridad de la vida, este mismo viernes, en la tarde, debo volver al colegio, al parecer este va a ser el día más largo de la historia. Uno ya no puede sufrir durante toda la tarde. No, jamás. Hay que asistir a dos horas de clase de tecnología. ¡Excelso!

       —Hey, tú —sisea una voz a mis espaldas. Algunos pupitres más atrás. Una bolita de papel aterriza en mi cabello—. Ya ponme atención.
       Volteo mi cuerpo con lentitud en dirección al núcleo de la voz; Marco.
       —¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? —increpa preocupado. Considero que mi deplorable estado interno se refleja en mi apariencia, me siento horrible, y por consiguiente me veo horrible. Pero vamos bien, hombre—. Ayer me dejaste en visto. Tuve que posponer los episodios de Game Of Trones para poder verlos contigo. La carne es débil, ¿lo sabes, no?
       —Marco, lo lamento, pero no estoy de ánimos, ¿si?
        Ladea su cabeza como lo haría un tierno perrito, sus ojos mieles me contemplan con la intención de analizarme, supongo. Frunce su entre cejo.
        —¿Por qué no?
        Le dedico una mirada tajante, no quiero serle hostil, no merece que la pague con él, así que me lleno los pulmones de aire antes de soltar cualquier palabra.
         —No quiero molestarte con mis dilemas —declaro en un murmullo. Arruga su rostro.
       —Está bien, si quieres reservarlo lo respeto —concede elevando sus palmas—. Pero si se trata de alguien que te lastimó le partiré la cara.
        De acuerdo, no estoy segura si lo dice en broma o en serio, pero me preocupa que en medio de un apogeo de testosterona el menudo cuerpo de mi amigo termine magullado por "partirle la cara" a Lucas. Ese nombre, de solo recordarlo algo dentro de mí se comprime y enciende en llamas.
        —Sabes que no apoyo la violencia.
        —A veces es una buena alternativa.
       Alzo las cejas. Marco sostiene su argumento con una mirada firme aunque termina suspirando.
       —Puede que no le parta la cara, pero de seguro se merece una pipichetada —asegura besándose los dedos, haciendo el gesto de ¡he dicho!
        —Aquellos jóvenes al final del salón, ¿quisieran compartir su conversa con toda la clase? —cuestiona la profesora de tecnología, con un tono petulante y socorron. Causando que media clase se gire en torno a nosotros, por si lo dudas, también Lucas se gira. Genial, simplemente, genial.
       Marco y yo negamos al unísono.
       Al parecer la profesora disfruta de nuestro sufrimiento académico, esta profesora la he visto y escuchado todo el día, créeme cuando te digo que escuchar a alguien siete horas seguidas es exhaustivo.
       No sé con precisión en qué momento dejo de clavar mis ojos en esa profesora para enfocarlos en alguien que ha estado pululando por mi mente todo este tiempo, y de forma casi inconsciente lo miro, entre analítica y dolida. ¿Cómo puede ser eso posible, que yo esté aquí sufriendo mientras él está de maravilla llevando su vida como si nada? ¿Cómo se atreve? ¿Cómo pude ser tan estúpida y sucumbir ante él tan rápido?
        Se supone que yo debería ser esa chica de hielo, la que nunca se enamora, carajo.
        La tortuosa hora restante de clases llega a su fin, el timbre anuncia libertad. Los estudiantes huyen despavoridos hacia la salida. Marco entre ellos, con la excusa de que debe buscar a su hermana en algún lugar.
       Desenredo los auriculares, para reproducir de manera aleatoria una canción, oh, las coincidencias de la vida. Me muero de Carlos Rivera resuena en mis oídos. Parece que el universo confabula en mi contra.
       «¿Por qué crees eso? El universo tiene cosas más importantes que hacer».
        Duele verlo. Quema. Hiere.
        No te diré que no sabes lo que es el verdadero dolor si no has hecho... "X" cosa, porque cada quien tiene su cruz. Pero en este momento, en el que escucho esta canción, en el que veo al causante de esta revolución en mí, justo a dos metros de distancia, sé lo que es dolor, porque me rompo, una lágrima traicionera amenaza con escaparse pero la seco con rudeza, lo contemplo en su lugar. En la vida llega el momento en el que te vuelves cristal y debes recoger tus pedazos para descifrar cómo repararlos de nuevo.
Momentos como este.
En el que mi pecho se comprime, en el que un nudo se instala en mi garganta y observarlo me enfada y lastima.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora