XIV

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El talón de Aquiles.

     Saludo a Marco y a Santiago, también al abuelo de Sarah, estoy a punto de saludar a su amiga, creo que se llama Zoe, ella me invitó a su fiesta, lo cual me pareció raro porque nada más compartí una mínima conversación con ella, pero ella acab...

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     Saludo a Marco y a Santiago, también al abuelo de Sarah, estoy a punto de saludar a su amiga, creo que se llama Zoe, ella me invitó a su fiesta, lo cual me pareció raro porque nada más compartí una mínima conversación con ella, pero ella acaba de escanearme de arriba abajo con cara de "¿quién eres y cuáles son tus intenciones? ".
     Se supone que me conoce, me invitó su fiesta.
      Tal vez le gusta invitar extraños.
      Creo que está muy cerca de preguntarme "¿amigo o enemigo?".
     Miro a la chica que tiene unos billetes en mano, y un traje de baño de flores, tal vez sea el toque oliváceo que pinta su piel, o su cabello marrón desenfadado, o su semblante lo que me ocasiona tantas ganas de admirarla.
     Sarah mueve sus ojos en todas las direcciones, inquieta, le sonrío atrevido, de manera disimulada, no quiero que el abuelo de Sarah me castre, sé lo protector que puede llegar a ser, él y el hermano de Sarah, son protectores de una manera... extrema, entiendo el afán por hacerlo, solo son ellos tres, pero me parece algo excesivo el irrumpir en una cita, no creo que haga falta, a pesar de su delgada figura Sarah sabe defenderse y considero que es lo suficientemente consciente de lo que es bueno y lo que no.
      La protección de esos dos la viví en carne propia mientras espiábamos la cita de ese tal Isaac con ella, ese idiota manipulador, Casanova de quinta, la tenía ahí abrazada y ¿ella? Pfff, ella estaba encantada, eso para mí fue como una patada en las pelotas, como si ella misma me la hubiera dado, pero claro, yo lo hago y ya me veo amenazado de muerte, vaya vida.
     —Y dime, Sarita, ¿qué prefieres, las palmeras o el mar? —Abre y cierra sus labios sin saber que contestar—, hay una pequeña cabaña aquí cerca —señalo detrás de mí—, podríamos sacar una buena foto ahí.
     —¿Planeas llevarte a mi nieta a una cabaña abandonada?, ¿Qué?, ¿También la quieres lanzar a los tiburones? —Eso era lo que no quería, no quería activar las alertas del abuelo.
     «Pero ya lo hiciste, torpe, ¿ya tendrá el gas pimienta en mano?».
     —No, señor, con todo respeto mis intenciones con su nieta no tienen ningún tipo de malicia —trato de calmarlo.
     El señor Sandro me mira de arriba abajo, ¿qué cree, que tengo un quit de violación de bolsillo? Vamos, no soy así. Unos instantes después él asiente, dándome permiso.
     Le ofrezco mi brazo a Sarah pero ella lo rechaza.
     ¿Por qué no me sorprende?
     Comienza a caminar con una mueca en el rostro, la arena está caliente y la está quemando.
     Me pongo en frente de ella, le ofrezco mi espalda, no vaya a ser que luego se ponga peor puesto que tendrá los pies achicharrados si no hago algo.
     Duda un poco, ¿qué te hace dudar tanto, tomatito?, pero al fin se sube a mi espalda, comienzo a caminar por la arena.
     —Más te vale que esto sea rápido, estás interrumpiendo mi cita —declara, algo tajante, ¿aquí también tiene una cita?, ¿Isaac también está aquí? Esa garrapata desnutrida, lo aborrezco.
     —Pues, lo lamento por tu cita, ahora yo tendré el honor de tenerte a mi lado, en la playa, solos —la miro sobre mi hombro, sonriente—. ¿Romántico, no?
     Ella blanquea sus ojos ante mis palabras pero logro hacer que ese tono rojizo manche sus mejillas, yo soy el responsable de las mejillas sonrojadas de Sarah. Me gusta serlo.
     —Terminemos con esto de una vez por todas —Está haciendo esto contra su voluntad, puedo notarlo.
     ¿Me detestas tanto que no puedes ni tomarte una foto conmigo?, ¿Tan escoria de la vida soy para ti?
     La bajo de mi espalda porque ya hemos llegado cerca del sitio donde tomaré la susodicha foto.
     —Oh, cariño mío, esto apenas comienza —me hinco de rodillas y estiro los brazos, hago manos de jazz—, prepárate para pasar el mejor día de toda tu vida con esta delicia, amor.
     «Ego, no hables. Mejor cállate.»
     Ella levanta una ceja y pasa de mí, la alcanzo, me acerco a la orilla del mar y tomo un poco de agua entre mis manos, la salpico.
     —¡¿Por qué rayos hiciste eso?!
     Se supone que sería para que te rieras pero me quieres matar, como siempre.
     —Hace algo de calor, tú estabas un poco (por no decir muy) roja — pasa una mano por su cabello, peinándolo, me quedo envelezado viendo su gesto, reacciono, recuperando la compostura—, yo solo quería refrescarte, aunque claro está, tengo otros métodos si quieres probarlos.
     «Lucas, cálmate, deja los pensamientos impuros, piensa en la Biblia, en un rosario o en agua bendita, enfócate».
     Una sonrisa de falsedad se extiende por su rostro, ¡auch! ¡Justo en... en! No lo sé, me perdí viéndola en traje de baño, no me juzguen.
     «Ave María purísima».
     Ella se adentra en el mar, se voltea de perfil cada vez que viene una ola, casi llega a una parte algo profunda, la sigo como si ella me jalara con una cuerda.
     Me instalo a su lado, ella está distraída viendo al horizonte, veo lo que ella está mirando pero no me da ni tiempo de tomar una bocanada de aire cuando me abraza, enreda sus brazos en mis caderas, su rostro enterrado en mi torso desnudo.
     Sonrío ante esta posición, se siente mejor de lo que pensaba. Es la segunda vez en este día y no encuentro las palabras para describirlo aún.
     Ella me abrazó, por su propia voluntad, debo estar soñando. Por favor, que no sienta los latidos acelerados. Suelto el aire que no me di cuenta que contenía.
     —Lucas... —No arruines el momento, no te despiertes de este sueño, se siente tan real—, Bienvenido.
     La miro interrogante con una sonrisa de boca cerrada.
      ¿Bienvenido al cielo? Porque en lo personal creo que ya llegué a él.
     —¿Bienvenido a qué?
      —¡Al feliz día de tu muerte! —me empuja con todas sus fuerzas, caigo sumergido en el agua, el agua salada entrando a mi nariz dejando una sensación desagradable, el frío golpeándome.
     La decepción, la traición, hermana, como quema, el agua saldada dentro de la nariz quema.
     Y yo que creí que mis fantasías se harían realidad, pero no, ella solo me ve como la estúpida y molesta piedra de su zapato, como una plasta trifásica de excremento.
     Ella ríe, disfruto verla reír, es a costa mía; pero lo disfruto.
     —Lucas, veo que las clases de natación no te han servido de nada —expone divertida—, creo que debería enseñarte.
     Le hago un gesto para que se acerque pero ella niega.
     —No muerdo, a menos de que lo quieras así, estaría encantado de hacerlo en ese caso —insinúo con aire coqueto.
     «¡Alerta, imaginación HOT, se avecina!».
    Ella se acerca a mí, la tomo de sus caderas pegándola a mí. Huele a protector solar, arena y piel.
     —Lucas, ¿qué estás hacie...—sus palabras se quedan en el aire, meto mi rostro en su cuello, aspirando su aroma.
     —No creo que haga falta que me enseñes eso —hablo contra la piel de su cuello sintiendo como se estremece—, respira hondo.
     Ella jadea en estupefacción pero la siento tensarse, se dio cuenta, le doy un beso en su mejilla y antes de que ella pueda reaccionar y lastimarme, la alzo en el aire, hago un esfuerzo para lanzarla lejos y lo logro.
     Me adentro en el mar y nado hacia ella, está de espaldas, le pellizco la pantorrilla, ella salta del susto y lanza patadas al agua.
     ¿Cómo planea defenderse de una criatura marina con una patada? , ¿Qué se cree, karate kid?
     —Estúpido pejelagarto, casi me das un paro cardiaco —me mira con desagrado, trata de decirlo firme pero sus dientes castañean un poco, me mira directo a los ojos, oh cruel universo, ¿por qué le diste una mirada tan intensa?
     Creo que si la asusté de verdad.
     —¡Ya deja de insultarme! —peino mi cabello mojado hacia atrás en frustración—, ¡No es fácil enamorarte, y menos si me miras como si yo fuera un asesino de perritos sin hogar!
     Me mira con el ceño fruncido.
     —¡¿No entiendes que yo no quiero compartir oxígeno contigo?! —desvía la mirada hacia la orilla, auch—, ¿no terminas de comprender que no puedes hacer que las personas te quieran en su vida de la noche a la mañana?
     «No demuestres tu dolor, no dejes que vea que te afecta, sé fuerte, Lucas».
      En efecto, lo comprendo, pero eso no quita que quiera seguir intentando, eso no hará que me rinda.
     —¿Crees que no sé que esas palabras tuyas solo son un escudo? —la miro a los ojos—. ¿De qué te ocultas, Sarah, del dolor, las desilusiones, de mí?
     Ella vuelve a desviar la mirada, siempre hace eso cuando miente o cuando trata de resguardarse en sus comentarios.
     Sé honesta, no es momento de tu sarcasmo.
     —Me oculto de las personas falsas, de palabras enredadoras y encantadoras como serpientes, me oculto de ti y tu mundo, de tu jungla. No pienso dejarme enredar por ti. Solo un día del año podré abrirme a ti.
      Eso trae un poco de ilusión a mi ser.
      —El anochecer del treinta del febrero del año de la pera.
     Imaginemos que mi corazón está hecho de cristal, entonces, yo, todo inocente, se lo tendí en bandeja de plata y ¿ella qué hizo? Le lanzó una flecha bien acertada, justo en el centro, pude oír cómo se resquebrajaba, como se rompía.
     Esa flecha me llegó directo al corazón, esa sí que duele.
      Ayuda, soldado caído, mayday, SOS, lo que sea pero que alguien me ayude a reparar a mi corazón, se rompió en mil pedazos.
     —¿Sabes qué es lo malo de tu escudo? —niega—, que no te deja ver, estás ciega, no notas que mis palabras son verdaderas, que mis sentimientos sí son de verdad, que mi corazón siempre ha sido y será tuyo hasta que deje de latir, de latir por ti —confieso con toda la honestidad del mundo, nunca había hablado más en serio, llámame dramático sin causa pero debo decirlo.
     —M-Mientes, todo lo que dices son pu-puras y meras patrañas —reniega temblorosa con dientes castañeantes. Niego viéndola a sus lindos ojos café, la acerco a mí, la tomo por la cintura.
     Ella no lucha, eso me sorprende un poco, pero no puedo contenerme, necesito soltarlo, no puedo ocultarlo más, no puedo dejar que mis sentimientos por ella se queden en un punto y aparte, y menos en un punto y final.
     —Nunca en mi vida había hablado más en serio como ahora, me gustas. Me encantas, Sarah Castillo —me escruta con la interrogante en sus ojos, tal vez este no sea el momento perfecto, pero hay cosas que uno debe hacer cuando lo necesita, necesito decirlo—, yo fui el que cayó en tus enredos, en ti, esta vez no es en vano.
     Ella abre sus ojos como si se le fueran a salir, la sorpresa clara en su rostro, entre abre sus labios y los vuelve a cerrar, pareciendo un pez fuera del agua.
     No dejo que me responda, lo hago, tomo su cara entre mis manos, su piel fría contra mi piel caliente, me lanzo al vacío, le doy mi corazón junto a una navaja a ella, le doy poder sobre mí, ahí en medio del mar beso a Sarah Castillo, y me siento con la felicidad de un niño, como ella dijo, me siento como un niño, me encanta ser un niño, apenas mis labios impactan contra los de ella sé estoy por completo perdido, que no tengo retorno, estoy cayendo por ella, el sabor salado del oleaje se mezcla con su sabor a chicle de sandía, la beso con suavidad y ternura, con dulzura y sutileza. Pero no es lo físico lo que me deja sin palabras, es lo que siento al besarla. Algo tan trascendental que no encuentro palabras justas y dignas que consigan explicar lo que se desata.
     Lo único que no me esperé en toda mi vida fue que me devolviera el beso, y en efecto, no lo hace, mi corazón se rompe más de lo que ya está, pero hice lo que quería hacer hace mucho tiempo, ni en mil vidas se hubiera sentido mejor esos pequeños instantes de felicidad, cuando beso a Sarah Castillo, en medio de la playa, en mis brazos.
     La excusa de la foto sirvió de algo, pero dolió el rechazo, creo que ni siquiera estoy en la frienzone, estoy en la fastidiozone, es la peor sensación de la vida.
     La veo alejarse de mí, nadar apresurada hacia la orilla, lo malo de ser valiente es eso, corres el riesgo de perderlo todo, hasta puedes perder por lo que te arriesgaste, pero no me queda de otra, sí tengo que ser valiente para que ella sienta algo por mí, lo haré.
     Lanzarse al vacío por ella vale la pena, porque ella no solo es mi vacío, mi talón de Aquiles, mi guillotina, ella también es mi salvación, ella puede hacerme vulnerable o fuerte, porque sin que yo lo quisiera ella robó inconscientemente mi corazón, lo tiene cautivo, y lo peor es que eso me encanta.
     Ella es una ladrona profesional en su propia inconsciencia.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora