XIII

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El caballo de Troya.

     Ganarle a Lucas se sintió demasiado bien, cool, a ver, lo describiré mejor, se sintió OR-GAS-MI-CO

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     Ganarle a Lucas se sintió demasiado bien, cool, a ver, lo describiré mejor, se sintió OR-GAS-MI-CO.
     Aunque ir a la playa hoy está mucho mejor a proporciones galácticas.
A muchos no les gusta la playa porque la arena se adentra en sus trajes de baño o su piel que se supone que estaría bronceada termina achicharrada, se quema tanto que les duele por días pero para mí la playa es lo mejor, la sensación del sol acariciando mi piel junto a la brisa, poder estar en el mar y sentir las olas impactando contra mi cuerpo, y bueno si nos vamos a otro campo, la vista también es bastante buena, grr.
     —¡¿Tienen su protector solar, las toallas, equipo de natación, agua y su refrigerio para hoy?! —el abuelo grita aunque no hace falta porque estamos en el mismo cuarto, su edad lo afecta en estas situaciones.
      —Abuelo, no encuentro mi traje de baño —Santiago suspira, derrotado.
     —¿Cómo esperas encontrar entre tu desorden esa tanga que tienen que usar, renacuajo? —Santiago entre cierra los ojos hacia él.
     —Abu, al contrario, todo en mi habitación está meticulosamente ordenado, ya sea por color, tamaño o autor, mi traje de baño es lo único que no encuentro —explica mi hermano con toda la propiedad del mundo.
     En lo que a orden respecta mi hermano es riguroso y calculador, todo en su lugar, todo gélido, todo bajo control.      
     Yo, bueno, me ordeno en mi desorden.
      —Si yo encuentro el traje de baño te las verás conmigo y mira que tengo una nueva chancla, la chancla 3000 —sentencia el adulto en la habitación.
Mi hermano lo mira asustado, hasta yo me asusto con la mención de la chancla.
—No hay que llegar a la violencia —Santiago trata de calmar el ambiente, el abuelo levanta una ceja—. Te quiero —Forma un corazón con sus dedos—. ¿Sabes qué? Lo buscaré mejor y te prepararé un café especial, si, eso haré —Santi sale de la habitación algo nervioso, apresurado.
—¿Te encanta jugar con sus nervios, cierto? —increpo hacia Sandro, termino de guardar mis cosas en el bolso.
—Mija, en esta vida hay sufrimientos sanos de los que uno disfruta y me divierto a costa de ese metiche —responde.
     Asiento por condescendencia.
     —Avísame la próxima para prepararme, no quiero perderme momentos así —bromeo con el abuelo—. Incluso le consigo una mesa o una silla para su merecido, por si acaso no se decide.
     Las arrugas en su frente se acentúan al mirarme.
     —Pulga, te recuerdo que si te portas mal tu hermano no será el único que probará el trago amargo de la riña.
      Trago grueso a sus palabras.
      «Fuertes declaraciones».
       —¡Tranquilo! No hay que llegar a eso, recuerda, paz mundial —hago el signo de la paz con mis manos.
  La canosa cabeza de mi abuelo se menea.
     —Ustedes dos no tienen remedio —vocifera con su voz gruesa y añejada, que como de costumbre se proyecta más alto de lo normal.
     —Yo no creo necesitarlo, él, si.
Me cuelgo mi bolso de mi hombro. Comenzamos a salir de la habitación del abuelo.
—¡Lo encontré! ¡No hace falta la chancla! —apacigua—. Tienes café con dos de azúcar y tres de leche en la mesa, abuelo —Santiago sonríe victorioso y listo para irnos.
—¿Y para mí no hay café? —cuestiono.
—¿Tienes una chancla que pueda lastimarme y marcarme una nalga? —niego—, en ese caso lo lamento pero no hay café para ti.
—Oh, acabas de cometer el peor error de tu vida, te spoilearé tu serie favorita, me la vi toda —respondo indiferente, en plan "sé cómo lastimarte y no puedes hacer nada al respecto".
—Sarah, no lo harías.
—Pruébame.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora