XXV

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¿En qué categoría de delitos entra esto?

      Quisiera asentir, decirle que si confío en él, porque a pesar de todo, de que todo apunta a que no debo hacerlo, o el hecho de que la voz de la razón grite «NO, ESTÚPIDA

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Quisiera asentir, decirle que si confío en él, porque a pesar de todo, de que todo apunta a que no debo hacerlo, o el hecho de que la voz de la razón grite «NO, ESTÚPIDA. PATÉALE LOS HUEVOS Y CIÉRRALE LA PUERTA EN LA CARA», sobre todas las cosas; confío en él como una tonta enamorada.
Ergo, no confío en Azul, me inspira malos augurios y repulsión. Se ve a leguas que ella maneja el arte de la seducción a la perfección. ¿Y por qué no usarlo con Lucas? ¿Por qué él no caería? ¿Qué lo hace diferente al montón?
       No obstante, la otra parte de mi ser no cree, ni se atreve; a pensar que él sea capaz de hacer traicionarme con Azul.
He ahí la duda existencial.
Entonces, la imagen de Azul y él teniendo momentos bien impuros y propios de un fanfic de Wattpad turba mi mente.
Unas náuseas azotan la boca de mi estómago, los ojos comienzan a escocerme y siento el rostro enrojecer. De seguro, en cualquier momento exploto y le pego un puñetazo. Si, ya sé, "no apoyo la violencia", pero, hombre, las emociones me están dominando.
«Contrólate, Sarah, recuerda, inteligencia emocional».
Solo parpadeo cuan típica chica pacífica/tímida de las historias, tanto, que temo ocasionar un huracán que destruya ciudad. Parpadeo como estúpida, ante esta situación.
Para el momento, es notoria la expectación que pinta el rostro de Lucas.
—Sarah —desvío la mirada a cualquier paradero que no sea él. Mosca de la pared, eres mi foco ahora. Las manos de Lucas hacen un viaje a mi rostro, acurrucándolo con dulzura y sutileza. Apretujo los párpados—. Mírame. Por favor. ¿Confías en mí?
—¡OH, MIRA UN PEJELAGARTO!
El plan que maquiné mientras parpadeaba como estúpida era simple: entrar corriendo al departamento, no sin antes cerrarle la puerta en la cara, y luego dedicarme a tragar.
      Ya sabes, huir, algo propio de mí.
       Pero mi plan es abortado por el caño, por un minisegundo, la posibilidad de que sea él el que arruine mi escape es la más probable, pero, lo cierto es que en el momento en el que Lucas levanta su brazo para determe el abuelo irrumpe el momento y se posiciona junto a mí bajo el umbral de la puerta, con una escoba y cara de asesino en serie.
—¡PEJELAGARTO! ¡¿DÓNDE?! —El abuelo empuña la escoba como si se tratara de una escopeta y apunta a todas direcciones, frenético.
—¡Suegris de mi vida! ¿Cómo está? —exclama Lucas como si nada hacia el abuelo, alías: el asesino de pejelagartos.
En lo que me concierne, puedo visualizar la lápida de Lucas con la inscripción «fue un Casanova de quinta que creía que la vida era un juego y le dijo "suegris" al señor Sandro». Imagino la imagen nítida del chico siendo apaleado hasta la muerte con la escoba del viejo.
Ninguno de mis presagios sucede, al contrario, la cara de asesino del abuelo se va y es reemplazada por una expresión trivial y una sonrisa de medio lado que resalta sus arrugas. Incluso, se saludan con tanta camaradería que me atrevo a preguntar con desconcierto:
—¿Quién eres y qué has hecho con mi abuelo?
Tal vez lo raptaron los alíens. Nunca lo sabré, porque mi comentario es ignorado y mandado al olvido con éxito.
Excelente servicio par clavarme el visto  *insertar las estrellitas esas*.
—Señor, ¿me concede el permiso de llevarme a su nieta unos minutos? —quiere saber Lucas, el bastardo, García.
«Aún puedes hacerte la muerta y salir de ésta situación. Si no te mueves, no te comerá».
Sandro solo asiente, complacido, casi, por extraño, no, imposible que parezca, indiferente. Después de eso las miradas se centran en mí. Esperando que reaccione. Responda, o a lo menos, respire.
Miro al abuelo, el viejo asiente, al parecer es lo único que consigue hacer. Un "no puedo creer que me dejes ir con él, por tu propia voluntad" es transmitido por mis ojos, a lo que la transparente expresión del abuelo responde "si no regresas, sabe que no vivirá para contarlo".
—Si —limito a verbalizar y sin previo aviso tomo la muñeca de Lucas, arrastrándolo hacia el ascensor.
—Con «si». ¿Te refieres a que sí confías en mí o que accedes a que te muestre algo? —interroga en un murmullo con la puerta del departamento cerrándose al fondo.
—Tómatelo como quieras. Puede que no lo entiendas, pero tampoco te lo voy a explicar —declaro mientras las puertas del ascensor se cierran.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora