XXVI

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Capítulo largo para recompensar el abandono. A todos los que me leen, los sigo amando. Disfrútenlo. <3

Bienvenidos a la escena del crimen. Mejor conocida como: Black House.

     
Por desgracia o tal vez gracia divina —vete a saber tú qué sé yo de esas cosas—, lo de dejar a la voluntad del destino, Son Gokú o adultos jóvenes alcoholizados a alguien más jamás se me ha dado bien.

Puedo ser muy odiosa, franca, a veces algo estúpida, mínimamente insolente, pero desalmada no.

Entonces heme aquí cerrando la puerta del departamento. No sin antes haberme asegurado de que el abuelo esté de acuerdo con que vaya a la supuesta fiesta.

Le dije que iría a la fiesta, como si ese hubiera sido el plan principal de mi viernes por la noche desde el inicio de los tiempos, a lo cual respondió:

—¡Aleluya! ¡Alabado sea el ser que ha logrado que mi nieta salga a hacer algo más que leer y ser una ermitaña! —Alzó sus brazos, agitándolos como si le cantara al cielo, como si estuviera presenciando un milagro.

Siendo sincera, no sé cómo sentirme respecto a eso. Aunque obviándolo, me quita un peso de los hombros.

Ahora solo debo tener la certeza de que mi hermano sigue vivo.

Porque sobrio sé que no está.

Enfrentémoslo.

Los hermanos pueden llegar a ser muchas cosas, los peores enemigos a la hora de jugar, los mejores cómplices en el crimen; esos parásitos que se roban tu comida o esas víboras venenosas que aprovechan la mínima oportunidad para echarte la culpa de algo que ellos rompieron. Pero, ¿saben? A pesar de todas esas cosas, uno los ama con locura. Daríamos un riñón o la vida si fuese necesario, o en mi caso, compartiría auto con Lucas.

Un martirio en estos momentos.

Y, como si no fuese suficiente todo lo acontecido, las transitadas calles de la ciudad Venolia se llenan de luces y son bombardeadas por miles de gotas de lluvia.

Para el momento no sé qué hacer con exactitud. Quizá debería dedicarme a mirar por la ventana y listo.

Dejar el aura de silencio sepulcral intacta.

Pero no pienso en eso cuando miro a Lucas conducir, preocupado de no sobrepasar la velocidad permitida mientras llueve, pienso en sus palabras. En el como asegura no haber hecho nada con Azul, con tanta certeza y credibilidad.

Sus labios se abren como si fuera a decir algo, sacándome de mis pensamientos.

En mi cabeza una voz dice: «ALERTA. SE AVECINA LA TORMENTA DE PALABRAS. ALERTA ALERTA ALERTA ALERTA». Lo corto, de una forma cruda, enciendo la radio. La verdad es que no estoy de ánimos para aguantar la tendencia a ataques de ingente palabrería de Lucas.

Creo que entiende el abrupto mensaje.

—Están en una fiesta de fraternidad. La casa queda cerca del Este. Aunque, si la lógica no me falla, no será difícil encontrarla, la fila de autos de universitarios marcará el camino por si sola.

Es lo único que puntualizo.

Él guarda silencio el resto del camino.

Algo histórico.

Lucas aparca el vehículo a una calle de la casa.

Y a pesar de la distancia se distingue la música amplificada, alaridos de euforia, ventanas y puertas abiertas, luces estrambóticas y adolescentes por todos los soberanos lados. Es como si nos estuviéramos acercando a la entrada del inframundo.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora