V

216 33 25
                                    

Día de las madres.

El olor a café y a tostadas se cuela dentro mi habitación; haciendo rugir mi estómago

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



El olor a café y a tostadas se cuela dentro mi habitación; haciendo rugir mi estómago. Es una mañana soleada pero con brisa. Un día perfecto y feliz, y yo que no encuentro ni mi zapato, ni mis ganas de vivir. Después de pasar unos diez minutos —más o menos—, buscándolo. He llegado a la conclusión de que: 1) me vuelvo más ordenada o 2) empiezo a pegar notas en la pared sobre cada cosa.  Aunque puede que también las desordene y olvidé su significado. Me arrodillo para buscar debajo del espacio que hay entre mi peinadora y el suelo. Tanteo la zona en busca de mi zapato, y si se puede también mis ganas de vivir. No. No. No. ¡Bingo!

Al entrar al pequeño comedor noto dos cosas: 1) el abuelo le está sirviendo café a mi hermano en una taza mucho más grande de lo normal, y fuera de los parámetros de la ingesta de café permitida; y 2) Santiago tiene cara de no haber dormido en siglos, sigue en su pijama, incluso se le cierran los ojos.

Mojo un poco mis dedos en el agua del fregadero y chispeo un poco de esta en su rostro. Reacciona en protesta y sale corriendo a darse un baño. No sin antes clavarme una de sus miradas asesinas y gestos de malhumor.

Tomo asiento frente al abuelo; robándole uno de sus gofres.

—¿Qué crees que ha estado haciendo tu hermano para tener esa cara de muerto viviente hoy? —el abuelo toma un sorbo de su café después de soltar sus palabras.

—Probablemente se quedó jugando con su consola o... puede que se haya quedado esperando que Zoe se le declare —sugiero.

—¿Él no termina de entender que si no le dice nada ella nunca se enterará?

—Desde lo que pasó la última vez le cuesta decir lo que siente. Y Zoe es un asco para captar indirectas —hago un mohín de mísero hastío. Lo digo con base, créeme.

—Esos dos son un caso —Él niega con la cabeza, acompañando sus palabras.

—¿Deberíamos ayudarlo? —Santiago siempre ha estado colado por ella y si eso lo haría feliz no tengo problema en hacerlo. Aunque eso rompe el código, la regla de oro: no salir con los del círculo de amistad de tus hermanos.

"Supongo que con el tiempo lo fui aceptando."
                    —La que con el tiempo no lo ha aceptado.

—No. Ese renacuajo tiene tu misma edad. Debe ser capaz de decir lo que ha sentido por tantos años. Y sino lo hace... le daremos el café de la verdad. Caso cerrado —sentencia dando otro sorbo a su taza de café negro humeante.

—Abuelo, el café de la verdad no existe y no puedes resolver todos los problemas con café —replico, rodando los ojos con diversión.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora