Lo haré hasta que digas mi nombre.
Este título puede ser mal pensado jagsgjagfadshsh. Espero que lo disfruten.
Si no era algo escandaloso y vergonzoso que el abuelo gritara eso y que todo el edificio pudo haberlo escuchado, el haberme sonrojado, no solo por su comentario si no por la situación hace que sea aun más vergonzoso, que me sienta a la expectativa de cómo será mi primera cita.
Tengo un nudo en el estómago y me estremezco un poco, de pronto una ola de frío me azota. En el ascensor el silencio es demasiado incómodo, en plan:
Miro al techo.
Al suelo.
Su hermoso cabello.
Su ser celestial.
Sus ojos de cielo, lo miro como una acosadora. Y me digo que mejor le saco tema de conversación.
—¿Te gusta el pan?
«Really, dude?».
—¿Qué? —Su risa se expande por las paredes del ascensor—. ¿Qué tipo de pregunta es esa?
—Oye, tu respuesta a esa pregunta es importante —Trato de mormalizar mi interrogante.
—Si, me gusta el pan —admite con gracia—. ¿Por qué el interés? —Su diversión no tiene prisa en esconderse de su tono de voz.
Ah, bueno, te explico, resulta que quiero que esto sea lo menos forzado posible porque eres mi crush y tengo tantos nervios como emoción son posibles, tu carita hermosa me tiene babeada y quería sacar tema de conversación, así nos enamoraremos y seremos felices para siempre, el pan fue natural. Algo de momento.
—Porque... —«No puedes huir, estás en un ascensor. ¡Vamos Sarah! ¡Busca un mapa y U-BÍ-CA-TE!»—, si algún día tienes hambre y yo tengo la dicha de querer prepararte un sándwich a lo Subway, a lo alto Masterchef es de suma importancia saber qué tipo de pan te gusta.
Y así es mi súper, hiper, mega, metida de pata para comenzar una conversación trivial. Soy una completa experta rompe hielo.
Trato de calmarme, ser yo, de convencer a mi cerebro de que no son nervios, son emoción, lo que se aloja en la boca de mi estómago, espero que eso ayude a que no me imagine escenarios diferentes en los que puede acabar la cita, porque, vamos, muchas cosas pueden salir mal o bien al igual que puede ser algo asombroso y que recordaré o una simple salida al cine y que antes de llegar la que se hace la película soy yo, porque él nunca dijo si era una salida de amigos o algo más.
—¿Cuál quieres ver? —Isaac tiene sus manos en los bolsillos de su jean con una postura relajada mientras mira hacia la cartelera.
—Depende ¿quieres crear un aura romántico con una película melosa o una divertida con una de humor? ¿o que te abrace por una terror? —culmino con una sonrisa ladina.
«Sutil».
—Pensaba utilizar la estrategia de la peli de terror pero está sobrevalorada, ya sabes, y como sé que ni te inmutas por esas películas —se rasca la nuca en plan Kovalsky, opciones—, vaya qué difícil, ¿por qué no recordar los viejos tiempos y ver un clásico Disney?
Ahora Isaac está en plan, yo creo mis propias opciones.
Me encanta esa idea pero:
1) No están pasando ningún clásico Disney.
Y
2) Los clásicos que quiero ver aún están etiquetados como próximos estrenos.
Decido usar la vieja confiable porque no sé qué decirle, es como si no supiera qué decir para el momento, lo cual es raro porque siempre tengo algo que decir.
—Sorpréndeme —Me llega una idea rapidísimo al soltar esas palabras, casi se me olvida —, ¿Isaac?
—¿Si?
—¿Me compras dulces? —Juro que trato de decirlo con tono dulce aunque no suena como desearía—. ¿Gomitas?
—No lo haré —niega sin nada de hastío, más bien es algo muy neutral.
No hacía falta tanta maldad.
Eso me desencaja. Me mira con una sonrisa que hace que se le achinen un poco los ojos azules.
Suspira.
—Pero son gomitas... las gomitas son vida, son religión —enfatizo mis palabras con tanta seguridad hacia él—. Amor eterno a las gomitas, por Dios.
—No voy a hacerlo.
Le sonrío de labios cerrados, esa sonrisa que esconde enojo.
Vuelve a suspirar, haciéndome creer que en cualquier momento se va a desinflar.
—Si te compro dulces me va a dar un ataque al corazón por tanta dulzura junta.
Le doy un pequeño golpe en su hombro. Con que el muchacho se nos volvió piropero, ¿eh?
—Hablo en serio —suelto.
—Yo también.
Mientras se dirige a comprar las entradas en la taquilla, yo voy a hacer la fila para comprar la comida. Por fortuna no hay tanta gente como otras veces.
A mitad de la fila, miro hacia los lados en todo momento, la espera para mí siempre ha sido un infierno, a punto de mirar hacia el frente la imagen de una cabeza con unos cabellos teñidos por una añejada capa de plateado y blanco, algunos restantes de color marrón junto con otras cabezas más conocidas para mí me paralizan.
Nah, ya estoy paranoica, no pueden ser ellos ¿o sí?
—¿Podrías adelantarte y buscar los asientos? Yo compraré lo demás.
Asiento, dirigiéndome hacia la sala de cine, ojeo las entradas, Jurassic world: el reino caído. Me saca una sonrisa que no ha olvidado mi fanatismo por los dinosaurios, lo recuerda.
Subo los escalones con la poca iluminación de la sala y me siento en mi lugar correspondiente, la sala comienza a llenarse, los comerciales aparecen en la pantalla y de pronto haber traído falda no parece muy buena idea, se me puso la piel de gallina.
—Sus golosinas, señorita.
«Grito fangirl mental ¡las compró, si!».
Le sonrío con inocencia.
—Su asiento, señor —exhibo el asiento con ambos brazos como si fuera un premio, acompañado con la mirada de: ven sé que quieres, rrrarrr.
—Qué honor —burla Isaac.
Se sienta junto a mí y consigo se apertura el comienzo de la película, después de todo creo que no ha salido tan mal como me lo imaginaba, tengo dulces, a mi viejo amigo y una película de dinosaurios. ¿Qué más puedo pedir?...
NO, NO PUEDEN DEJAR AL POBRE DINO EN LA ISLA, NO, NO, NO, no voy a llorar, no lo haré, es fuerte, saldrá de esto, NOOO, lo dejaron ahí, amiguito no te mueras, no dejes de luchar.
Pero ya es tarde, no importa cuánto luche el pobre, es inútil, su destino está firmado, morir calado hasta los huesos de lava y su último aliento inundado de humo, descansa en paz pequeño gigante.
—Ten —Me tiende una servilleta y un chocolate—. Sobrevivirá, creará una nueva especie por mutación, no morirá.
Sorbo mi nariz
—¿Qué te pasa? Yo no estoy llorando, tango alergias —me excuso aceptando el chocolate—. Pero igual sé que murió y que se derritió como mantequilla.
Seguir viendo la película sin recordar tanto la muerte del pobre es complicado, como me pedía a gritos ayuda, tal vez no a mí específicamente pero yo lo sentí así.
Concentrada viendo la película mi radar detecta movimiento a mi lado, le dirijo una mirada de soslayo a Isaac y noto que "se está estirando" y que pasa, con un poco de duda, como si pidiera permiso, su brazo alrededor de mis hombros, me volteo hacia él, con lentitud, y lo admiro en silencio, se siente raro, incómodo, pero lindo al mismo tiempo, me gusta esto.
¡Me está abranzando! ¡Contacto físico!
Veo caer un proyectil de cotufa en el negro cabello de Isaac y otros más le siguen ahora también caen sobre mí.
—Acaso esto es 4D ¿o qué? —pregunto con la intención de dirigirme con mi mayor cortesía y decencia al autor de tal hazaña, mientras me volteo hacia la fila de arriba.
Recuerda que la educación es tu mejor arma. No hace falta buscarle la discusión a todo.
—La conciencia antes de que, yo, je, je, bien mala influencia entre al bardo.
¡Yo sabía que conocía esa cabeza!
En la fila superior están todos, mi abuelo, mi hermano, Zoe, Marco y Lucas espera, ¿qué?, ¿Lucas? esto es demasiado.
«Surprise, bi*tch».
—Recuerdo haberte dicho que cuidaras tus manos, muchacho, a menos de que quieras dormir con un ojo abierto.
Y ahí está el abuelo/papá celoso/sobre protector/McVengativo.
—Abuelo. —Alargo la pronunciación de su nombre para darle a entender que aquí no es el lugar ni el momento para dejar salir su sobreprotección.
—¿Qué? No voy a dejar que un pillo se sobrepase con mi garbancito —enuncia con un tono de defensa. Mira fijo a Isaac.
—Sigo aquí —Isaac menciona eso como si el abuelo no supiera que él está ahí.
«Oh, créeme que lo sabe, y muuuuy bien».
—Ay, abuelo, por favor, no empiece ¡es Isaac! Compartías tus caramelos de café con él —Trato de hablar lo más bajo posible para que la conversación sea entre el abuelo y yo, nada más.
—Exacto, garbancito, pasado, el tiempo pasa y las personas pueden cambiar, él puede ser un delincuente.
Isaac pronuncia un aaauch silencioso. Solo puede percibirse el movimiento que hace con sus labios.
—Calla, muchacho no arruines el poco concepto positivo que tengo de ti. Zángano.
¡¿Cómo alcachofas se dio cuenta de lo que hizo?!
—Abuelo ¿él te ha demostrado ser eso que dices?, ¿te traficó chicles o algo?, ¿no te parece que lo estás juzgando muy rápido?
—Y tú llevas días de volverlo a ver, ¿no es muy rápido para que le tengas tanta confianza?
—Señor, con todo respeto, no tengo ningún tipo de intención más que recuperar la amistad con su nieta —Justo en el corazón. Directo a la friendzone. Este sería el momento en que declararás tu amor no tu amistad, idiota—. Incluso, me encantaría compartir una tarde con usted, charlar un poco, con su permiso. —Isaac calma la situación, tratando de usar sensatez.
Sonrío de boca cerrada por dos razones:
1) Él está tratando de crear un buen ambiente con el abuelo.
2) No sé qué planea el abuelo.
Y a eso hay que tenerle respeto.
Oigo un: a él si lo defiende, claro, a él si quiere conocerlo, ¡por un demonio, lo que faltaba! pero lo ignoro. Y luego un Zoe, pásame las gomitas esto está mejor que la peli y un golpe que le propina ella a Marco.
—No es un buen momento ni lugar para tener ésta conversación, abuelo.
Ya me está cansando esto, la verdad.
—¿Y dónde es un lugar digno entonces?
Susurro un «aquí no, por favor», usando un tono dulce e inocente que ahora si me sale bien. El abuelo aparenta querer a seguir rebatiendo pero Santiago comienza a calmarlo.
No es que mi hermano sea la personificación de la tranquilidad y relajación en persona, pero intenta convencerlo de que continúe viendo la película.
Pienso en decirle a Isaac que nos vayamos pero me quedo porque quiero ver la película, ser madura y hablar con el abuelo, tal vez reclamarle el por qué de su aparición.
El tiempo se vuelve placentero entre la película y las bromas que me murmura Isaac al oído, me incitan a relajarme y disfrutar a mi acompañante.
Isaac me llena de ganas de reír después de la película y me lleva a comer un helado.
Y por si las dudas, al abuelo y su equipo de espionaje de quinta creo que se fueron porque no los vi más.
—¿Qué sabor quieres?
—Si recuerdas cuál es mi favorito (que será difícil recordar cosas de los seis años, te lo advierto) te ganas un punto conmigo, ¿vale? —Lo digo con son de negociante experta.
—¿Un lugar en tu corazón no sería mejor?
Nube de piropos en tres, dos, uno...
—Ya eso es mucho pedir, chico.
—Me conformaré con el helado.
Y así emprende su viaje a pedirlos.
«Vamos a ver si recuerda eso también, es una buena guillotina, has mejorado».
Tengo que sacar ganancias de esto.
—Cierra los ojos y prueba —murmura—, luego me dices si me he equivocado.
Percibo su cuerpo al otro lado se la mesa, coloca la cuchara cerca de mis labios.
—Si no es el indicado te costará caro —le advierto con una sonrisita.
—Por el manto de María y el cuerpo de Cristo, qué amenaza.
Dejo que introduzca la cucharada de helado en mi boca, el sabor a pistachos explota en mis papilas gustativas, está delicioso, frío y dulce, es felicidad helada. Si lo recuerda.
—¿Cúal es el precio de mi condena? —Inquiere muy seguro. Demasiado para mi gusto.
—¡Que le corten la cabeza! —su rostro se desencaja y su expresión segura se debilita, ¿ahora las exclamaciones bíblicas no sirven de nada, eh?
Para que sigas.
—Nah, no es cierto, si lo recuerdas —confieso. El chico está pálido, comienzo a preocuparme por su salud.
—Ya lo sabía.
Lo declara cuan niño pequeño.
—Claro, tu mini ataque al corazón también lo sabía.
—¿Que dices? Pff, no me afectó en lo absoluto.
Isaac debería tomar clases sobre cómo mentir porque es fatal en eso.
—Patrañas, casi entras en pánico —reitero.
—Ya quisieras, Sarah.
—No lo quiero, lo vi, tu lindo rostro se desplomó.
Caracterizo como «lindo» a su rostro y fue sincero, no sarcasmo.
Se sonroja, mi comentario lo afecta más de lo que pensé que en realidad lo haría.
—Isaac, respira un poco pareces un tomatito —Eso lo torna más rojo.
«Eres una picarona, Sarah Castillo, utilizando su timidez en su contra, insensible. Le dijiste tomatito.»
Tomatito...
Lucas...
No es momento de pensar en él, nunca es momento para eso. No puede ser que estoy en medio de una cita maravillosa y estoy pensando en él, inaudito.
Después de habernos terminado el helado le pido a Isaac que me regrese a mi departamento, el haber madrugado me la cobra y él no tiene problema en llevarme temprano, tampoco es que quiera andar por las calles hasta media noche como una vagabunda.
El viaje de regreso es divertido, recordando cosas que hacíamos de pequeños y algunas cosas de nosotros.
A nada de salir del auto para dirigirme a la puerta principal del edificio cuando siento su mano en mi muñeca haciendo que me vuelva a sentar.
Este es el momento más cliché de toda mi bendita y homónima existencia.
Lo miro a los ojos y me pierdo un poco en ellos, es como un mar, azul, envolvente, fiero y muy profundo, son hermosos.
—Gracias por aceptar esta cita conmigo, no pretendo dar lastima, pero las conquistas y yo no vamos de la mano —iba a seguir, eso especulo, pero lo corto.
—Siempre hay una excepción, eres alguien interesante que me gustaría explorar, no lo dudes.
Me llaman... Romea.
Le doy un beso en su mejilla y me despido de él, paso la puerta principal sin mirar atrás, no me volteo hasta que escucho el ruido del auto encenderse e irse.
Paso la plaza del condominio y la brisa nocturna me golpea el rostro, me mueve el cabello y me eriza la piel.
Miro a mi alrededor a punto de introducir la llave en la cerradura y noto a un tipo al otro lado de la plaza, vestido de negro, recostado de la pared, y, aparte, está encapuchado, su rostro cubierto.
No entrar en pánico, es lo esencial.
AHH, UN VIOLADOR, ME VOY A MORIR.
Santa madre de los abdominales y traseros sé que este no es tu campo pero ayúdame a salir de esta sana y salva, amén.
La bendita llave no quiere girar, me estoy desesperando, mi corazón se acelera medida aumenta el pánico, lo oigo acercarse aumentando mi sufrimiento, sus pasos resonando por la plaza.
Tac, tac, tac pasos secos y duros causan estruendo en mis oídos.
Siento todo entrar en derrumbe y caos.
La soledad me ahoga, me voy a morir aquí como una tonta.
Ya puedo ver mi nombre en un encabezado del periódico.
Intento girar la llave al otro lado, y no abre, estoy perdiendo mis esperanzas, el pánico hace que mi corazón se acelere, que comience a sudar frío, la mano me está temblando.
Al tercer intento la cerradura se abre, inundándome en calma y seguridad plenas.
Entro al ascensor con agite y desesperación por la calma, por estar a salvo, me acomodo un poco mi cabello oscuro que está hecho una maraña y trato de calmar mi respiración.
«Calma, ya estás a salvo. No has muerto».
Las puertas están a punto de cerrarse cuando la figura oscura entra al ascensor robándome un jadeo de estupefacción.
«Aún».
—AUXILIO, AYUDA, NIÑA ATRAPADA EN UN ASCENSOR CON UN VIOL... —Tapa mi boca con su mano y me pega a su cuerpo. Ay no, no quiero morir así, no muerta del miedo.
Trato de seguir gritando pero su mano lo amortigua, lo ahoga, o tal vez la que se ahoga soy yo. Estando a punto de pegarle en su zona, me regala liberación.
—Que buenos pulmones, Sarah —se ríe a carcajadas el idiota que tengo al frente.
Está haciendo que me hierva la sangre ahora mismo, lo mataré, no, mejor lo torturo, después de todo hay peores cosas que la muerte.
—Tenías que ver tu cara "auxilio, ayuda, un violador, ahh" —Realiza una mala imitación de una voz femenina. Sigue riéndose, le propino un buen golpe en el estómago y ahora se retuerce de dolor.
Ok, exagero, yo no tomo esteroides como para que mis golpes lo hagan retorcerse de dolor, pero cabe resaltar que le duele.
—Nunca en tu vida, ni que tengas unas pelotas de acero, nunca, vuelvas a hacer eso porque te juro que te quedarás sin descendencia —lo miro con indignación y decepción auténtica—. ¡Por tu culpa casi me da un infartukis!
Qué pejelagarto de tu parte, Lucas.
—Va, no es para tanto —obvia.
¡Claro que no!
Al ver que no respondo, continúa.
—No era mi intención que te pusieras así, sería algo inofensivo —Su lamento fingido, o al menos así lo hace parecer, es desesperante—. ¿Me perdonas, Sarah? Ey, si tú. Saraaaah ¿me perdonas? Saritaaaah. Tomatitooooo. —Procede a toquetear mi mejilla derecha como si fuera un timbre—, Saraaaaah.
—No.
—Vamos no es para tanto y lo lamento, ¿me perdonas? —Ruega con un tono más tierno e irresistible.
Irresistibles mis bragas de Barney y sus amigos.
—No.
Me intenta abrazar pero lo alejo, no quiero que me toque.
Distaaaancia, puberto con hormonas en revolución.
—¿Por favorcito?
Bufo.
«Fue una bromita, ¿para qué tanto enojo?».
—¿Sabes qué? Te perdono —Su rostro se ilumina—, pero no lo olvidaré y no en el buen sentido —zanjo.
Sonríe, desatando la perfecta hilera de dientes en una irresistible sonrisa.
—Creo que puedo vivir con eso si así siempre me tienes en tu cabeza —No respondo y pasa un tiempo en que estamos en silencio hasta que él lo rompe—. Ese tal Isaac, ¿te gusta?
Entrometido hijo de la fruta.
—¿Eso importa?
—Claro que importa, significa que tengo competencia, necesito saber a quién me enfrento.
—Gustar es una palabra fuerte, yo utilizaría el término atracción. —Hago un desvío del tema.
—Entonces si él no te gusta... ¿quién tiene el privilegio de tener ese puesto en tu corazón/hielo? —Se recuesta de las paredes del ascensor al cuestionarme.
—Ese puesto está sobrevalorado.
—No evadas mi pregunta —ordena, no en tono autoritario más bien curioso—, ¿quién te gusta?
Jace Herondale.
—Nadie.
—¿Quién te encanta? —vuelve a preguntarme.
Mason Stevens.
—Nadie. —asevero con sequedad.
—¿Quién te encorazona?
Apolo Hidalgo.
Y ahora es que me faltan pero ninguno ha salido del libro, qué triste.
—¿Cuántas veces vas a decirme la misma pregunta cuando ya te respondí? —Su comportamiento me está fastidiando, colmando mi paciencia, que no es mucha que digamos.
—Lo haré hasta que digas mi nombre.
«No te sonrojes, no cedas, no, no, no y NO, ¿ya qué? ya eres un tomate».
—Yo que tú no espero despierto o vivo —Burlo.
—O sea que lo admitirás en otra vida —Sonríe pícaro y un hoyuelo de media luna sale a relucir dándole más encanto a su rostro.
—No, me refiero a que nunca pasará y que puedes cumplir cualquier sueño y que no te rindas, pero conmigo si, ríndete, es tiempo perdido.
Planto mi cuerpo frente a él, lo observo, gélida.
Acerca su cuerpo al mío, dos pasos, los suficientes como para sentir tensión.
Capto su aroma, un aroma delicioso, riquísimo, suculento, ya parezco pervertida. Su cercanía me desconcentra, me desvía y me nubla.
El recuerdo de su perfume el día de la fiesta de Zoe llega tan rápido a mi mente que me marea. Su cercanía también tiene que ver con ello.
A ver, es un chico guapo que está muy cerca mío, mirándome a los ojos mientras habla, tengo autocontrol pero tiene sus límites. O sea, no todos pueden con el estilo neutron, es demasiada seducción para mi cuerpo hormonal. Es hora de usar el freno de mano. Hay que reconstruir las barreras.
—No, contigo el tiempo siempre valdrá la pena —Corrobora muy cerca de mi rostro, siento su respiración rosarme la punta de la nariz. Un casi imperceptible jadeo sale de mi garganta sin yo desearlo.
Sus palabras me dejan sin nada que decir, sin nada que refutarle; sin nada con qué defenderme.
—Suéltame, Lucas. —Tartamudeo.
¡No tartamudees, estúpida!
Parece dudar pero me suelta y siento como el calor se reparte por mi cuerpo, esto me tomó por desprevenida.
—No tengo problema en que quieras demostrar afecto físico, pero te lo repito, conmigo es tiempo perdido, corazón —objeto severa, imponente y tajante.
Salgo del ascensor al abrir las puertas sintiéndome Miranda Priestley de El diablo viste a la moda, saliendo de cualquier lugar con estilo, poder y siendo implacable al actuar.
Él camina detrás de mí pero yo cierro la puerta de mi departamento antes de que él siquiera llegue a la suya.
Me recuesto de la puerta soltando mucho aire por la nariz, vaya día. Abro los ojos, me encuentro con el abuelo y mi hermano sentados en los muebles con un lugar para mí al frente de ellos.
«Ia iegué».
—Hola familia —Me devuelven el saludo—, ¿qué es esto, una reunión de alcoholicos anónimos?
Sip, mal comentario.
«Ia me voy».
Santiago ríe un poco pero el abuelo no cambia su expresión seria por nada, con todo lo ocurrido lo había olvidado, la charla.
—Sarah, toma asiento, por favor.
Obedezco porque cuando está así de serio es que algo le molestó de verdad.
—¿Por qué defiendes tanto a Isaac?
Qué directo.
—¿Por qué tú lo atacas tanto, abuelo?
—No respondiste mi pregunta.
—Bu-bueno tú no lo conoces por completo —Tartamudeo, rayos, él está a nada de rebatir pero continúo—, y yo tampoco, pero si vamos a juzgar a alguien hay que explorar su mundo primero, no tacharlo de inhabitable. ¿Recuerdas cuando te dije que estaba leyendo "Orgullo y prejuicio"? Si no lo recuerdas te citaré una de sus frases:"Los que jamás cambian de opinión deben asegurarse de juzgar bien al principio" No se juzga a los demás sin ver cómo son, abuelo.
—¡No uses tus referencias bibliográficas contra mí! Aparte, te estaba poniendo sus garra... sus manos encima, garbancito —exclama como cuando un niño intenta demostrar su inocencia.
—Abuelo, me abrazó los hombros, no es nada fuera de éste mundo, yo se lo permití.
«Estaba teniendo una convulsión de felicidad dentro de mí cuando lo hizo».
—Pero tú eres mi pequeña y él te quiere robar de mi nido lleno de protección.
Suspiro, en algún momento llega esta conversación. Tarde o temprano.
—Abuelo, no me mal interpretes, aprecio mucho que quieras cuidarme y que te preocupes por mí, pero tienes que tener más confianza en mí, porque yo confío en ti, ciegamente. Estoy a punto de cumplir los diecisiete, en algún momento tengo que experimentar cosas nuevas, mi primera cita, por ejemplo, quiero ir con calma, quemando cada etapa, pero eso no significa que te vaya a abandonar, nunca lo haría —esto parece tranquilizarlo, un poquito—. Tengo planes, sueños y metas que quiero cumplir pero para eso debo crecer y madurar, volar de tu nido y saber cómo resolver mi vida, no puedes protegernos siempre, en algún momento tenemos que caer y levantarnos, ser más fuertes y ver ese mundo lleno de sorpresas al que le llamamos hogar.
El abuelo mira a mi gemelo y este asiente dándome la razón, sé que opina lo mismo que yo, lo veo en sus ojos.
El abuelo nos mira a ambos con entendimiento, orgullo y unos ojos algo humedecidos.
—Serán personas excepcionales y fuertes, no podría estar más orgulloso de ustedes... los amo.
Lo abrazamos, sé que es difícil y complicado de aceptar, de enfrentarlo, pero crecer es parte de la vida y necesitamos guardar ciertas partes de nuestra vida en una caja para que sigan ahí como recuerdos, el abuelo siempre nos dijo que nunca olvidáramos nuestro niño interior, que era lo más fantástico que se puede tener, está en lo cierto, por eso la dejaré ir pero a mi corazón, siempre la pequeña Sarah estará ahí. Aunque mi opinión sobre crecer parece muy tranquila, créeme cuando te digo que me aterra, mucho.
—Los amo.
No suelo decirlo pero cuando lo hago es en serio, porque lo siento así y debo decirlo.
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Nota de autora:
Hello! *Sale de un imaginario escenario falso de telón rojo* *Ve que sus lectores fantasmas la abuchean porque desde hace un siglo no subía capítulo*
¡Holaaaaa! No suelo hacer este tipo de notas ya, pero quería decir que AMÉ CON MI VIDA escribir este capítulo y que los días que actualizaría serían los lunes pero se me complicó todo y no pude y bueno, ni modo, espero que les haya gustado, quería decirles que si son fantasmas no tengan miedo NO MUERDO, díganme en qué puedo mejorar, su opinión sobre la historia, consejos ¡lo que quieran! y que si les gusta voten y/o comenten , eso sería de mucho apoyo y ¡lo apreciaría mucho! Aparte ¡amé a Sarah la hormonal! No sé, me gustó como la desarrollé hasta ahora. Ahora si.
BYE.
SE LES QUIERE
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El mar de su sonrisa ©
Teen FictionDicen que cada persona es un mundo, pero ¿qué tan grande y lleno de maravillas puede estar ese mundo? ¿Crece tanto cómo lo hacemos nosotros en la vida? Preguntas así me invaden con su presencia. Lucas, no el de la Biblia, ni el de la esquina. Mi vec...