IV

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Uña y mugre.

 Como lo había dicho antes, mi opción más razonable era encontrar una farmacia y acabar con mi sufrimiento de la pubertad, pero no, la palabra de una adolescente en aprietos por culpa de sus ovarios antojados no es validada

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Como lo había dicho antes, mi opción más razonable era encontrar una farmacia y acabar con mi sufrimiento de la pubertad, pero no, la palabra de una adolescente en aprietos por culpa de sus ovarios antojados no es validada. A pesar de que esto es el siglo XXI, a mi hermano parece importarle un pepino eso. Cuando tiene hambre, nada, realmente, nada interfiere entre la comida y él. Él tiene que hartar como Dios manda.

—No puedo creer que te tardes más de veinte minutos para elegir un panecillo.

Una de sus clásicas miradas irritadas, tan afiladas como una daga, es clavada en mi dirección.

—Amo tragar, mujer. Y es necesario verificar los pros y contras de cada bocadillo. Demándame si tanto te enerva —zanja, enfocando su atención a el muffin y al cupcake que ocupa sus manos.
  
Si, su cerebro está teniendo un arduo trabajo ahora mismo. Inaudito.

—Apúrate —presiono.

—Ya sabes lo que dicen. Que todo fluya y que nada influya. Déjame fluir. No molestes. Nada se mete entre la comida y yo —sentencia.

—Eso lo veremos.

En respuesta le propino un para nada mortal y muy inofensivo golpe en su nuca. Trato de activar sus neuronas y que sirvan de algo. Mi técnica patentada, funcionó. Mua, ja, ja, ja.

Y gracias a mi técnica patentada ya estamos en la farmacia.

¡Aleluya!
   
El aire acondicionado nos recibe. Es fabulosa la sensación de frescura después del calor que hace allá fuera, parecía que me iba a derretir como vela.
   
Santi me indica que irá por las toallas y no me opongo. Cruzo las piernas para así tratar de evitar una inundación de ovarios en media farmacia. Esto me recuerda a una historia que leí en la que a la protagonista le llegaba "Andres el que te viene cada mes" y tanta era la cosa que manchó el piso y pasó una gran vergüenza frente al chico que le gustaba, eso me hace agradecer a la virgen de la papaya, alabada sea mi Señora, que yo no soy así porque sino... sería un escenario un poco, por no decir en extremo, incómodo. Pasar vergüenza frente al chico que te gusta...

—¿A TI TE GUSTAN LOS GRANDES, VERDAD?

Ay, no. Mier...

—TIENEN HASTA PEGAMENTO. NO ME LO CREO.

Díganme que no lo hizo.

—¿LOS QUIERES CON ALAS O SIN ALAS? —grita lo suficientemente fuerte como para que en Marte lo oigan con claridad. La diversión y maldad en su tono de voz son latentes—. JA, NI QUE FUERAS A VOLAR.

Bueno, el lado positivo es que no paso una vergüenza monumental frente al chico que me gusta. El lado malo, que paso una vergüenza abismal frente a toda la farmacia.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora