II

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Siempre es un placer verte arruinar mi diversión.

Siempre es un placer verte arruinar mi diversión

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Miedo...

Angustia...

Anticipación de lo que pueda pasar...

Sarah, no es momento de temblar, contrólate.

Hasta el apetito en mí se marcha por la impresión.

Todo me golpea tan fuerte sin darme derecho a defenderme. Miles de emociones se almacenan en mi corazón y comienzan un batalla explosiva ahí dentro.

Siento como si nadara contra la corriente, no pienso dejarme llevar por la marea llena de recuerdos y experiencias que quieren ahogarme.

¿Qué estás esperando? ¡corre, Sarah, corre!

Salgo corriendo del apartamento. Bajo las escaleras a una velocidad increíble sin tropezar. Algo olímpico, por cierto.

Desciendo las desniveladas y transitadas calles a toda velocidad tratando de no chocar a nadie. Esquivo a los vendedores ambulantes con habilidad. Y cuando pienso que el camino que me separa de mi abuelo es eterno, como obra divina la estación del subterráneo aparece ante mis ojos y... está a reventar.

Apretujo mis labios.

He aquí el momento de preparación física y mental, e incluso espiritual, necesaria para para adentrarme entre la marea de gente de la estación.

Me las apaño para pasar mi delgado cuerpo a través del gentío y así tener un lugar en el vagón.
   
Sabía que este cuerpito de pollo me iba a servir de algo.

Después de un viaje que me parece infinito e incómodo porque con facilidad podrías terminar violada o embarazada, creo que hasta los hombres corren ese riesgo ahí dentro, salgo tan rápido como me he acostumbrado a transitar en esta ciudad. Reanudo el correr por las calles con la precaución de que no me arrolle nadie. No hay tiempo que perder, pero no quiero que me atropellen a medio trayecto. Mi respiración ya es errática, mis piernas arden y tiemblan como si de una gelatina inestable y flácida se tratase.

Llego a la entrada de emergencias del hospital. Casi suelto un suspiro de alivio al dejar de correr. Entro en la sala de espera, la analizo en busca de mi mellizo, lo encuentro sentado en una silla de la esquina.

Tiene la cabeza gacha, el cabello café oscuro revuelto de tanto manosearlo, en un gesto de impotencia y frustración. Voy directo hacia él sentándome a su lado.

El mar de su sonrisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora