Capítulo 3

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Otras tres flechas atravesaron sin esfuerzo la mano de Cervera. Unos segundos después ella cayó al suelo, petrificada, con los ojos bien abiertos, impotente ante la situación a la que se enfrentaba. Había sido envenenada.

- Con su permiso, mi señora, pero me llevaré a esta señorita – dijo una voz masculina.

- ¿Quién eres? Este veneno... No es un veneno natural.

- No, mi señora. Como usted bien percibe, es un veneno mágico. Hace un tiempo hice un truque con una bruja que amablemente las envenenó por mí.

- Pero no percibo la firma de una bruja del reino...

El joven rió.

- Es bien sabido, mi señora, que no es bueno para una bruja firmar sus hechizos si no es ella misma quien los utilizará. De otra forma, los maldecidos irían tras sus pasos en lugar de enfrentarse a sus verdaderos verdugos – sonrió el joven.

- Cierto, verdugo. ¿Me harías el honor de decirme tu nombre a fin de perseguirte hasta el fin del mundo, si fuera necesario, y así matarte?

- Claro, mi señora. No soy ningún cobarde. Mi nombre es Martin Díaz. ¿Usted, mi señora?

- Por qué habría de decírtelo... a ti, pequeña sabandija...

- Puede que usted no respete el honorable código de caballeros, como así tampoco lo respeto yo. Sin embargo, ansío conocer el nombre de mi ejecutora, si me hace el favor.

Cervera se sorprendió ante el comentario y sonrió como pudo, es decir, hizo una mueca extraña moviendo levemente las comisuras de sus labios. Sin embargo, a pesar de que su boca no lo pudiera expresar, su mirada sí lo hizo; había satisfacción en sus ojos. Su próxima presa sería víctima de sus poderes de persuasión; alteraría lo que fuera que el muchacho tuviera en sus recuerdos, y su hija era el canal perfecto.

- Soy Margarita. Margarita Salvador – dijo ella inocentemente.

Su plan estaba servido. Finalmente su hija sería útil, aunque sea una vez.

El joven hizo una reverencia, se agachó al lado de Margarita (la verdadera), murmuró unas palabras, la tomó en sus brazos y se alejó caminando.

Mariano sabía que esta mujer era muy peligrosa, y también sabía que, al igual que él, había mentido acerca de su verdadero nombre. Todavía no comprendía el porqué, pero tendría que ser cuidadoso una vez que encontrara a la Margarita Salvador cuyo nombre había reclamado esa mujer; los Salvador ya le habían hecho suficiente daño y no dejaría que otra Salvador repitiera la historia. Antes, el sería quien acabara con su vida.

Más tarde, ese mismo día, Margarita despertó sintiendo la calidez de una mano sobre su frente.

- Buen día – dijo dulcemente una voz masculina.

Ella pudo percibir que por el momento no estaba en grave peligro y podría relajarse. Además, en ese preciso momento, no era capaz de moverse.

- Lamento que tu cuerpo aun esté adormecido, pero tuve que usar un hechizo para poder traerte hasta acá. A pesar de ser una niña, eres bastante pesada – rió el muchacho.

La cabeza de Margarita todavía daba vueltas. Recordaba todo lo que había ocurrido con su madre, pero fuera de eso, nada le decía como fue que este muchacho apareció, se enfrentó a su madre y logró rescatarla. Tampoco sabía el porqué, pero eso era más fácil de adivinar; seguramente él sabía que estaba maldita.

- No soy una niña. Ya soy una mujer – dijo débilmente Margarita.

- Seguramente que sí. A todas las señoritas les ocurre cuando entran en la adolescencia. Aun así, para mí eres una niña, espero no haberte ofendido.

La maldición de Margarita (y todas las aventuras que vivió gracias a ella)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora