Capítulo 7

31 5 3
                                    

   - Margarita... – dijo Mariano.

Lo sabía. Ante sus ojos, Margarita ya no era una Salvador, sino que simplemente era Margarita. Cuando ella desapareció, lo supo con toda claridad. La sensación de vacío incómodo al saber que no estaba; el dolor de no poder verla; el ruido que hacía el silencio y la soledad. Pues, sin Margarita, el mundo de Mariano se tornó gris; sin color, sin pasión, sin vida. Además, no podía sacarse de encima la desesperación y la frustración de que se la hubieran arrebatado de su lado con tanta facilidad, y lo que es peor, dos veces. Lo sabía. Lo sabía muy bien. Sabía lo que sentía y lo peor es que no se odiaba a sí mismo por ello. Por primera vez desde la masacre de su pueblo, o quizás, por primera vez en su vida, había sido feliz, aun cuando no supiera muy bien el porqué. Ahora, todo era muy claro. Lo sabía. Se había enamorado de Margarita Salvador y se sentía feliz por eso.

Los demás se veían como figuras deformes con voces graciosas, como si todos estuvieran moviéndose debajo del mar. Todas estas figuras, que llegaron una a una, balbuceaban sinsentidos aquí y allá.

   - Murió.

   - Se murió.

   - La perdimos para siempre.

   - Margarita...

¿Qué demonios estaban diciendo? ¿Por qué el mundo se empeñaba en arrebatarle la felicidad que había logrado encontrar?

   - "Déjenme ser feliz..." – pensaba Mariano – "Por favor, se los ruego. ¿Por qué yo no puedo ser feliz?"

El cuerpo de Margarita era lo único que Mariano podía ver con claridad. Sus ojos, todavía tristes y aun abiertos, miraban a Mariano como disculpándose por no haberlo logrado. Él acarició su rostro y le dijo:

   - No te preocupes. De ahora en más, me quedaré contigo y no dejaré que nada te pase – sus ojos se llenaron de lágrimas -. Perdóname. Perdóname por no haber podido llegar a tiempo y... salvarte... - sus lágrimas comenzaron a caer sobre Margarita mojando su rostro.

Mariano lo notó y se apresuró a limpiar las mejillas de su amada y las suyas.

Los demás miraban la escena entristecidos, pero sobretodo preocupados por la salud mental del joven brujo.

   - Han sido demasiados golpes – dijo Zarhana.

Entonces, Mariano, sin escuchar una sola palabra, cargó el cuerpo de Margarita en su espalda y se dirigió a la joven que no conocía.

   - Me dijiste que podía ir a hablar con ella.

Todos escuchaban en silencio.

   - Así es – respondió la chica -. Cuando tú así lo quieras, te llevaré.

   - Ahora.

   - Muy bien.

Ambos iniciaron su caminata rumbo al mundo de los muertos sin dirigir siquiera una palabra a los otros miembros del grupo. Zarhana, quién logró reaccionar primero, gritó: 

   - ¡¿Acaso estás loco?! ¡¿Te has preguntado qué pasaría si no puedes regresar?! ¡Acéptalo, hijo! ¡Se fue! ¡Fue una desgracia que ni siquiera tú pudiste evitar! ¡Basta de tantas tonterías...

   - ¿Quién dijo que quiero regresar? – dijo Mariano en tono monótono con la mirada seria y un poco enojada.

Zarhana, dolida, le dijo:

   - Ella no hubiera querido esto...

   - Si eso es verdad – respondió sencillamente el brujo -, que me lo diga ella y con gusto obedeceré...

Al escuchar sus propias palabras, Mariano despertó un poco de su trance y vio el rostro dolido de su madre. Sin embargo, agachó la cabeza, dio media vuelta y se fue.

La maldición de Margarita (y todas las aventuras que vivió gracias a ella)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora