Capítulo 23

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Me siento triste – escribió Margarita en su diario –. Me siento triste y no sé muy bien por qué. Es como si mi corazón se acongojara y sintiera angustia por amar otra vez. ¿En verdad lo amo? Me lo pregunto desde entonces. Desde aquella vez en la que me alegré por haberlo salvado. Me alegré de que no muriera. Y me alegré al ver que lograba atravesar su defensa. Pero, además, ¿qué demonios le había sucedido ese día? ¿Por qué me alejaba de él de esa manera? ¿Qué es lo que rechazaba de mí?

No sé si lo sepa alguna vez. Pero logré curarlo y sobrevivió. Pero aun así estoy triste. Muy triste. Porque aun amo a mi hermano. Y él no es mi hermano. Quisiera poder saber cómo sería nuestra vida si él no hubiera muerto. Desearía tener la posibilidad, aunque sea una vez en la vida, de saber qué se siente caminar a su lado, que me tome de la mano, que me abrace como lo hace Mariano... No, como lo haría él. Y que me besara de nueva. Muchas veces. Y que no pudiera separarme de él nunca más. Quisiera saber qué se siente ser el amor de mi hermano.

Margarita lloró bastante ese día. Su corazón estaba confundido, adolorido y angustiado. Ella quería saber lo que sentía, no le gustaba andar con rodeos. Siempre supo que no era nadie. Y ahora que tenía su maldición, sabía que era útil. Cada paso que dio en su vida fue dado en la seguridad de alguna de estas dos verdades. Pero el amor no entraba en ninguna de estas. No tenía forma de saber qué elegir hacer o no hacer, ya que sus sentimientos nunca existieron como tal porque ella nunca los vio ni los analizó como ahora. Antes sentir amor por su hermano era igual de natural que sentir sueño o hambre, algo normal, de todos los días, fácil de comprender y aceptar. Pero ahora la situación no era la misma y sus sentimientos eran complejos. Se mezclaban entre ellos y ante el mínimo estímulo cambiaban, giraban, rotaban, se alejaban y aparecían nuevos. Nunca antes Margarita sintió tanto, ni vivió tanto como ahora. Tener las cosas claras era una prioridad para la Margarita Salvador, pues sino, podría volverse víctima por tener una debilidad. Pero no era fácil. Ni lo sería. Margarita debatía sus sentimientos consigo misma y durante varios días se sintió triste y sola.

Mariano desapareció por varios días sin dejar rastros, pero por alguna razón que tampoco entendía, no quiso ir a buscarlo. Lo dejaría solo y se alejaría de su imagen lo más que pudiera. Intentaría controlar sus sentimientos hasta descifrar lo que realmente sentía. La semana siguiente, luego de vivir su tristeza, regresó a la "normalidad" y pudo pensar con un poco más de claridad. Mariano todavía no regresaba, pero seguía sin preocuparse. Comenzó a experimentar con sus poderes y logró manejar mejor su campo de fuerza y escudo, como así también sus puños de electricidad. Consiguió hacer que su campo de fuerza fuera impenetrable, y que las marcas de la maldición atacaran como pequeños tentáculos si se acercaba demasiado algún enemigo. Intentó cubrir espacios de distintos tamaños con su campo de fuerza y pronto notó que el alcance de su campo era equivalente a la cantidad de marcas que su cuerpo había generado antes de ser bendecida. Lo supo al ver cómo, después de desarmar el campo de fuerza, las marcas se acomodaron en su cuerpo, cada una totalmente consciente del lugar al que pertenecía, y entre todas la cubrieron por completo; inclusive las plantas de los pies. Un momento después, se desvanecieron en su piel y ella volvió a tener el aspecto normal de siempre.

Pasó varios días perfeccionando sus técnicas y se enfocó en intentar agrandar el campo de fuerza, aunque sin éxito. No lograba generar marcas nuevas.

- Maldición... a este ritmo no podré proteger con mi campo a más de diez personas. Somos muchos y tal vez necesitemos este tipo de protección.

Sin embargo, no cambió mucho el tamaño de la fortaleza que creaba. Sin importar la disposición de las marcas, el alcance estaba limitado y parecía no ceder, por lo que abandonó la idea y se enfocó en su ofensiva.

Ya habían pasado dos semanas y Mariano no regresaba. Al pasar la tercera, Margarita comenzó a preocuparse.

- Debe estar entrenando... Pero es cierto que no sé si se pasó algo... No siento que así sea, pero...

Al final de la cuarta semana, Margarita empacó sus cosas y encaró en la dirección en la que pensó que Mariano podría haber ido. Caminó poco más de una mañana y al medio día comenzó a ver signos de hechos extremos. Primero vio hojas quemadas, , perforadas, e incluso congeladas y también montoncitos de polvo. Más adelante vio ramas de árboles enormes, totalmente desproporcionadas al árbol del que pertenecían, como así también algunos árboles enanos que parecían ser sacados de un cuento. De pronto vio troncos destrozados y otros engrosados y endurecidos tanto que parecían de acero. Más tarde, algunos árboles flotaban en el aire, y otros se habían hundido.

Finalmente, al final del camino, se erigía un gigantesco castillo de hielo rodeado de una fosa de lava ardiendo, con enorme y tupido bosque flotante de árboles de diferentes tamaños, tan espeso, que cubría por completo la sección central del castillo, cómo un anillo. Las nubes violetas en el cielo generaban rayos dorados y azules. El suelo a partir desde que terminaba el camino estaba cubierto en su totalidad de flores de cerezo, rosadas y rozagantes, todas perfectas y en su máximo esplendor.

- La eterna primavera... - dijo Margarita – Demonios. Tengo que apresurarme antes de que sea demasiado tarde – y sonrió -. Le gusta demasiado la montaña de cristal. Y es mucho más poderoso de lo que esperaba. Esto será entretenido... Y sé exactamente a donde dirigirme. Iremos allá – dijo señalando la parte cubierta de árboles -. Iremos a la sección de remodelaciones.

La maldición de Margarita (y todas las aventuras que vivió gracias a ella)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora