Capítulo 3

64 7 3
                                    

  El despertador sonó a las 7 a.m. en punto, pero no importó porque yo ya me había levantado hace varias horas. Acababa de entrar a la casa con Sam.
Comencé a hacerme el desayuno. Para afrontar un día que ya sabía que iba a ser agotador, me preparaba un jugo de naranja. Esa era mi forma de afrontar el largo día que estaba por venir, con un rico desayuno. No comer algo antes de ir al colegio era lo peor que podía hacer.
  Abrí la heladera, no habían naranjas. Tendría que tomar leche en vez de jugo de naranja. No estaba tan mal, al fin y al cabo, tomaría algo. Me preparé el desayuno pero cuando me di la vuelta, para ir hacia la mesa, algo hizo que me cayera y derramara toda la leche y la mermelada de las tostadas en mi alfombra favorita.
  Lunes: primer día de la semana, primer día de clases, primer día del año, y ya era una mierda.
  Tuve que ir al colegio sin desayunar nada, yo que tanto amaba la comida. En realidad podría haberme comprado algo en el kiosco del colegio pero la verdad es que allí era todo muy caro y la plata no me alcanzaba, y aunque así fuera, estaba ahorrando.

  Una de las pocas cosas que amaba en la vida era leer y escribir, y uno de mis mayores sueños (dentro de todo, posibles) era publicar un libro. Así que empecé a ahorrar para clases de literatura. Leía tanto y tan seguido que escribir casi no me costaba, pero obviamente habían cosas que tenía que mejorar.
  Ya había escrito varias novelas y poemas, pero me daba vergüenza el simple hecho de que alguien las leyera. Sólo una persona lo había hecho; Jennifer. Ella era mi psicóloga, y fue la que me motivo a escribir en un principio. Decía que escribir aliviaba el alma y era una buena distracción. Así que intenté hacerlo, de cualquier modo, no tenía otra cosa que hacer. Siempre me pedía mis borradores para leerlos y así, me ayudaba a mejorar mis escritos, mi ortografía o simplemente los leía sin ninguna crítica. Hasta parecía que le gustaba leerlos, que estaba orgullosa de ellos.
  “Has mejorado mucho, Josh.” “Me cautivaste con tu ultimo poema.” “Me encanta el personaje principal” eran frases que solía escuchar de ella.
  Nunca entendí cuál era la motivación por la que los escritores escribían. Nunca comprendí porque no eligieron otra forma de ganarse la vida. Está bien, era lo que les apasionaba hacer pero era mucho tiempo y plata empleados en algo que posiblemente no tuviera futuro, en algo que no les daría frutos. Entonces, ¿por qué seguían sacrificándose tanto por eso? Antes no lo entendía; esa idea ni siquiera cabía en mi mente. Hasta que escuché las palabras que Jennifer me decía luego de leer algo escrito por mí, hasta que veía los ojos brillosos de ella cuando le mostraba un borrador. Juro que ahí lo comprendí todo. El esfuerzo, la dedicación, el trabajo, todo eso valía la pena si alguien se había quedado hasta tarde para leer tu libro, si alguien lloraba o se motivaba con él, o si al menos a una persona le gustaba.
  Es como cuando de pequeño le haces un dibujo a tu madre: gastas tu tiempo, y te esfuerzas mucho, pero todo eso lo compensas con el simple hecho de ver el brillo en los ojos de ella. Bueno, en realidad a mí nunca me pasó. Muchas veces le hice cartas y dibujos a ella, con el simple objetivo de encender su brillo. Pero nunca pude hacer nada, en mis 14 años con ella, que la hiciera “brillar”. No sé si nunca fue suficiente lo que hice, o si simplemente su brillo se había extinguido. Muchas veces me frustraba pensando que sus ojos estaban muertos, que ya le era imposible transmitir algo a través de ellos; pero al poco tiempo volvía a intentar otra cosa para lograrlo. Cartas, desayunos, dibujos, anuncios en el periódico, poemas, buenas calificaciones, flores, globos, cenas caras y hasta joyas; lo intenté de todo, porque así era yo. Insistente, testarudo, soñador, iluso, comprometido. Sí, así era yo, pero gracias a ser así pude cumplir todos los objetivos en mi vida, bueno casi todos…
  “Si tan solo me hubieran dado un par de años más, ¿lo podría haber hecho?” era la frase que siempre estaba allí, en mi cabeza, atosigándome.
  La verdad es que no sé porque nunca le provoqué “esa mirada de orgullo” que tienen todos los padres. Lo único que puedo asegurar es que si ella siguiera viva, yo seguiría intentando revivir su brillo. Un brillo que, por lo visto, había muerto hace mucho.

De eso se trata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora