Me acosté con la cabeza en la almohada y lloré; lloré por todo lo que no lloré en su debido momento.
Lloré porque Melanie volvió cuando ya la había superado, lloré porque ella no me dijo nada, lloré porque no me di cuenta quién era en verdad, lloré porque no quería sentir nada por nadie, ni por ella. Incluso lloré por mi madre, quizá si ella me hubiera enseñado las cosas que a los chicos de 11 años se les enseña sabría que hacer; quizá si ella estuviera aquí ahora yo me sentiría mejor.
Pero más que nada lloré porque no quería que ella me viera como un “patético huérfano”.
Sí, lloré.
Lloré porque no sabía que más hacer.
Max estaba allí, conmigo, pero en las circunstancias en las que estaba ya no me importaba, me daba igual. Sólo quería no ser ese bicho raro para ella también, sólo quería llorar, sólo quería tener a mi madre allí para que me consolara, para que me diera ese último abrazo que no me pudo dar.
-Oye, ¿qué tienes? –dijo Max sentándose en la cama y acariciándome la espalda.
No le respondí, no quería y tampoco podía.
Por suerte él no me insistió. Sólo se quedó allí, esperando a que yo le hablara.
-Lo siento Max. -dije sentándome en la cama luego de un rato. –Pero no creo que sea bueno contarte.
-Está bien pero cuéntaselo a alguien, eso hará que te desahogues.
Me sentí penoso en ese momento. Contárselo a alguien, ja. ¿A quién? ¿A mi psicóloga o mi perro?
-Tu psicóloga no cuenta. –dijo como si me leyera el pensamiento. -Y ni siquiera pienses en Sam.
-Okey, entonces tendré que contarte.
Se rió.
Cuando terminé de contarle un resumen de lo ocurrido, él volvió a hablar.
-Ohh, te entiendo. Lo siento mucho. -dijo apenado.
Agh, como odiaba esa frase. ¿De verdad "lo entiendes”? Yo creo que nadie, ni siquiera viviendo lo mismo que yo, lo entendería. Cada persona responde diferente a lo que les ocurre. No todos actúan igual, no todos lo sienten igual. A algunos les afecta mucho, a otros poco y a otros nada. Por ejemplo, hay gente a las que le duele mucho que sus padres se separen y yo, hubiera dado lo que sea porque los dos estuvieran separados y peleándose todo el tiempo, pero que estuvieran aquí, conmigo. Quizá puedes intentarlo, pero veo muy improbable poder entender completamente a otra persona.
-Está bien. -respondí.
-¿Me esperas? -preguntó tomando las llaves.
-Oh... sí.
Salió por la puerta, sin decir nada más. Admito que yo estaba decepcionado, acababa de contarle la razón por la cual yo estaba mal y él simplemente se iba, dejándome solo. Eso me pasaba por confiar en… personas. Abracé fuerte a Sam.
Luego de unos minutos Max volvió con dos bolsas de comprar.
-¿Qué diablos? -alcancé a decir.
-Cuatro kilos de helado de chocolate suizo. -dijo levantando las bolsas.
Ya lo comprendía. Él fue a buscar eso para mí, para tratar de “ponerme bien”. Era un buen… amigo.
-Oh, gracias. -dije en serio agradecido yendo a buscar potes para servir el helado.
-No, déjamelo a mí. Tú ve a sentarte.
Lo obedecí, al fin y al cabo tendría helado.
Prendió la consola de juegos y trajo el kilo de helado con dos cucharas. Me pasó un mando y una cuchara.
-Es más rico si lo comes directo del pote. –dijo guiñándome un ojo.
Estuvimos jugando y comiendo helado toda la noche. A decir verdad, eso sí me hizo sentir mejor, y sí, el helado directo del pote era mucho más rico.
Gracias Jennifer. -pensé antes de acostarme a dormir mirando a Max, ya dormido.
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De eso se trata.
Teen FictionJosh tiene 16 años. Su madre muerta y un padre que no conoce. Tiene que empezar las clases con Paul, su acosador. Y su único amigo es Sam, su perro. 16 años, tanto dolor, tanto sufrimiento... tanta mierda. Pero bueno de eso se trata la vida, ¿no?