Capítulo 4

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Ese lunes me tocaba ir a la psicóloga después del colegio. Sinceramente no tenía ganas aunque en realidad, casi nunca tenía ganas (sólo cuando íbamos a hablar de algún libro mío, cosa que últimamente, no hacíamos.) Lo único que hacíamos era hablar sobre mi madre, el colegio y mis amigos; aunque ni yo sabía cuáles.
-¿Cómo te sientes viviendo solo? -dijo Jennifer examinándome.
-Bien. -respondí cortante, no estaba de humor. -¿Cómo debería sentirme?
-Solo. -dijo irónicamente.
No dije nada.
-¿Seguro que no quieres que contrate a alguien para que viva contigo? Algo así como un tutor...
Hacía ya mucho que Jennifer venía insistiéndome en contratar a alguien para que viviera conmigo, un tutor. Pagarle a alguien para que convivieramos. ¿Para qué? ¿Para ya no tener privacidad? ¿Para tener a alguien más que piense raro de mí? ¿Para no tener ganas ni de estar en mi casa? No gracias, paso.
Ella quería pagarle a alguien de mi edad, así de paso, podía interactuar con alguna persona. Pero la verdad es que estar solo era una decisión mía y creo que ella tarde o temprano tendría que aceptarlo. No es que me gustara estar solo, obviamente no era del todo lindo, pero tampoco había conocido a alguien con quien me dieran ganas de estar todo el tiempo. En realidad sí había conocido a alguien así pero lamentablemente ella no podía estar conmigo ahora. Y la verdad es que, entre tener que ser amable y falsear mi sonrisa con alguien que no me caía del todo bien y estar solo haciendo lo que yo quisiera, prefería estar solo.
-No vivo solo. -le recordé. -Aparte estoy bien.
-Vives con un perro. -dijo ya un poco estresada por mi actitud habitual. -Soy psicóloga, a todos los demás puedes mentirles pero a mí no. Veo el dolor en tus ojos. -dijo mirándome fijamente.
Sentí que sus ojos café me estaban penetrando, que llegaban a mi oscura y triste alma.
-Vivo con Sam, eso me basta. -grité enfadado.
-Es un perro. -repitió. -Quiero que interactúes con otros chicos de tu edad.
-La gente miente, critica, cambia... Prefiero mil veces que mi mejor amigo sea un perro.
-Los perros no hablan. -dijo en serio enfadada.
-Pero tampoco mienten.
-Eso se llama antropofobia; fobia a interactuar con gente o a las personas en sí, ¿sabías? -preguntó compasiva.
Se quedó mirándome unos minutos, como examinándome, viendo que me había hecho sentir esa afirmación. Así que traté de ser fuerte, de que no me pudiera ver, al menos no por dentro, que no pudiera ver mi dolor. Aunque en realidad nunca me salía, ella siempre sabía cómo yo me sentía, siempre sabía cómo yo estaba, y odiaba eso. Odiaba no poder esconder mi dolor, no poder sufrir en silencio. Simplemente me miraba a los ojos y podía ver todo el dolor que yo guardaba dentro. Por eso siempre andaba con la cabeza gacha, mirando el suelo, porque no quería que se dieran cuenta lo roto que estaba.
-Nunca has querido a otra persona que no sea tu madre ¿o sí? -dijo después de unos minutos en tono suave y amable, pero sus palabras en serio me destrozaron.
Apenas dijo eso no pensé en nadie en especial. Creí que no había nadie además de Susan pero me equivocaba, ¿cómo me iba a olvidar de ella?

De eso se trata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora