Capítulo 28

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   Dormí como un bebé, sin preocupaciones, debido que, al haber nevado toda la noche, no tenía tareas,ni debía ayudar en la cosecha. Estuve hasta tarde en la cama, no tenía ganas de moverme. Mi cerebro no dejaba de pensar, y ver a Eniarth, ne era exactamente algo que quisiera hacer.

  Exhalé sonoramente, para luego revolver las sábanas, y terminar descubierta. Me quedé unos minutos mirando el techo de mi habitación, para luego decidirme por levantarme de aquella cómoda y calentita cama.   

  Al llegar al comedor, me di cuenta de que Eniarth no estaba, probablemente haya ido al mercado. Me dirigí directo a la jarra con lo que denominé como té, y me serví un vaso entero.

  Lo tomé lentamente, pensando en todas las conversaciones que había tenido con Sigurd. Me seguía pareciendo alguien tierno, y una buena compañía. Me costaba aceptarlo, pero estaba comenzando a encariñarme con muchas personas de aquel extraño mundo, y eso me preocupaba. 

  Pasaron al rededor de treinta minutos, o tal vez más, hasta que apareció Eniarth en el marco de la puerta principal. Traía consigo, dos canastas, repletas de víveres, no hicieron falta ningún tipo de intercambio de palabras. Entendí claramente que debía correr a socorrerla, en modo de agradecimiento, me dedicó una cálida sonrisa.

  No hablamos mucho ese día, y al ver que invitó a Asther, decidí que tal vez lo mejor era salir a cambiar los aires. Aquella vikinga me caía bien, pero hablaba demasiado sobre políticas, y guerrillas. No era un tema que me apasionara. 

  Me despedí de ambas, y decidí por seguir el camino hacia el final de Kattegat. La escarcha cubría el suelo, como un fino manto. Todo se veía como de costumbre, pero más pálido, más brillante. Respiré profundamente, aquel olor de plantas y tierra a bajas temperaturas me recordó a la noche en que me fui. La inquietante diferencia era, que allí todo estaba calmo, quieto. 

  Caminé hasta encontrar un lugar apropiado para sentarme, y pensar. No había reconocido el lugar, pero en aquel momento, me encontraba sentada en una piedra, al lado del mismo río donde me atacaron por primera vez. Con sólo recordarlo, la piel se me erizó, era una sensación rara. No me sentía triste, ni mucho menos indefensa. Sentía ira, y enojo. 

  No podía controlar bien lo que sentía, por lo que decidí agarrar una piedra, y arrojarla con todas mis fuerzas, hacia el río. La idea se veía mejor que la acción. Apeas toqué la piedra, con mi mano desnuda, el dolor de aquel frío ayudó que calmara mi enojo.

  Antes no lo tenía muy en claro, pero Eniarth había matado a un hombre por mi, y eso me hacía sentir culpable. Una culpa diferente, debía agregarla a mi colección de errores y fracasos en la vida.

  Suspiré sonoramente, con una piedra helada en mi mano, la cual decidí no arrojar por el simple hecho de que, tenía una forma bonita. Mantuve mi mirada fija en mi mano, y en lo que sostenía. 

  Me sentía perdida, no sabía si seguir con aquella farsa era la única opción, o tal vez debía seguir intentando volver. Pero no tenía ninguna pista, o indicio de como volver. Nuevamente, aquella pregunta que me mataba, aparecía en mis pensamientos. ¿Y si no existía una forma de volver?

  Aquello me llevaba a un pensamiento peor: ¿Debía quedarme allí para siempre? No me sentía lista, ni cómoda con aquella idea, no quería pasar el resto de mi vida en un lugar como aquel.

  Comenzaba a sentir cómo luchaban mis lágrimas para salir, pero me negaba a dejarme llevar por mis emociones, porque si lloraba, no pararía, y no quería volver con Eniarth luciendo dos ojos completamente hinchados. 

  La idea de contenerme se me hacía muy difícil, cerré con fuerza el agarre de aquella piedra, hasta que comencé a sentir algo de dolor. Mis dedos estaban pálidos por la presión, ero aún así, a pesar de aquel dolor físico, no pude evitar contener una lágrima. 

  -¿Estás bien?- Aquella voz familiar, provocó que de un respingo.  

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