Capítulo 1

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"El imperio central fue y ha de ser el imperio más poderoso del mundo"

Agar

El rey Felipe II, paseaba por los pasillos del castillo central, ligeramente encorvado y con poca visión, se ayudaba de un bastón forjado en oro con un dragón en el mango. Felipe II era un hombre de carácter fuerte y poco benevolente, todo esto era visible a través de su expresión amarga y recia.

Se fijó en la bella mujer de su hijo, quien estaba en uno de los balcones del ala este fumando un tabaco artesanal. Algo muy poco usual en mujeres.

A Felipe II siempre le había llamado la atención Maria Teresa, era mujer esbelta y con una belleza exótica que hacía que muchos hombres estuvieran tras ella. Felipe II que no conocía el respeto y desconocía la palabra fidelidad, rozó con su boca el brazo de Maria Teresa. Esta se volteó con molestia, exhalando todo el humo contendió en su boca sobre la cara del emperador.

-Eres hermosa, bendito sea mi hijo al poseerte-. Se lamió los labios con lujuria.

-Así es bendito sea. Ahora si me permite-. Se apresuró a apartarse pero el emperador la agarró por el brazo fuertemente.

-Vamos Maria Teresa, no dejes a este pobre viejo tirado como lacre.

-Lo siento, pero tengo que retirarme señor emperador.

-Sabes muy bien que al emperador no se le hace desprecios-. Le susurró al oído. Maria Teresa sintió asco.

-Lo sé y no es ningún desaire señor. Simplemente el olor a muerte me aterra y usted está muy cercano a ella. El oráculo me lo ha dicho.

El emperador abofeteó a Maria Teresa y esta sonrió cínicamente.

-Blasfemas mujer-. Dijo el emperador molesto por aquellas palabras atrevidas de la muchacha.

-Si no me cree, pregúntele al oráculo, emperador-. Resaltó las últimas palabras y logró liberarse de aquél viejo.

Maria Teresa se limpió el lugar donde el emperador había besado su brazo, con asco. Odiaba a ese hombre y deseaba que lo mencionando por el oráculo fuera verdad o ella lo haría con sus propias manos, de la manera que pareciera muerte natural. Y tenía como, dado a que Maria Teresa practicaba vudú y solía llevar un muñeco representando a cada uno de sus enemigos.

Entró a su habitación que compartía con el futuro emperador y en una hendija del piso marmolado, levantó la baldosa y sacó uno de sus muñecos, más precisamente el del emperador.

Felipe III cabalgaba en una de sus fincas, amaba los caballos como amaba la política. Siempre había querido participar en competencias con su caballo favorito, Danilo. Lo había tenido desde pequeño y le había tomado mucho aprecio. Danilo era como su vida y por eso lo cuidaba demasiado. Su padre siempre le había dicho que los caballos iban y venían y que podría comprarle todos los caballos del imperio, que era estúpido amar a uno que pronto iba a morir. Su padre era un hombre que nunca le había enseñado lo que era el amor, él nunca amó a su madre y de eso estaba claro, ni siquiera lo vio llorar cuando ella murió hace unos meses al contrario al día siguiente de su partida lo escuchó teniendo sexo con una mujer, se tuvo que tapar los oídos con la almohada y lloró toda esa noche.

-Pipe tengo que decirte algo-. Dijo su hermano menor quien lo había alcanzado.

-Si claro.

-Pero antes bájate del caballo.

Felipe le pareció que eran cosas de Adrián, quien era un chico muy exagerado. Así que lo tomó con un juego y siguió montado en su caballo.

-Lo que sea que tengas que decirme, no es necesario que baje del caballo.

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora