Capítulo 27

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La sonrisa de María Teresa era cínica y cargada de felicidad y sabor a victoria, había logrado un primer punto que la podía conducir al trono, con Eudoxia fuera del camino, ella podía volverse esposa de Pedro con el arte de su convicción y así recuperar su puesto de emperatriz.

— Aunque fue necesario que hicieras eso, pobre de esa mujer.

— Va a estar muy bien en el convento, cerca de Dios.

— Por cierto Teresa debes aprender a rezar, por si acaso, no querrás que piensen que eres una hereje.

— He conseguido un libro en la biblioteca y practicaré, debo mostrarme como una mujer devota a Dios.

Las clases de violín iban avanzando muy lentamente, Alejo era demasiado torpe con los dedos y le ponía realmente nervioso la sirvienta, algo en su carácter tan estricto le hacía pensar que no era una simple sirvienta, porque no hablaba como una y tenía muchos conocimientos, hasta llegaba a pensar que era más inteligente que él. Por eso le pidió que le ayudara en el banquete.

Una mesa con miles de exquisiteces frente de ella para que escogiera un platillo que quedara mejor como postre para el baile de máscaras.

— Dime si es mejor el chocolate, o el dulce de leche.

Alejo le dio una cucharada del chocolate que estaba en un pocillo delicado y elegante y luego una de dulce de leche.

— El chocolate es mucho mejor.

— Siempre— se río Alejo con ella.

— ¿Me puedes prestar a Catalina unos minutos?

— Por supuesto, padre.

Pedro se la llevó a su despacho y le entregó una tarjeta de invitación, que llevaba por nombre el "Gran Baile de máscaras".

— Pedro no puedo, soy una simple sirvienta.

— Sí puedes, nadie te va a reconocer, vas a ser mi invitada especial y ya tengo tu vestido y tu máscara. En esta fiesta no hay clases sociales.

Pedro sacó una caja larga donde estaba el vestido que ella llevaría puesto, morado oscuro y el antifaz de color plata. Ella sonrió y le dio un abrazo.

— Le diré a un sirviente que te arregle. No me importan las reglas, solo quiero que esa noche baile conmigo.

Pedro estaba enamorado, María lo supo por la mirada en sus ojos y aquél acto arriesgado que hacía, rezaba a los dioses para que siguiera haciendo su papel bien de Catalina y que él nunca notara la diferencia.

En el aposento de Alejo le preparó la cama y la ropa que llevaría puesta para su salida nocturna, esta vez se había quedado hasta muy tarde por los múltiples trabajo que le asignó el joven con lo del banquete.

— Apenas me arreglé puedes irte a tu casa y venir mañana temprano, para seguir dándome esas clases de violín. Mi tutor me ha citado para algo urgente.

— Que le vaya bien, amo.

María sabía perfectamente que él ocultaba algo y lo descubriría muy pronto, la próxima ves que el tutor visitara el cuarto de él no se marcharía de la puerta y escucharía de que hablaban.

Benjamín ya no le dirigía la palabra, ni siquiera soportaba dormir con ella en el misma lecho, prefería dormir en otra habitación. Estaba celoso y se sentía traicionado.

Por otro lado Marella trataba de no quitarse el collar para no caer en tentación. Esta vez estaba bebiendo café en el patio de la casa, cuando sintió la presencia de alguien a sus espaldas. Era Felipe, su sobrino, estaba mirándola.

— ¿Tía por qué me evita?

— Felipe, por favor no seas impertinente, regresa con tu novia.

— Tía usted me gusta mucho, me siento atraído por usted, algo en su aroma es exquisito, mucho más exquisito que el de Rosa.

Felipe la agarró por las muñecas y comenzó a besarle el hombro, le quitó el collar y ella ahogó un gemido en su boca y él que produjo una marca violáceo que fue la gota que rebozo el vaso que ya estaba demasiado lleno. Marella agarró a su sobrino por los hombros y lo besó con demasiada ansiedad y deseo, esos vicios prohibidos que la hacían sentir en el cielo y en el infierno.

Felipe deslizó la cremallera de su vestido y dejó que este cayera, estaban aprovechando la ausencia del resto. Se dio la vuelta y estrelló el cuerpo de su tía contra la dura pared y retiró lo poco que le impedía apreciar su desnudez, antes de tomarla se deleitó con la mirada y luego bajó hasta sus senos para acariciarlos y hacerle sentir un placer culpable, luego a su sexo humedecido y procedió a penetrarla con sus dedos, mientras ella gemía una y otra vez. Luego de que terminó con ella, la hizo bajar su cabeza para que le proporcionara placer con su boca.

Cuando terminaron, Marella se vistió y lo abofeteo, Felipe también lo hizo, ambos se miraron con desprecio.

— Esto no volverá a pasar y ni una palabra a tu madre.

— No quiero repetirlo, fue una impertinencia de mi parte.

Felipe dormía plácidamente cuando su esposa, lo besó en el cuello y él volvió a cerrar los ojos, estaba tan agotado después de esa noche de placer que había tenido con Marella.

María Teresa estaba siendo cada vez más cercana de Pedro, era su confidente, de algo ella podía estar segura era que ese amor podía llevarla al trono que alguna vez perdió. Estaba en el mercado comprando algunas plantas para sus pócimas, para eso tenía que cubrirse la cara para no ser reconocida.

Cuando llegó a su cada y estaba preparando un baño de plantas, para alejar las malas energías que querían dañarla, vio el collar de Marella, lo apretó en su mano y supo que algo muy malo había sucedido.

Fue hasta el aposento de Marella y la prendió por los cabellos y la hizo caer de rodillas.

— ¡Ramera repulsiva!— la abofeteo y a la vez rasguño su cara.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto alboroto?— preguntó Rosa.

Felipe estaba viendo a Marella preocupado, y veía a su madre llena de ira, no era posible que los hubiera descubierto, puesto que no había nadie en la casa, pero su madre parecía saberlo todo.

— Dile que te explique tu esposo.

Agarró de nuevo por los cabellos a Marella y Felipe no se interpuso, le temía a su madre. Solo observaba con dolor de ver que todo había sucedido por su impertinencia.

María Teresa la sacó de su casa arrastrada y la tiró sobre el barro, haciendo que ella se sintiera sumamente miserable, pero no decía nada, porque no podía remediar con palabras lo que hizo. Solo lloraba en el suelo. La puerta le estrelló en la cara y Benjamín que la vio en el suelo l ayudó a levantarse.

La hizo entrar de nuevo en la casa, provocando la cólera en María Teresa, pero a él poco le importaban sus rabietas.

— Esta vez te pasaste, ¿Tan mal es el daño que te hizo?

— Se acostó con mi hijo, ¡Te parece poco!

— Tere, pero comprende que ella no lo controla, ella siempre nos ha sido leal, lo que debemos hacer es evitar que mantengan contacto.

— ¿Y cómo?, los dos viven juntos.

— Lleva a Felipe al castillo y preséntalo como soldado, yo le daré mi bendición y dile al emperador que no tiene a donde ir, para que le permita vivir en el castillo, sé que el te escucha muy bien.






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