Pasto verde y mariposas sobrevolando, en un cielo despejado y soleado algo muy extraño en Rusia. María lo único que hacia era contemplarlo, le venían tantos recuerdos, con Benjamín, cuando aquél hombre terco portando toda esa armadura, jamás se imaginó enamorarse de él. Se sentía tan sola estando en compañía de aquél hombre que era su esposo.
Mirando en la ventana, tratando de tomar los rayos de sol que quizás durante todo el año no podría aprovechar. Pedro la abrazó por la espalda y besó su cuello.
— Amada esposa.
Aquella palabra era blasfema en su boca, sentía la necesidad de callarlo, pero solo podía mirarlo y corresponderle.
— ¿No tienes algo que hacer? ¿Una expedición en particular?
— Tienes razón, pasame las botas. Por Dios, por eso te amo tanto Catalina, quisiera tener más tiempo para poder atender a mi esposa, pero son mis obligaciones de emperador.
— Es algo a lo que he estado acostumbrada desde mucho tiempo.
Pedro se quedó confundido con aquella respuesta de su esposa, entonces ella cayó en cuenta de que estaba metiendo la pata.
— Me refiero a cuando éramos amantes y tus obligaciones como emperador me afectaban.
— No digas esa palabra tan fea, nunca fuimos amantes, en mi corazón tú siempre fuiste la principal, solo que tenía miedo a que el pueblo se me viniera encima pero no me importa lo que piense la gente.
Le dio un beso en los labios y ella le pasó las botas, cada vez se sentía más infeliz a pesar de haber logrado lo que quería.
Alejo no paraba de leer esa carta que le llegó de Rusia de parte de su padre, ¿debería retractarse y regresar?, pues al final era su padre, ¿Tal vez podría todo estar bien?
— ¿Tú qué dices debo volver?
— Mi padre siempre me odio por el camino que elegí pero al final entendió que era la única forma de ganar dinero.
— Yo te llevaría a Rusia y te daría un buen lugar en la corte.
— Ese mundo no es para mí, señor.
— No me llames señor.
Alejo la tomó por las manos y le hizo cosquillas por todo el cuerpo. Tal vez debía regresar y hablar con su padre, para que todo volviera a la normalidad.
— Vamos a irnos.
María estaba detrás del jardín cuando escuchó un par de voces de hombres. Parecían embriagados.
— El señor esta esperando que llegue el hijo para darle el castigo que se merece, aún no sabemos cómo lo va a matar pero me muero de ganas por verlo, nunca me cayó bien ese niño mal agradecido. Traicionó el reino.
María Teresa se tapó la boca reteniendo soltar un grito de sorpresa, no podía creer que aquél padre despiadado iba a matar a su propio hijo en vez de reconocer sus grandes errores, como padre. Había conocido hombres despiadados como él, Felipe II fue uno, el hombre que más odió en su vida.
Esa noche escribió una carta que enviaría con su hijo, para que le llegara a Alejo, le tenía aprecio al muchacho.
Felipe estaba sentado medio dormido cuando su madre se apareció luego de un largo tiempo. María Teresa lo abrazó fuertemente mirando a todos lados para que no la vieran. Si llegaba a oídos del emperador estaba perdida.
— Encargate que esta carta le llegue a Alejo.
Felipe la tomó y pareció confundido con ello.
— ¿Qué dice?
— Lo que dice ahí puede salvar la vida de un pobre inocente.
Felipe se levantó y vació el jarrón de cerveza.
— Si preguntan por mí, por favor diga que tomé un descanso porque me sentía mal del estomago.
— Ve con los dioses, cariño. Te extraño tanto hijo mío.
— Y yo a usted madre.
María Teresa le dio un beso en la frente y su hijo se marchó.
Sin embargo la carta no llegó suficientemente a tiempo, el barco se retrasó y Alejo llegó 3 días después con una sonrisa que sería borrada apenas viera a su padre que mandaría a un montón de soldados para que lo apresaran como un simple criminal, ni siquiera lo reconoció como su hijo, le escupió en la cara.
— Eres la peor escoria que pudo haber parido tu madre.
El matadero comenzó a la 1 de la mañana, con un día nublado. El cielo parecía saber aquél cruel sacrilegio que ocurriría. María estaba sentada en el trono, sintiendo el odio y la mayor repulsión por Pedro. Ahora tenía miles de razones para quererlo ver muerto, fuera de su camino. Agarró su mano y cuando comenzaron a darle latigazos a Alejo no pudo resistirlo.
— Me siento un poco mareada amor.
— Te quedas, debes actuar como una emperatriz que acompaña a su esposo en estos eventos, estamos acabando con un traicionero.
— Ese traicionero es tu hijo y me siento mareada, ¿Me soltaría por favor?
Pedro soltó la mano de María Teresa y ella se marchó de aquél lugar, vomitó todo el desayuno en uno de los baños y lloró tanto como hace mucho tiempo no lo hacia. Recordó aquél niño que no sabía tocar bien el violín pero lo intentaba. Le dolía no poder evitarlo. No pudo resistir aquello y se marchó a su casa de vuelta.
Eufrates estaba limpiando el piso cuando ella se lanzó a sus brazos, llorando como una niña.
Pedro sabía que era su hijo al que estaban matando a latigazos pero aquella traición era imperdonable, siempre sintió desprecio por él desde el día que nació, fruto de una mujer que no amaba y cuando creció siempre quiso llevarle la contraria, trató de mejorarlo pero sus esfuerzos fueron en vano. Ahora no podía permitir que alguien que hubiera cometida tal traición viviera, sus adversarios lo tomarían como débil, con esto lo verían como el hombre que era, uno que no le importaba acabar con quien fuera con tal de mantener todo un imperio. Levantó la cabeza y trató de no detallar mucho lo que hacían con su hijo y pasar desapercibidos sus gritos de súplica.
— ¡Padre por favor pídeles que paren! ¡Perdoname por favor!
Fueron las últimas palabras de Alejo hasta fallecer en el suelo, completamente ensangrentado. Con la espalda destrozada y la piel en carne viva.
Pedro después de aquello buscó por todos lados a Catalina pero no la encontró en el castillo y tuvo que atender a él solo a los presentes.
— No pudiste evitarlo, así debía ser si quieres que ese imperio se mantenga en pie.
— Era un pobre muchacho, la carta no llegó a tiempo.
— María Teresa al tomar este camino sabías que tenías que endurecer más aún tu corazón.
— Lo quiero muerto.
— Su hora está aún más cerca de lo que crees.
María Teresa sonrió de satisfacción, ahora lo que más deseaba era que Pedro pasara por un dolor semejante.
Al llegar a la noche, estaba Pedro esperándola con el cinturón en la mano, ella lo vio venir y le agarró el brazo.
— ¿Dónde estabas?
— Visitando una amiga.
— Tengo que comprobar eso, me abandonaste, estás incumpliendo como esposa y emperatriz espero no haberme equivocado.
— No te atrevas a ponerme una mano encima Pedro, a mi no me tiembla la mano para devolverte el golpe.
Lo miró como nunca antes lo había mirado una mujer, no como la Catalina de antes solía hacerlo. Sintió que no la reconocía y un escalofrío, le hizo poner la piel de gallina.
El corazón de María Teresa hoy era mucho más duro que antes.
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Guerra De Imperios
Historical FictionUn país utópico, se convirtió en el imperio más grande la historia, pero que fue borrado para siempre sin explicación alguna, no hay datos ni referentes históricos sobre el. De este lo que más resaltaba era su emperatriz que más tarde se convirtió e...