Capítulo 7

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El soldado Benjamín temblaba de frío en aquella celda de barrotes de hierro y piedra.

Para su sorpresa su comida no fue tirada por debajo de los barrotes sino que el virrey le entregó la comida en sus manos. Este no comprendía la situación.

-Come, es lo mejor que he conseguido.

-¿Que quiere su señoría? -. Dijo Benjamín mientras agarraba el muslo de pollo para meterlo en su boca.

-Lo que quiero es que me ayudes a acabar con el imperio central. Y así montar nuestro propio imperio ruso.

Maria Teresa recogía flores en su canasta, en su mayoría rosas rojas. Sin querer se pinchó con una de las espinas de las rosas. Hizo una mueca de dolor.

-Puedo colaborarte-. Sintió el aliento de alguien en su nuca. Dándose vuelta para poder observarlo.

-Hola cuñado -. Dijo prestándole poco interés a su presencia.

-Eres la clase de emperatriz que todo reino debería tener, lástima que mi hermano ni te valore. Él es un blando.

-Todo el mundo dice eso, pero no es cierto.

-Sólo lo defiendes porque lo amas demasiado. Ahora permiteme-. Tomó su mano y retiró la sangre con su boca, quedándose más de lo permitido con su dedo en su boca.

Antes de que la emperatriz pudiera hacer algo estaba siendo apresada por los brazos del hermano menor de Felipe, quien debía tener la misma edad que ella. Olía su cuello con lujuria.

-Ojo por ojo y diente por diente, es un mejor castigo que arrebatar las lindas tetas de una mujer que sólo se dejó llevar por mi hermano -. Besó su cuello y luego se apartó.

La emperatriz le lanzó una bofetada a su cuñado.

-No te atrevas a volver a tocarme o a besarme, soy tu majestad la emperatriz y me debes respeto como a tu emperador.

-No sabes como odio eso, tener que tratar a mi hermano como si fuera supieror cuando somos de la misma estirpe. Yo fuera sido emperador y quizás tu fueras sido mi emperatriz, sino fuera sido por esa maldita ley de primogenitura-. Escupió en la arena.

-Tú hermano debería darse cuenta de la clase de hermano que eres-. Apretó su cuello asfixiándolo -. Pero lo haré después de la guerra, quiero que Felipe este concentrado y no baje la guardia. Tú serias una distracción, pero después de la guerra te juro que te haré pagar.

Maria Teresa se retiró con ira consumiéndola.

Al día siguiente el virrey se apareció muy temprano declarando la guerra junto con un hombre que había traicionado a su patria. Por primera vez se vio al emperador molesto, lleno de ira tomó por el cuello a el virrey encargado en Rusia.

-Eres una decepción para este imperio y para Agar, tu país -. Lo escupió en la cara y golpeó su pecho brutalmente.

Maria Teresa parecía estar más calamda esta vez, llevaba una gran sonrisa en el rostro. Aquellos hombres no sabían con quien se metían. Ella había descubierto como realizar el hechizo de canalización y ahora podía controlar todo aquello que se quisiera interponer en su camino. Se estaban metiendo en la boca del lobo y ella dejaría espacio libre para que pasaran.

-Si lo que quieren es la guerra la tendrán, el imperio central jamás temerá a simples países que quieran derrumbar un imperio tan fuerte como éste -. Golpeó con el cetro el suelo.

-Asi será mi emperatriz -. Sonrió con altivez el general Benjamín.

Más allá de desprecio por la emperatriz en el general había admiración. Admiraba a aquella mujer con tanta sapiencia y fortaleza, era una emperatriz que no necesitaba estar casada con un emperador o llevar una corona para serlo. Ella simplemente lo era con su ímpetu.

El virrey tramaba en su cabeza vencer a los emperadores, para tomar su lugar y el seguir su propio imperio central a una mayor expansión. No quería un imperio ruso, amaba a Agar y nadie le robaría el protagonismo. Mataría al general luego de culminada la guerra, sabía que serían vencedores, el resto de países los apoyarían, ellos estaban cansados de los emperadores y sus abusos. Había sonidos de inconformismo y la búsqueda del fin del imperialismo, el usaría eso para luego ser igual o peor que ellos. No daría ni voz ni voto a alguien diferente a él, ni menos dejaría que una mujer le robara protagonismo.

Se marchó del castillo con sus soldados siguiéndole. Los emperadores no sabían en lo que se metían, su imperio se estaba quebrantando y varios países estaban uniendo fuerzas para independizarse. Dirigidas por Rusia, un país fuerte y astuto, que fabricaba el mejor armamento en las batallas. No le tenían miedo a Agar un país que siempre se había caracterizado por su buena economía, los supersticiosos lo atribuían a la bendición de los dioses, pero el no creía en ellos, sólo en la fuerza humana y la inteligencia. Él había nacido en Agar pero sabía que podía aprovecharse de que Rusia estaba dispuesta a independizarse y hacer creer que crearía un imperio ruso al mando del general Benjamín, para luego matarlo de una manera que la gente no sospechara, antes ganándose la confianza de él, para que dejara una carta por escrito que le cedía el trono a él.

Por otro lado Maria Teresa se burlaba de la desgracia que seria del pobre virrey.

-Amor, tengo que hacer un viaje largo antes que inicie la guerra. Voy a visitar cada uno de los países subyugados y así poder saber cuales están en nuestra contra -. Mintió. Quería ir a cada país en busca de ingredientes.

-¿Tú sola?-. Preguntó con curiosidad.

-Si amor, si voy yo sola. Llamaré menos la atención, sabes que siempre subestiman a una mujer.

-Está bien, mientras yo preparé mi armamento y a mis hombres. Seria de gran ayuda que lograras conseguir aliados-. Agarró sus manos y la besó -. No sé que haría sin ti.

Adrián había tenido siempre curiosidad por aquél cuarto en el que siempre pasaba Maria Teresa metida, durando horas. Agarró el mango de la puerta y antes de que pudiera abrirlo, un sevuente hizo que se sobresaltara.

-La señora se molestará si lo ve en esa situación.

Antes de que Adrián pudiera resaltar su lugar en el castillo. El vestido de terciopelo se deslizó con parsimonia y elegancia. Maria Teresa llevaba su corona y su cetro haciendo un ruido tosco. Adrián la observó con admiración, aquella mujer desprendía el mejor encanto de cualquier serpiente. Era belleza, valentía e inteligencia, una combinación tan escasa que la hacia tan provocativa y atractiva.

Su cabello sedoso negro, envidia de muchas, se batió con delicadeza. Apuntó con el cetro a Adrián y ese fue indicio para que el sirviente desapareciera como si fuera visto un espanto.

-De nuevo metiéndote en lo que no te importa, agotas mi paciencia Adrián.

-¿Y qué si lo hago? ¿me vas a torturar como la amante de mi hermano?

Maria Teresa empuñó la boca, mostrado ese brillo feroz de sus ojos tan atípico en ella. Adrián estaba siendo como una carcoma en los huesos.

-No tendré piedad de ti por ser el hermano de mi esposo-. Colocó el cetro en el cuello del chico.

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora