María Teresa ahora era la señora emperatriz, vestida con lujosos trajes y portando esa corona que tanto amaba. Nunca pensó que sería tan sencillo llegar al trono, y todo lo había logrado gracias a Catalina, más bien a su cuerpo bendito, no era tan bella como un día ella lo fue pero aquél cuerpo tenía su encanto, ¿Y qué era la belleza sin un poco de astucia que ella tenía?
Se colocó el anillo y recordó que tenía que ir a visitar la casa donde estaba su familia, ahí estaba el espejo con el alma de Eufrates, tenía que buscar la forma de ir.
Ana saltaba de un lado para otro, recitando poemas de un libro que leía, aquella chica era demasiado caprichosa. Siempre era tan exigente con los sirvientes.
— Estas galletas están pastosas y espantosas. No sé como tanta gente inepta trabaja aquí.
— Primero que todo, hablale con más respeto a las personas que te sirven, siempre debes dar gracias. Y no seas tan exigente, el señor seguro se esmeró mucho por hacer las galletas bien.
El sirviente le sonrió a María Teresa, nunca antes un amo era tan compasivo como lo era ella. A ella le recordaba él a su padre y no permitiría que aquella muchacha tratara mal a un pobre sirviente.
— Madre pero...
— Nosotras no somos nobles.
— Pero ahora lo somos y debemos comportarnos como tal o sino se igualaran. Sabes todo lo que hemos hecho para lograr esto.
Ana la mira, como si supiera ella un secreto que Catalina no le había contado para llegar hasta donde llegó. Después de todo el gran avance era a sus grandes encantos de mujer adúltera.
— Madre además esas galletas son para el funeral de mi hermano, él merece lo mejor de lo mejor.
— Tienes razón hija.
Agarró de su mano a su hija y fueron juntas hacia el gran salón donde estaba el ataúd donde yacía Pedro. Dejó que unas lágrimas cayeran, para demostrar dolor, pensó en su hijo, al que ahora trabajaba como soldado en el castillo y al que poco veía.
Al no estar Alejo presente, sabía que pronto notarían su ausencia, trató de distraer un poco a Pedro pero este al terminar el funeral buscó a Alejo con la mirada.
— ¿Has visto a Alejo?
— No.
— Pondré en sus sitio a ese muchacho.
María Teresa se levantó de la silla y lo siguió, alzando su vestido para evitar que le estorbara al caminar. Pedro estaba muy molesto y al ver que la puerta del dormitorio de Alejo no era abierta la tumbo en un ataque de rabia.
— Pedro tranquilizate.
Pedro la miró lleno de cólera y entró en el cuarto buscándolo por todos lados. Revisó el closet y se dio cuenta de que estaba vacío.
— Ese maldito hijo de... se escapó
María Teresa le acarició el hombro y él lo apartó de manera brusca. La cogió por los hombros.
— ¿Sabes dónde está?, tú eras su profesora de música y tenían confianza.
— Confianza que se perdió cuando me casé contigo públicamente.
— Lo siento.
La soltó y salió corriendo hacia donde Benjamín pidiendo que dirigiera sus tropas en la búsqueda de Alejo, su hijo.
— No creo que sea necesario.
— ¿Por qué?
— Mire esta carta, es del imperio romano y es sobre su hijo.
Pedr abrió la carta de manera torpe casi rompiendola, apenas leyó que su hijo estaba bajo la protección de ese imperio, sintió que se le venía el mundo encimay estrelló el puño contra la pared, haciendo que le sangraran los nudillos.
— Ese maldito traicionero, me arrepiento de haber tenido un hijo como este. Traemelo al castillo.
— Sí señor.
María Teresa escuchaba y rogaba porque Alejo no regresara, sabía que Pedro solo quería matarlo. Lo veía en sus ojos.
— Mujer Alejo, nos traicionó.
— No lo puedo creer — fingió sorpresa—. Y en pleno funeral de su hermano.
— Nada bueno podía venir de Eudoxia, eso Eudoxia puede ayudarme al que él regrese.
Cogió su abrigo y se marchó en uno de sus carruajes rumbo al convento de monjas. La madre apenas lo vio lo dejaron pasar rumbo hacia la habitación de su ex esposa. Olía horrible allí y ella se veía terrible, sus rizos rubios habían perdido todo el brillo y sus ojos albergaban la más grande tristeza. Al verlo su odio por él se mostró en sus ojos escasos de vida. Parecía como si hubieran pasado demasiados años, porque la piel de ella, era opaca y sin la frescura de la juventud que aún tenía.
— Tú eres la culpable de que tu hijo se haya escapado, ahora me dirás cómo traerlo de vuelta, nunca pude manejar a ese mocoso.
— Que se haya ido no me sorprende, hizo lo mejor, alejarse de una bestia como tú.
Pedro le pegó con el puño cerrado, quebrandole el labio. Se limpió la gota de sangre que cayó de su labio.
— No te bastó con encerrarme ahora vienes a golpearme y reclamarme por lo mal padre que eres. Alejo jamás volverá, tendrá que ser muy tonto y él es muy inteligente.
Pedro se quitó la correa y le pegó con la hebilla de hierro en los brazos, dejándolos marcados, mientras Eudoxia gritaba de dolor. Hasta que se cansó se detuvo.
— Tus golpes no me hacen daño como antes, ahora soy mucho más fuerte. He pasado cosas peores en éste lugar y estos golpes son insignificantes.
Pedro venido que no podría obtener nada de ella, se marchó lleno de rabia, tropezando con gente a su camino. Las cosas estaban saliendo de su control y eso lo hacía sentir impotente, un sentimiento que odiaba experimentar un hombre que creía tener poder sobre todas las cosas, en su complejo de dios tirano. Catalina, era la única mujer por la que se había dejado vencer por alguna razón, ella lograba calmar esa bestia que estaba dentro de él y entendía sus problemas y sus objetivos. Ella sabía que había que hacer lo necesario para alcanzar un fin, el cual era mantener un imperio y una buena imagen ante los demás y Alejo estaba poniendo en peligro ambas cosas. Cuando regresara se aseguraría de matarlo.
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Guerra De Imperios
Historical FictionUn país utópico, se convirtió en el imperio más grande la historia, pero que fue borrado para siempre sin explicación alguna, no hay datos ni referentes históricos sobre el. De este lo que más resaltaba era su emperatriz que más tarde se convirtió e...