Capítulo 3

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Felipe III, caminaba por el gran jardín de su castillo, con una corona demasiado pesada para su cabeza, forjada en oro y decorada con diamantes y rubíes. A veces Felipe, quería ser simplemente Felipe y no tener los dolores de cabeza que conllevaba ser el gran emperador. Deseaba ser tan resistente como Tess, ella era una emperatriz con carácter fuerte, que sabía como manejar los momentos de más estrés. La admiraba completamente, estaba orgulloso de lo que era ella.

Descansó en una banca de mármol, con las manos detrás de la cabeza y los ojos cerrados, apreciando el dulce sonido de la hojas siendo agitadas por la brisa, una sensación tan embriagante que deseaba tenerla más a menudo, pero dada a sus constantes ocupaciones no podía. La gente pensaba que la vida de un emperador era fácil, que sólo se trataba de mandar sin ejercer ningún trabajo físico, pero era algo agobiante y más cuando se avecinaba una guerra. Amaba a su esposa, pero odiaba la idea de que fuera propuesto una guerra, tenía miedo de no salir victorioso.

Maria Teresa observó a su esposo sentado, dándole la impresión de estar dormido. Dulcemente acarició su cabello rubio tan suave que tanto le gustaba. Este levantó la cabeza con una expresión cansada, ya apareciendo señales en sus ojos de trasnochos.

-Te necesitan en la asamblea-. Ella le sonrió.

-No sé ni siquiera para que hay una "asamblea", sí sólo toman en cuenta lo que digo. Parecen marionetas esperando indicaciones del emperador.

-Así son las cosas Felipe, nacimos en una época de monarquía, no es una democracia. Y ahí que aceptarlo.

-¿Cómo lo logras?

-¿A qué te refieres?

-A estar cómoda con esto.

-Sólo sucede. Felipe yo no nací en cuna de oro como tú y lo sabes, también creía en una cercana democracia y prometí que si algún día que subiera al trono haría lo posible porque así fuera, pero ahora que estoy aquí, me he dado cuenta que la gente está demasiado acostumbrada a la monarquía que actúa con libertinaje cuando se le da independencia. Un ejemplo es Rusia, tenemos que arreglar las cosas con ellos o serán el próximo imperio, uno totalmente despiadado.

-Y ¿nosotros no los somos?

-Menos-. Sonrió Maria Teresa y Felipe le dio un corto beso en los labios.

Felipe se encaminó a la asamblea, donde lo esperaban hombres devotos a él. Se armó de valor y fingió una expresión orgullosa.

Los hombres lo saludaron con euforia. Haciendo reverencias ante su majestad el emperador. Y el fingió estar agradado de verlos, nunca le habían agradado aquellos hombres que hacían comentarios despectivos a la gente de menor clase social o que no iba de acuerdo a sus ideales.

-Estabamos hablando señor emperador acerca de aplicar un castigo más severo para los ladrones.

-¿Por qué no invitaron a Maria Teresa?

-Bueno señor, usted sabe ella es una... Mujer-. Soltaron una risotada al unísono.

-Hay reinas en otros países y cuando se refiera a ella, sólo llamela emperatriz. Es de mayor rango que usted y merece respeto -. Dijo con amargura, los hombres palidecieron.

-Si hay reinas, emperador, pero nunca serán igual que un hombre, sólo son acompañantes del rey.

-Si Maria Teresa no está no podrá ser ejercida la asamblea-. Estrelló el puño contra la mesa causando un sonido molesto.

-Está bien señor, mandaremos a un cartero para avisarle.

El emperador tomó asiento y esperó hasta que Maria Teresa apareciera. Y todos lo siguieron, termian por sus vidas, el emperador lucia muy molesto. Habían ofendido a su esposa.

Maria Teresa apareció con la expresión que siempre mantenía, llevaba un vestido rojo con aplicaciones de color negro y guantes de seda blancos, llevaba la gran corona de plata, con diamantes y zafiros. Los hombres se levantaron e hicieron reverencias, ellos besaron su mano y ella se mantuvo con su expresión sería.

-Al parecer querían iniciar una asamblea sin mi. Agradezcan que mi amado esposo es bondadoso con ustedes o sino sus cabezas estarían colgadas en estacas.

Los hombres tragaron en seco. Aquella mujer atemorizaba y esa era una de las razones por la que la querían evitar. Odiaban sentir esa sensación con una simple mujer.

-Nuestras más sinceras disculpas, señora.

-Comencemos a lo que venimos.

El sacerdote se colocó de pie y extendió un pergamino.

-Proponemos un castigo más fuerte a aquellos viles hombres que se dedican a robar la paz de nuestros habitantes, tomando cosas ajenas. Un peligro para la paz establecida. Las linchadas no son suficientes ni la amputación de manos, es necesario la pena de muerte.

-Algo que aplican otros imperios, me parece perfecto. ¿Qué te parece a ti?

-Me parece lo merecido. Además en otros reinos e imperios ya la están aplicando.

-Dicho eso, se da como finalizado la reunión. Gracias por su presencia señor emperador... Y emperatriz.

Los hombres se despidierom al emperador y luego se acercaron a la emperatriz. Esta tomó por el brazo clavando sus uñas en el brazo del lord.

-Esto no se va a volver a repetir o sino cumpliré mi advertencia. No necesitamos personas que se crean superiores ante su señoría la emperatriz-. Levantó el mentón con altivez.

El hombre salió temblando junto con sus compañeros. Estaban pálidos y llenos de miedo. La emperatriz sintió satisfacción y su esposo sólo sonrió.

Apenas llegaron al castillo. Se adentraron en la gran habitación real y Felipe empezó a besar a su esposa, acariciando su espalda para luego abrir la cremallera de su vestido, para luego quitar el resto que sobraba. Observó su desnudes con detenimiento, como si fuera la primera vez, sus mejillas se ruborizaron como un adolescente y se sintió avergonzado. Maria Teresa se encargó de retrirarle la ropa y volvieron a besarse, para que luego Felipe cuidadosamente depositara besos en todo su cuerpo y luego ella siguiera hiciera lo mismo estando arriba de él, moviendo su cuerpo y dándole paso a que Felipe hiciera penetraciones. Movía su cuerpo, teniendo el control de la situación. Ambos empezaron a soltar gemidos que se oían a las afueras de la habitación.

Uno de los sirvientes y una sirvienta oían aquellos sonidos y sonreían divertidos.

-Están teniendo un buen sexo, eso significa beneficios-. Habló la mujer.

Felipe estaba a punto de llegar al clímax dijo lo siguiente:

-Deberiamos tener un hijo. Para que sea Felipe lV

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora