Era el día de la operación del emperador, ella tenía que fingir una irremediable preocupación, la cual era nula. Algo que deseaba con todas sus fuerzas, era el fallecimiento de Pedro para subir al trono. Tantas noches compartiendo con aquél hombre sin sentir el mínimo amor, solo el repudio, pensó que le tendría al menos un poco de aprecio pero no.
Ana estaba recostada en su hombro llorando, ella soltaba unas cuantas lágrimas de cocodrilo que limpiaba con su pañuelo con bordados en hilo de oro. Llevaba sus iniciales.
Benjamín fijó su mirada en ella, luego salió del salón y empezó a hacer guardia, ella lo siguió dejando a su falsa hija llorando en el mueble, le dio un pequeño golpe en la espalda.
— Sé que tu lo odias, pero él me salvó la vida y ruego a los dioses porque se salve. Aunque no soporto verlos juntos.
— Yo lo que más deseo es su muerte— dijo en voz baja.
— No deberías estar hablando aquí conmigo a escondidas, alguien podría vernos y tu corona correría peligro.
María Teresa lo agarró por las muñecas y besó su mejilla, él la apartó, temiendo que alguien pudiera verlos, aunque estuviera solo haciendo guardia.
— No vuelvas a hacerlo.
— No puedo resistirme más, Benjamín, mi cuerpo lo exige, mi corazón está quebrado e incompleto si tú no estás con él.
— Mi corazón está contigo, pero ya no te pertenezco.
Esa eran las palabras que más le habían dolido a ella.
El día transcurrió demasiado lento, la operación de Pedro fue eterna y todo el palacio estaba preocupado por lo que pasaría. Ella deseaba que no se salvara de esta. Podía imaginar la corona puesta en su cabeza y sentía que se le hacia agua la boca.
Fue a eso de la medianoche que salió el médico salpicado con algo de sangre en su ropa blanca. Ana sintió escalofríos y se aferró fuertemente del brazo de Catalina.
— Tengo malas noticias.
Ana rompió en llanto y su madre la abrazó, haciendo una cara de sorpresa y fingiendo tristeza en su rostro. Ella era tan buena actriz como gobernante.
— ¿Podría decirme qué sucede?
— La cirugía no fue exitosa, lamento decirlos, pero le quedan pocos días a el emperador. No pudimos hacer más nada.
Catalina lo agarró por el cuello y le propinó una cachetada. El hombre se quedó estupefacto con aquella respuesta de la señora.
— Es usted un inepto e incompetente, por favor márchese y jamás regrese a servir a la corte.
— Madre él hizo lo que pudo.
— No lo creo, hija
Entró a la habitación donde reposaba Pedro, completamente debilitado, con la piel ligeramente amarilla, un color violáceo debajo de sus ojos y las vendas llenas de sangre en el abdomen. Ella no podía sentir más que satisfacción, pero su rostro solo demostraba una tristeza.
— Querido, tus fuerzas están desgastadas, pero guardo las esperanzas que la fortaleza de tu corazón te salvará de esta.
— No seas fantasiosa Catalina, sé que voy a morir y solo te pido que cuando te deje el trono haga las cosas bien, haz crecer a Rusia mucho más de lo que yo lo he hecho y que no te tiemble la mano para tomar decisiones, guardo todas mis esperanzas en ti.
Agarró su mano y la miró con esos ojos de una persona agonizante. Ella no pudo soportar mirarlo un poco más y soltó su mano para tomar un perfume de lavanda y esparcirlo por el aire.
— Al menos este lugar debe oler a vida.
— Pensé que odiabas la lavanda.
— Las personas cambian.
Sintió un poco de nervios par aquella mirada que parecía saber mucho más de lo que creía.
— Has estado saliendo mucho en la noche.
— Visitando una amiga, he estado devastada por tu situación y he buscado consuelo y consejo en mi mejor amiga.
— Cuando vuelvas a ver a Rebecca, por favor dile que le guardo aprecio.
Ella sonrió, desconociendo el nombre de aquella mujer, eso solo lo podía saber la verdadera de Catalina. Sentía que todos esos comentarios de parte de Pedro era como si la estuviera poniendo a prueba. Así que busco una escapatoria.
— Creo que debes descansar, iré por el jardín.
Besó su frente y se marchó al jardín como justo había dicho, de nuevo se encontró con Benjamín que estaba sentado sobre el césped agarrando amapolas.
En medio de aquél sendero de amapolas, María Teresa no pudo resistir más esa agonía del rechazo de Benjamín y comenzó a besarle el cuello.
— Te deseo más que a nada.
— Deténgase señora.
— ¿Acaso no le causo el mismo deseo que antes?
Se bajó la cremallera del vestido y dejó ver sus senos, de pezones rosados. Benjamín estaba luchando contra esos deseos y la razón que le decía que saliera corriendo, pero esta vez ganó su lado irracional. Agarró a María por la cintura y besó sus senos para luego empezar a quitarle la ropa. María recorría con su boca cada centímetro de ese cuerpo vigoroso y fornido. Él la embestia de manera rápida y ella se resistía a soltar algún gemido, para que nadie los escuchara.
Ellos hicieron el amor en el jardín, a unos cuantos pasos de un hombre moribundo que era el esposo de la mujer la cual ella había usurpado su cuerpo.
Sintieron las pisadas de alguien y se separaron, para luego correr a esconderse desnudos con las ropas en las manos en un pequeño cuarto donde estaban las herramientas de jardinería.
Pedro llamó a uno de sus sirvientes para que buscara a Rebecca y él se encargó de traerla. La mujer estaba dormida cuando un hombre de repente llegó a su casa con orden de que fuera a visitar el emperador.
Ella vistió lo más rápido posible y montó uno de sus carruajes, para la petición de su señor.
Él estaba en su cama acostado y en muy mal estado cuando ella entró y sintió horror de verlo tan acabado pero trató de disimular.
— Buenas noches mi señor, me ha llegado el mensaje de que pedía mi presencia.
— Puedes marcharte— Pedro le dijo a su sirviente.
Rebecca quedó a solas de él, estaba sorprendida de que el emperador hubiera solicitado su presencia cuando le había dicho que se alejara del palacio, luego de rechazarla por última vez, después de haber sido amantes por años. Ella era una de sus queridas, la cual botó de la noche a la mañana.
— Te llamé porque tengo que preguntarte algo, ¿Catalina fue a visitarte estos días?
— No señor, ella me ha hablado desde que tenía sospechas de que éramos amantes.
— Solo quería llamarte para eso, puedes marcharte.
Rebecca tomó la mano de Pedro.
— Antes de irme quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón Pedro y que deseo que te mejores.
Cuando Rebecca se marchó, Pedro aprovechó para llamar a uno de sus consejeros, diciéndole que le trajera mañana un papel y tinta porque pensaba dejar escrito algo y quería que el lo autenticara.
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Guerra De Imperios
Historical FictionUn país utópico, se convirtió en el imperio más grande la historia, pero que fue borrado para siempre sin explicación alguna, no hay datos ni referentes históricos sobre el. De este lo que más resaltaba era su emperatriz que más tarde se convirtió e...