Capítulo 37

6 3 0
                                    

1725

María Teresa logró salir del cuarto, y se encontró con una sirvienta que dejó caer la bandeja de plata que llevaba en sus manos al verla desnuda.

— Por Dios señora.

— Estaba conectandome con la naturaleza, sintiendo la bella creencia de Dios y fue necesario quitarme la ropa. ¿Podría traerme algo de ropa?

— Sí señora.

Apenas la mujer se marchó, regresó de nuevo al cuarto donde aún estaba Benjamín desnudo.

— Ya me inventé una excusa para que me trajeran ropa, comprenderás que no podía pedir la tuya porque sería sospechoso, pero trataré de conseguir ropa para ti.

— No es necesario, más bien sal rápido antes de que te puedan ver junto a mí. Buscaré la forma de lograr salir.

Era medianoche cuando María Teresa regresó al aposento junto a su esposo moribundo que había exigido la presencia de uno de sus consejeros, para el día de mañana. Más él no pasaría de unas horas.

— Has estado engañándome tiei este tiempo — le susurró él a su oído.

— Querido esas palabras me hieren de tan vil manera, no hay ningún tipo de arte engañoso en mi ser.

— Sé que no has estado visitando a tu mejor amiga, ¿dime tienes acaso un amante?

— Jamás cometería aquél sacrilegio, mi señor.

Ana entró en ese instante por esa puerta y se tiró en los brazos de su padre.

— ¿Te pondrás mejor padre?— le dijo su hija en medio de su lecho de muerte.

— ¿Podrías pasarme un poco de tinta y papel? — dijo con las pocas fuerzas que le quedaban.

El emperador estaba muy débil en aquél entonces, que cuando recibió la hoja y la tinta, él falleció, cumpliéndose aquél deseo que María Teresa le pidió a los dioses y a sus ancestros.

Ella lanzó un grito exagerado e  hipócrita y rompió en llanto, en una escena completamente farsa, para los ojos de todo un palacio.

Ana se apoyó sobre el hombre de su madre y lloró como nunca, junto a su otro hijo.

El día siguiente se realizó el funeral, con gente por montón rodeando el cuerpo del gran emperador, de aquél que llamaban el grande.

Benjamín observaba como María montaba todo un teatro frente a todos los presentes y lo supo, esa no era la mujer de la cual se había enamorado, él se enamoró de aquella mujer auténtica, de carácter fuerte, que se mostraba al mundo tal como era y que si bien hacia lo necesario para alcanzar el poder, nunca había llegado tan lejos como hasta hora. Lo notó cuando ella pasó a su lado, fingiendo no notarlo y concentrarse en poner todo en orden lo de sucesión.

Fue así durante toda la semana, que la nueva emperatriz ni siquiera lo determinó. Estaba tan pendiente de esa pesada Corona en su cabeza, de todo el poder que recibiría que ella demostró lo que de verdad era importante.

Cuando ella quiso acercarse a él cuando comía en el jardín y tratar de besarlo, portando su traje elegante. Él la rechazó.

— Si buscas a el amante que te complazca cuando estés hastiada del poder o de tu ultimo recurso en tu tiempo de arrepentimiento, esto ha acabado.

— Benjamín, por favor no digas eso.

— Lo digo, Teresa.

Él acarició su mejilla y ella la agarró con tanta fuerza, que él le costó soltarse de ella.

— Por favor no me dejes, toda esta riqueza no se compara a lo que siento por ti.

— Entonces deja el reino y vuelve a la isla conmigo.

Ella se quedó callada, mirando hacia atrás ese imponente palacio y todo el peso que caía sobre sus hombres. Toda la lucha que tuvo por volver a sentir aquella sensación de poder, ¿iba a ser en vano? , no renunciaría a tal oportunidad, a pesar de que su corazón le sugeriría que saliera corriendo con el amor de su vida.

— Tu silencio, tiene mucho más significado que su hubieras soltado alguna palabra.

Él se levantó y se marchó, dejando a una María Teresa destrozada, que no pudo seguirlo, porque sabría que no sería capaz de renunciar a todo el poder.

Fue llamada para subirse al trono y hablar a su pueblo, sentía que estaba experimentado la misma sensación que cuando murió Felipe II, cuando ella se convirtió en emperatriz junto a su gran amor Felipe. Toda esa gloria, la disfrutaba en soledad.

Su hijo fue nombrada por ella misma lord, colocando la espada sobre su cabeza, mientras él estaba arrodillado frente a ella.

— Eres todo lo que me queda hijo— le dijo al final de la ceremonia en un rincón del palacio.

— Si no se le hubiera dado por borrar Agar de la historia, yo sería un príncipe que pronto se convertiría en emperador, pero no te gusta compartir tu gloria madre. He oído que Benjamín se marcha, también lo haré junto con Rosa.

— Por favor hijo no me dejes.

Ella lanzó una suplica en medio del llanto de una madre que temía separarse de su hijo. De lo último que le quedaba.

— Lo siento madre, pero me iré mañana mismo y por favor no trates de impedirlo, no acabes con el poco amor que te tengo.

Los siguientes días para María Teresa significaron una gran transformación. La amargura en su ser era eminente. Era mucho más despiadada  que antes y déspota.

— Por favor señora, perdone aquella falta cometida en uno de sus graneros, tuve que hacer lo necesario para salvar la vida de mis hijos.

— Si quitas el pan para darle a una pequeña parte, se la estarías quitando a todo un pueblo. Estamos en tiempo de escases. ¿Acaso puede ser perdonado un acto tan egoísta?

— Señora que sugiere— le dijo el consejero.

— La horca.

Ese día ella experimentó una especie de nostalgia y decidio ir a  visitar la tumba de Alejo, quien había sido un alma pura arruinada por Pedro.  Él le recordaba tanto a su hijo. Le colocó unas margaritas blancas y cantó en su mente una de las canciones que ella hacía para los dioses.

— Tienes todo el poder, deberías estar feliz, pero tu corazón está marchito y podrido.

Ella se dio la vuelta para ver a Eufrates ya canosa, quien la miraba con esos ojos llenos de sabiduría.

— ¿A qué se debe que hayas decidido buscarme?, pensé que me habías olvidado igual que ellos.

— Vengo por todas y todos.

— ¿Por quienes?

— Por el aquelarre, María. Una de las brujas ha tenido un sueño donde dice que tu eres la elegida para ser la sucesora de la reina de la brujas asesinada en la hoguera.

— No puedo permitirme tal cosa, tengo todos los ojos de un imperio puesto sobre mí, no quiero pasar lo mismo que antes.

María Teresa estaba dispuesta a irse y se dio media vuelta caminando lejos de la bruja, pero antes de que se fuera ella la detuvo.

— Tendrás la inmortalidad esta vez, si accedes.

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora