Capítulo 38

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El corazón de María estaba dañado, era tan solo unas esquirlas de lo que antes fue, sin Benjamín a su lado y su hijo sentía que era como un barco fantasma, que no era tripulado por nadie, a la deriva, en medio de un mar infinito interminable.

Pensó en lo que le había propuesto Eufrates, se preguntó ¿por qué querría la inmortalidad?, estaba sola y lo estaría más aún cuando todos los que amaran muriera y ella aún viviera, pero también tenía la opción de ser la eterna reina que siempre deseó.

Se quitó la corona y la miró por un momento, tanto luchar para morir en otro cuerpo y que todo acabara.

Si decia haderlo, tendría que salir en carruaje y pedir que la dejara cerca del lugar para que no vieran al aquelarre. Y así fue como lo hizo, partió en la noche cuando había cumplido la mayoría de sus obligaciones. Mandó a su hija a un baile como su representante.

Ella bajó en medio del bosque y el carruaje estaba estacionado, se sintió un poco nerviosa con su presencia.

- ¿Podría marcharse y luego regresar por mí al mismo lugar?

- Señora este lugar es un lugar muy solitario, es mejor que me quede.

- No se lo estoy pidiendo, es una orden- le dirigió una mirada cargada de autoridad e impaciencia.

El hombre se marchó con el carruaje, lo menos que quería era un brote de histeria de su emperatriz. Uno que significaba su cabeza, colgada en una estaca.

María Teresa se detuvo a esperar que estuviera lo suficientemente lejos como para ella conjurar un hechizo en voz alta, para que el matorral le diera paso. Mientras hacía este conjuro sus ojos se colocaban por completamente blancos.

Apenas ella llegó, tambores y flautas sonaron, una bruja desnuda lanzó una flecha a un árbol. Otra se acercó igual de desnuda que la otra y le dio de beber una bebida amarga y aceitosa que la hizo sentir con los sentidos más vivos que nunca. Sentía como si levitara.

Eufrates la miraba con una sonrisa, ella se quitó su ropa y quedó completamente desnuda para la gran ceremonia, junto al fuego besó a su antecesora en los labios y bebió de ella todo su poder, se alzó sobre la fogata, con un aura que solo ellas podían ver. Cantaron alrededor de su nueva reina y dieron vueltas 10 veces hasta que ella volvió a caer sobre tierra y la llama se apagó.

Eufrates la cubrió con una manta de piel de búfalo y la ayudó a ponerse de nuevo su ropa. Estaba temblando del frío.

- De ahora en adelante tu vida cambiará para siempre. Cada medio milenio una nueva bruja asciende como reina y se convierte en inmortal, la vieja bruja pierde el poder pero sigue siendo inmortal.

- ¿Seguiré en el cuerpo de Catalina por siempre?

- Puedes cambiar de imagen cuando tu desees, María, tienes el poder de hacerlo.

Los años pasaron y María Teresa jamás envejeció, tenía que con un poco de magia hacer aparecer canas y arrugas en su cara. Su reinado fue uno de los mejores, hubo grandes bonanzas para el imperio y la llamaron la grande al igual que Pedro.

Ella tuvo que fingir su muerte, cuando sintió que era hora de comenzar una nueva vida. Ese día bebió de una pócima que la hizo parecer muerta y fue enterrada. Eufrates desenterró la tumba y la sacó cubierta de arena.

Ahí estaba ella con el aspecto de una joven de 35 años, sin ninguna arruga y sin canas. Eufrates estaba bastante envejecida. A sus 100 años, estaba aún lúcida, pero con una joroba que le dolía como miles demonios y llevaba un bastón de madera, la vida ya le estaba pesando.

- María Teresa has sido una gran dirigente y no dudo que lo serás por muchos años en diferentes imperios.

Eufrates se sentó en una roca, en el cementerio y sus ojos se cerraron, cayendo sobre pasto lleno de nieve. María Teresa lloró su muerte como la de una madre, pues eso fue para ella, sostuvo su cuerpo y lo enterró en el mismo lugar donde ella estaba. Miró la lápida y la besó. Marchándose de ahí, dispuesta a tomar una nueva vida, ahora sin nadie.

Con una bufanda y un trapo ocultando su cara, montó un barco y fue cuando estaba sentada y este comenzó a navegar, vio a la mujer que por mucho tiempo fue su cuñada. Se acercó a ella por la espalda y la abrazó.

- Es bueno ver una cara conocida. Pensé que estarías en la isla con ellos.

- Sabes que sería demasiada tentación para mí, tengo que alejarme de todo lo que me pueda hacer caer en ese abismo interminable.

- Te refieres a mi hijo.

- Sí- le detalló la inexplicable juventud- Luces misteriosamente joven María Teresa, no me digas que hiciste algo para estar maldita como yo.

- No lo hice, lo que hice no es una maldición, al contrario es un servicio y de eso te contaré cuando lleguemos a tierra firme.

Marella le sonrió y agarró la mano de la que siempre sería su compañera. A pesar de sus problemas y disgustos por sus personalidades completamente diferentes, como día y noche.

Cuando llegaron a tierra firme, en Roma, ellas bajaron cerca del río, María llevaba un botín de dinero que le permitiría sobrevivir por mucho tiempo, ahora tenía que buscar una nueva identidad, una dirigente a la de Catalina. Primero que todo tenían que buscar un lugar donde dormir y eso fue lo que hizo. Una señora que estaba a punto de viajar apenas vio el dinero que se le iba a ofrecer por su casa, la aceptó sin hacerles muchas preguntas sobre su identidad.

— Es una buena casa, acá tuve a todos mis hijos. Cuando usted se case, disfrutará de esta casa con sus hijos.

— Tengo un hijo pero está muy lejos— dijo nostalgica.

— Ojalá regrese pronto, no es bueno que una mujer esté sola.

— Tengo a mi mejor amiga.

La mujer reparó e hizo una mueca de desagrado.

— Las mujeres solteronas viviendo juntas no es bien visto.

— Acá estamos haciendo un negocio, no le estoy pidiendo su punto de vista, señora.

María no soportaba que la gente opinara de su vida y menos una recién aparecida.

La señora volteó la cara e hizo un sonido de desagrado para partir con sus maletas.

— Que señora más desagradable.

— Espero que en un futuro cambien las cosas.

Los siguientes días ellas se encargaron de limpiar la casa, quitando telarañas y el polvo que estaba por todos lados, casi ni parecía que alguien viviera allí. Esa señora era demasiado despreocupada por la limpieza.

María siempre había sido una mujer que le gustaba que todo estuviera impecable y eso fue lo que logró junto con Marella.

Con nuevos nombres ella y su mejor amiga, se lograron meter en sociedad, diciendo ser duquesas de un lugar muy lejano, teniendo grandes riquezas. Hicieron parte de la nobleza en Roma y pronto María se casó con un Lord, el cual murió a los pocos días de su matrimonio misteriosamente, dejándole toda su fortuna a ella. En Roma, ella no fue emperatriz, pero si creo gran poder allí. Se convirtió en la dueña de miles de tiendas de telas, vestía incluso a los emperadores y se ganó tanto su confianza, que se convirtió en la consejera real.

Ella tenía la característica de ser una mujer que podía convencer a cualquiera con su palabrería y eso le sirvió por muchos años. En Roma estuvo a punto de ser emperatriz de nuevo, pues logró enamorar al príncipe y casarse, pero este perdió el derecho al trono, por ser descubierto con otro hombre en su aposento.

— ¿Tenías que justo hacerlo en el palacio?, hay lugares clandestinos, César.

— No pude resistirme.

— Ahora has perdido todo tu derecho al trono, tan siquiera tu padre no te quitó la herencia.

Sus años compartidos con aquél príncipe que poco pensaba y rozaba apenas el libertinaje, fueron los años más divertidos de su vida. Aquél hombre se convirtió en uno de sus grandes amigos y a pesar de que no lo amaba, si disfrutaba su compañía.

Sin embargo todo ese largo camino de cambios de identidades y nuevos comienzos, tuvieron sus grandes altibajos, como aquél español que la maltrataba y ella tuvo el carácter para frenarlo y matarlo con un brebaje en su café que no dejó rastro y simuló un ataque de corazón por la vejez.

Por muchos años tuvo todo el poder y aún en la actualidad, con un gran imperio, fue que sintió el verdadero peso de la soledad.

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora