Capítulo 29

10 3 0
                                    


Estaba sentada en el trono cuando aquella mujer la que hoy llevaba su cuerpo, le había suplicado que por favor perdonara la deuda de este mes.

— No lo puedo permitir, si usted lo hace el resto lo hará.

— Por favor mi emperatriz.

Ella se arrodilló y agarró su mano, entonces ella contempló una visión de ella en el futuro llevando la misma corona que llevaba ella junto a un hombre. Los hombres gritaban "Viva el imperio Ruso".

Luego visualizó a Agar cayendo en pique, siendo solo escombros y su cuerpo quemado por completo.

María Teresa abrió los ojos de par en par, con la respiración agitada luego de haber tenido ese sueño con la mujer a la que le pertenecía ese cuerpo. Pedro estaba pegado a ella y besaba su hombro.

— Pedro debo irme temprano, tengo que resolver algunas cosas de la casa donde vivo, voy a buscar mis cosas para traerlas acá.

— Está bien, tomate el día libre mi esposa, de hecho olvídate de seguir siendo una sirviente, ahora eres toda una dama noble.

Al llegar a la casa que dejaría de vivir para ser la esposa de Pedro, se acercó a Eufrates y le mostró el mechón de cabello que había cortado de su esposo.

—  Lo lograste, ahora necesitamos de las velas rojas y la cuerda.

En uno de los cuartos tenían todo lo requerido para hacer aquellos hechizos. Siempre que iban a comprar ese tipo de artículos eran muy cuidadosas de que nadie supiera de lo que hacían o sino de nuevo pararía en la hoguera. Entonces ató el mechón de cabello a una de las velas y en la otra, el mechón suyo, unidos por una cuerda delgada, encendió las velas rojas y dijo un conjuro en voz baja de amarre, soplo las velas y volvió a encenderlas.

— Ahora serás mi subyugado sin saberlo Pedro— soltó una carcajada.

— ¿Cómo está Benjamin?

— Él tendrá que entenderlo.

Benjamin estaba junto con los soldados en uno de los barcos, iban rumbo a una expedición al imperio Otomano, para hablar sobre los acuerdos de paz que estaba haciendo Pedro, lo que más quería llevar era la paz con sus adversarios tan fuertes como él.

— No me sorprende que mi señor se case con esa mujer, todos sabían que ellos eran amantes de años hasta su misma esposa, ellos tienen muchos hijos pero nunca habían podido tomar el lugar de hijos legítimos porque Catalina era solo una amante, pero ahora que esa mujer ha logrado su cometido y va a ser su esposa, y con nuestra señora fuera del camino, se convertirá muy pronto en la emperatriz— comentó uno de los soldados, con una sonrisa burlona.

— ¿Quién les dijo todas esas cosas?

— Todo el mundo lo sabe, como dije, me extraña que no lo supieras. Es admirable esa mujer y no se puede negar que tiene unos encantos y unos atributos excitantes.

— No hable así de la futura emperatriz, si tan solo el emperador Pedro lo escuchara...

— Tranquilo general, él está muy lejos y no creo que haya ningún soplón.

Ahora Benjamín sabía que el cuerpo que había escogido María Teresa no era al azar, si Catalina llevaba años de ser pareja de Pedro, de alguna forma ella lo sabía, por el conocimiento que tenía en las artes oscuras. Cuando regresara a casa, le pediría una explicación y no se conformaría con más mentiras. Cada vez se sentía más decepcionado.

Los preparativos de la boda iban de manera apresurada, Pedro quería que lo más pronto posible Catalina se convirtiera en su esposa. Así poder dormir junto a ella, sin tener que de nuevo soportar a Eudoxia, una mujer insípida.

Bebió otro trago de ron y se río junto con uno de sus amigos, que lo llevaron junto a unas mujeres muy atractivas y agraciadas, que se subieron en sus piernas y el clavó su mano en sus traseros, sonriendo totalmente embriagado.

María Teresa terminó lo del amarre y procedió a lo de la invocación de Catalina, la verdadera Catalina, para ello usó un espejo y velas. Recitó un conjuro de su libro y regó un poco de su sangre sobre el círculo hecho con azafrán.

— Soy María Teresa y te llamo a ti Catalina.

El alma de Catalina se apareció en el espejo, parecía su propio reflejo pero ligeramente opaco.

— No deseo comunicarme con usted.

— Debes, estás atrapada en el espejo, hasta que yo decida, si me ayudas te dejaré libre y te devolveré la paz que tenías.

— ¿Qué desea?

— Sabes bien que tomé tu cuerpo y deseo saber todo sobre ti, tus gustos, tu vida, tus miedos y todos tus secretos.

— Si le cuento aquello, ¿Me promete que no le hará daño a los que quiero?

— Es una promesa.

— Soy Catalina, antes me llamaba Helena pero me cambié el nombre. Antes tenía un esposo, pero eso no es lo importante para usted sé que es Pedro lo que le importa. Él y yo somos amantes de años, lo conocí cuando servía para su castillo, pero me fui porque Eudoxia me hizo que me fuera, así que pasábamos en la cada que usted me ha robado. Tuvimos 11 hijos, de los cuales 3 están vivos, Pedro tiene esperanzas en Pedro pero él no vivirá mucho, me lo han dicho aquí y he sentido su presencia. Mis mayores miedos son perder a los que más amo, lo cual he pasado mucho, ser traicionada y las alturas, nunca pero nunca me han gustado las novelas de romance y no usé jamás pendientes demasiado largos.

— Gracias.

María Teresa tapó el espejo.

— ¡Oiga dijo que me liberaría!

Ella movió su mano para callarla y salió de la casa en un carruaje que la vino a recoger para ir al castillo, y preparar todo lo de la boda.

Cuando fue al aposento de su esposo vio que estaba con tres mujeres más desnudas encima de su cama, riendo.

— ¡Se marchan ahora mismo de mi aposento!

Las mujeres salieron corriendo, poniéndose la ropa lo más rápido posible. Pedro estaba con una sonrisa en sus labios y palpa la cama para que ella se siente junto a él.

María Teresa tiró la puerta, con una ira y desprecio al hombre que estaba la frente, no era más que un hombre despreciable al que tenía que aguantar por un tiempo hasta que obtuviera lo que quisiera.

— No me gusta que esté metiendo mujeres, en nuestro aposento. Soy su esposa y no soy como Eudoxia que era demasiado débil para no hacer ver su lugar.

— Tendrás que acostumbrarte, soy un hombre.

— Ser un hombre no justifica sus impertinencias, si quiere satisfacer sus placeres, hágalo fuera del castillo, no permitiré que se burle de mí.

— Eres tan mandona que eso me fascina, era una mujer excelsa— le besó la mejilla.

Guerra De ImperiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora