Imperio Ruso 1722
Benjamín ya dentro del castillo, sus oídos eran acuchillados por un sonido desafinado de un violín, un joven de unos 26 años era el causante. Pedro le arrebató el violín.
— No sabes tocarlo, déjalo ya.
Le pareció que fue algo duro de parte de Pedro, regañar al pobre joven que era pésimo tocando el violín. Recordó las tan bellas melodías que tocaba María Teresa. Entonces cayó en cuenta que había una forma de introducirla en el castillo.
— Discúlpeme la impertinencia señor, pero conozco a una buena maestra de violín y podría darle clases a su hijo.
El hombre lo miró como si lo que le hubiera dicho fuera sido incorrecto, pero luego soltó una sonrisa.
— No estaría mal, tráela mañana y vamos a ver si de verdad es tan buena como dices.
Se marchó ligeramente encorvado, siendo seguido por un hombre regordete y bajito.
Las cosas en el castillo estaban tranquilas por ahora, grandes disturbios no había presenciado, solo algunos campesinos que venían a quejarse de saqueos en sus casas, pero no eran una cantidad lo suficientemente significativa y hasta ahora ningún país del imperio había declarado la guerra, ni escuchaba gritos de independencia, todo funcionaba al parecer bien.
La comida cuando llegó estaba fría y tuvo que comer de ese plato de frijoles fríos y algo amargos.
— Cuando tenga mi primera paga irás al mercado por comida buena.
— Eso fue lo encontré que estaba más o menos bien, al menos en la isla podíamos recoger nuestra propio alimento, pero necesito recuperar mi hogar.
— Teresa, necesitaba decirte algo.
— Prosigue.
— Te conseguí trabajo en el palacio, como maestra de música, específicamente vas a enseñar el violín.
— ¡Eso es una buena noticia!
Le dio un beso en la frente y se sentó en la mesa, esperando que le contara de qué se trataría todo.
— Un jove de 20 y tanto años toca muy mal y sé lo buena que eres tocándolo, así que ya tienes trabajo.
— Es mejor que ser sirviente pero sabes cuánto odio servirle a esos rusos, sobre todo a Pedro, un hombre del que siempre se hablaban cosas.
Al día siguiente María se presentó junto a Benjamín, al despacho de Pedro, este apenas la vio quedó prendado de su belleza. Su boca abierta y su corazón agitado, algo tenía ella que jamás había visto en nadie más.
— ¿Cómo es su nombre? — él besó su mano delicada y pálida.
Ella planeaba tener una nueva identidad, una diferente a la de Helena, un nombre diferente, ninguno de los habitantes de Agar darían testimonio de que existía así que pensó en un nuevo nombre para ella.
— Mi nombre es Catalina.
Pedro quedó con su boca puesta en su mano hasta que por fin la retiró.
— Bueno es un placer que le pueda dar clases a mi hijo, aunque no puedes dedicarte solo a eso, creo que no le comenté a Benjamín pero le servirás también a mi hijo en lo que él desee.
María Teresa estaba llena de furia por dentro, pero no reflejó en su rostro. Sonrió e hizo una reverencia, fingiendo agradecimiento.
— Gracias, señor. ¿En qué puedo empezar?
— Tal vez ayudándome a organizar un poco este despacho. Luego te presentaré a mi hijo para que puedas servirle, como maestra y sirviente. Ben, puedes marcharte.
Benjamín no quería hacerlo por la forma en que ese hombre miraba a su mujer, pero no podía contrariar sus órdenes, no al menos por ahora.
Ella se quedó a solas con Pedro quien no le quitaba los ojos de encima, más sin embargo no se sobrepasó, ni intentó tocarla, la dejó trabajar sin interponerse y ella lo agradeció.
En la noche Benjamín estaba del peor humor y veía a María con desagrado y desdén. Estrelló los cubiertos contra el plato.
— Creo que es mala idea que trabajes allá.
— Tú no decides lo que yo hago, deja tus celos, en esto no se valen celos, estamos infiltrados entiéndelo, tendré que hacer lo necesario para ganarme su confianza.
Benjamín lanzó el vaso de agua al suelo, produciendo un sonido chillón al romperse en mil pedazos.
— ¡A qué te refieres! — alzó la voz completamente colérico.
— Lo necesario.
— Es decir que piensas revolcarte, eres una...
María lo abofeteo, dejando su mejilla enrojecida, evitando que terminara lo que pensaba decir.
— No te atrevas a llamarme de esa forma. Entiende que a veces hay que hacer lo necesario para alcanzar un objetivo y eso no afecta mi lealtad contigo ni mucho menos mis sentimientos. Cuando llegue el momento si demasiado te cuesta aceptar que esté con otro hombre, nos separaremos pero te juro que volveré contigo, porque somos el uno para el otro, las dos caras de la moneda— ella levantó una moneda y le dio dos vueltas.
Benjamín sintió que se bajaba aquello y la abrazó fuertemente, tratando de sentirla muy suya.
Marella no podía más con aquella necesidad que la carcomía y salió de la casa en plena nevada. Su cuerpo temblaba de frío pero sabía que no la mataría después de todo nada podía matarla. Se sentó en un tronco de madera, mientras veía pasar los carruajes. No podía con la culpa de todo, recordó a Adrián y su corazón se quebró y rompió en llanto, para su pesar nadie notó su ausencia en la casa y poca importancia le dieron cuando llegó en la mañana bañada en nieve.
María Teresa estaba limpiando la casa cuando vio a Marella llegar pero tenía tantas cosas en la cabeza que no le dio mucha relevancia. Barría el patio lleno de polvo y sintió la mirada de Eufrates a sus espaldas.
— No le has dicho nada a él ¿Verdad?
— Ni pienso decírselo.
— Deberías, no por mucho podrás mantener oculto que ese cuerpo no lo elegiste al azar, tú sabías bien que le pertenecía a Helena, la amante de Pedro.
María Teresa la cogió por el cuello, haciendo que se le cortara la respiración.
— Tú no vas a decir nada, él no puede saber que siempre desee recuperar lo que perdí, sin importar hacerme pasar por la amante de Pedro.
La soltó y ella se agarró el cuello adolorido.
— Tu ambición y sed de poder me enferma Teresa, pensé que habías cambiado pero veo que no.
— Esa visión donde veía a Helena convertirse en emperatriz, gracias a Pedro no pasó por casualidad, tenía una función en mí y era tomar su lugar y recuperar mi trono, porque lo iba a perder, fue algo que me mandaron los dioses.
— Oh no metas a los dioses en esto, eres tú la que ha forzado que suceda esto, violando las reglas de la madre naturaleza.
— ¡Yo soy la emperatriz!
— Eras— le dijo mirándola a los ojos con pura decepción.
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Guerra De Imperios
Historical FictionUn país utópico, se convirtió en el imperio más grande la historia, pero que fue borrado para siempre sin explicación alguna, no hay datos ni referentes históricos sobre el. De este lo que más resaltaba era su emperatriz que más tarde se convirtió e...