Capítulo 17

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15 años después

Feilpe IV ya no era un niño, ahora era un adulto que estaba a punto de asumir la sucesión del trono. El peso de una gran responsabilidad iba a caer sobre sus hombros y las migrañas aparecían constantemente. Su esposa, Aileen acariciaba su cabeza en busca de alivio al ser que más amaba.

La emperatriz había dicho que le daría la corona apenas cumpliera 20 y así lo iba a hacer. Todos los preparativos estaban listos, iba a recibir la gran corona y el gran cetro que lo proclamaban como emperador del imperio y su esposa también se convertiría en emperatriz, aunque ella no valoraría aquel puesto, sólo sería la sumisa que haría todo lo que él dijera, la verdad es que él no la amaba. Sólo era una buena chica inteligente que necesitaba para gobernar pero no una compañera a la cual amaría siempre. Las mujeres como Maria Teresa eran escasas en esa época, casi imposibles de conseguir. Por eso había tenido que aceptar aquella rubia que encantada haría lo que el le dijera.

El general llevaba un barba espesa y las arrugas eran bastante presente, el pasar de los años de duro trabajo le había causado estragos reflejados en el físico. En cambio la emperatriz mantenía una juventud eterna, que a veces cuestionaba la naturaleza. Algunos la tildaban de artes oscuras haciendo efecto, cosa que podría ser cierto. Dado a qué la Emperatriz era muy cuidadosa con su belleza.

Felipe lucía un hermoso traje que resaltaba su piel bronceada. Rosa acomodaba su capa y este se sentía nervioso con ella, le parecía una chica muy hermosa con aquella piel como lo que tanto le gustaba, el café. Tenía un cabello rizado y voluminoso que escondía detrás de un turbante para trabajar pero cuando la observaba en su cuarto a solas con el cabello suelto realmente se veía hermosa. Sus ojos no eran azules como lo de su esposa pero tenían el brillo que ella jamás tendría. Se había dado cuenta que ella tenía algo que su esposa no tenia a pesar de su inteligencia y era sabiduría. Siempre le daba buenos consejos y era una persona perseverante y misericordiosa. Jamás le había faltado el respeto, ella era una alma pura y casta.

-Te ves muy hermosa hoy Rosa- mencionó el chico.

-Gracias señor - agachó la cabeza avergonzada.

-Ya te he dicho que me llames por mi nombre, no nada de señor- le sonrió con dulzura.

Antes de que ella pudiera objetar la emperatriz se apareció ante el umbral haciendo que ambos se sobresaltaran avergonzados. La emperatriz no era estúpida sabia que su hijo gustaba de Rosa y a ella no le desagradaba. De hecho Rosa le recordaba un poco a ella. Por eso tenía que hablar algo con él.

-Necesito decirte algo.

Inmediatamente Rosa apenada se retiró nerviosa y éste movía las manos nerviosamente frente a su madre. Ella sonrió con dulzura ante el primer amor de su hijo.

-Se te iluminan los ojos cuando estas frente a ella.

-Yo...no, por Dios madre, no- estaba tan nervioso que balbuceaba.

Agarró sus manos y las detuvo para luego besarlas y mirarlo con esa adoración que le caracterizaba hacia sus hijo.

-Deja de temblar no tienes nada de que avergonzarte. Amar no es un pecado.

-Pero estoy casado.

-Con la mujer equivocada. Es hora que sigas lo que dicte tu corazón - dio golpes en su pecho-. Quiero lo mejor para ti, es hora que elijas lo que quieres y no lo que la gente dice.

-Pero mamá a la gente no le agradará, ella es una sirviente y es...

-El color ni la clase social importa. Recuerda que yo era la simple hija de un cartero que no le importaba ensuciar su vestido de barro y eso no le importó a tu padre, no lo defraudes- agarró su rostro con ambas manos y este se arrodilló ante ella- Además es una mojigata caprichosa, no vale la pena.

Su hijo la abrazó, feliz de que su madre le importara más que nada su felicidad y no el que dirán.

Si ella lo apoyaba nada ni nadie podría ser impedimento para que se proclamara emperador bajo sus convicciones y sus elecciones. Si a la gente no le parecía que Rosa, aquella chica y tímida y llena de sabiduría no era apta para él. Él seria capaza de mandar el mundo al abismo para amarla sin temor, uniendo sus cuerpos en uno solo como lo designaban los votos de matrimonio.

En Agar el matrimonio era "para toda la vida", pero las personas de alto poder político siempre se valían de ello, teniendo varios matrimonios a lo largo de su vida. La edad para casarse era mínimo de 18 años por propia elección, pero la edad mínima por elección de un pariente era desde que la niña tenía su primera menstruación. En Agar se creía en dioses de la mitología griega y en oráculos más sin embargo las leyes se regían según la convicción del emperador o emperatriz. Maria Teresa no era muy devota a los dioses, pues para ella estos eran unos despotos dictadores que no merecían recibir agradecimiento por el simple hecho de haber sido creado por ellos. Ellos no hacían nada por los países, dejaban que cayeran en la miseria, así que por ello prefería tomar justicia por sus manos y hacer cambiar las cosas aún así requeriera usar de magia oscura.

Aileen jugaba con sus rizos dorados, sin más nada que hacer en el gran castillo. No era muy apasionada a la lectura ni a las labores de la casa, así que sólo se dedicaba a cotillear y a hacer absolutamente nada. Ahora por su cabeza rondaba la idea de tomar una siesta o pasar un rato con su amado esposo que la rechazaba aún estando completamente desnuda. Era algo que alguna vez había intentado hablar con la emperatriz pero esta era tan severa y poca abierta al diálogo que la había mandado a buscar de hacer cosas productivas en vez de andar pensando con la de abajo. Aquella mujer le caía tan mal, pero era la madre de su esposo y la emperatriz, por lo tanto la mujer más poderosa y no podía hacer reparos o criticarla. A veces envidiaba la belleza que tenía esta, tanto que una vez intentó cambiar el color de su cabello con flores místicas y había terminado con un brote severo que había sido la causa de burlas entre sus amigas, parecía una mazorca andante.

Siguiendo halando sus rizos rubios como el oro, tropezó con su amado esposo y esta inmediatamente se subió a él y depositó besos por toda su cara. Éste se sentía acalorado con tanto cariño y la apartó con brusquedad llevándose una mirada triste de su esposa.

-Aileen necesito hablar contigo y es muy importante- la bajó de sus brazos y esta hizo una pataleta.

-Pero amor, eso lo podemos hablar después. Antes podemos darnos gusto- le mordió la oreja haciendo que este se sobrara la oreja adolorida.

-No, es ahora - habló con firmeza y seriedad. Haciendo que esta se sentara de mala gana.

Felipe aún de pie, tomó una de sus manos y retiró el anillo de oro con el símbolo de su familia, un águila. Esta al ver el acto palideció y soltó lágrimas presa del pánico.

-¿Porqué? - empezó a llorar exageradamente.

-Estoy enamorado de otra persona, lo siento mi rayo de luz - pellizcó sus mejillas y luego el mismo se quitó el anillo con el símbolo de la familia de Aleen para entregárselo.

Sólo bastó una devuelta de anillos para que todo quedara claro entre ellos. No había que hacer ningún ritual de separación, sólo un simple deje de anillos y un anuncio público para que el matrimonio se rompiera en trizas, quedando en la nada absoluta. Aileen tendría que volver a su casa sin todo lo que había entregado en un matrimonio expuesta a la vergüenza.

Aleen lloró soltando chillidos llamando la atención de los sirvientes pero estos eran maltratados por ella y ni siquiera se conmovieron de su llanto. La emperatriz se burlaba desde el segundo piso. Nunca le había gustado aquella chica consentida y pretenciosa. Era lejos de ser una buena emperatriz. En cambio Rosa se le asemejaba a ella, su único defecto era su demasiados bondades que era dañina para un cargo de tan alto poder.

Marella arrancaba pétalos de una flor de jazmín y su amante Tomás besaba sus cuello haciendo que se erizara. Su esposo se había enterado a los 2 años de su amorío y ella del de él con la emperatriz. Al principio había sido duro pero la emperatriz le había dejado claro que a Benjamín que no iba a permitir que se hiciera público su amorío ni menos volvería a casarse, quería demostrar que podía mandar sin ayuda y que si querían podían divorciarse pero el general no lo hizo, se iba a batalla tras batalla tratando de escapar del dolor de un corazón roto. Habían dejado de ser esposos en carne pero aún lo eran bajo papel y por ello debía cuidar de que nadie supiera de su relación con Tomás.

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