LXXVII. Esperanza

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El mes de noviembre se fue derritiendo como la nieve que empezaba a caer en diciembre, el día veinticuatro de diciembre, Eli se esperaba un milagro de Nochebuena y que le devolviesen la vista, había rezado, había llorado, había hecho todo lo posible para que la devolviesen la vista, solo esperaba despertarse algún día viendo de nuevo la cara de sus amigos. Pero ya no era posible y había perdido la esperanza.

Salvo cuando Eva lo vio, eran las tres y treinta y tres de la madrugada, Dani estaba repasando algunos hechizos, conjuros y algunas pociones que podrían servir para la gran batalla que se acercaba rápidamente. En un descuido en el que aprovecho para beber un trago de agua, su antepasada pareció haberse acordado de ella. Las páginas del grimorio se movieron lentamente hasta caer en una pagina en blanco. La hoja empezó a teñirse con palabras escritas en una letra más pulcra que la de Jennet, la de Ellen, que había aceptado finalmente ayudar a su descendiente. Dani sabia que si la hoja no había aparecido antes, no tardaría en desaparecer, cogió rápidamente su móvil y le hizo una foto, y como se esperaba, nada más sacar la fotografía, la hoja volvió a desaparecer.

Dani, emocionada, se levanto rápidamente de su sitio y encendió la linterna del móvil, caminó hacía el sofá donde dormía Eli y la sacudió varias veces, la chica se quejó, pero finalmente se dio por vencida y se levantó.

–¿Qué pasa? –dijo, mientras se frotaba los ojos.

Dani la ignoró y apuntó la linterna en la cara de Eva, la chica morena se tapo los ojos con las manos.

–¡Danielle! –exclamó–. ¿Que se supone que haces?

La chica que seguía sin contestar a sus amigas levantó del suelo a Eva y la obligó a calzarse y a ponerse su abrigo, cogió de la mano a Eli y la tendió sus zapatillas y su abrigo, seguidamente las arrastro fuera, y se enfrentaron a la fría noche.

–Mirad –dijo enseñándolas el móvil, Eli colocó sus manos sobre sus caderas, obvia–. Bueno, Eva, mira tu.

Eva leyendo rápidamente la foto que su amiga la enseñaba. Leyó los tres ingredientes claves para devolverle la vista a alguien; una flor especifica, la dracunculus vulgaris, una lágrima de la persona ciega en concreto y un poco de agua. Era así de simple. ¿Qué podía salir mal?

–Se que flor es esa –dijo Eva, empezó a caminar en dirección al bosquecillo donde solían practicar magia, hacia unas cuantas semanas había visto a Lidia con una flor de esas, tendría que haber más–. Eli, te vamos a devolver la vista.

Las tres juntas caminaron hablando sobre diferentes cosas, memorias, historias, el futuro, ciertas personas.

–Aún no puedo creer que vayáis a devolverle la vista –volvió a decir Eli, claramente emocionada, Dani sonrió al ver a su amiga que era como su hermana tan contenta.

–Eva, ¿las has encontrado? –preguntó Dani.

–No –Eva suspiró y se giró hacía sus amigas, con con ojos apenados y algo en las manos–. Ya no hay, el clima las ha matado –abrió sus manos y enseño una flor muerta.

–Tan muerta como mis esperanzas de volver a ver –murmuró Eli, antes de echarse a llorar.


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