Capítulo 28: "Tarjeta de Recortes"

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LUCY

Ya habían pasado exactamente dos semanas desde el incidente de Bryce y, muy a pesar de la magia curativa, mi muñeca aún dolía como aquella vez. Era un dolor más que físico...  

Con Simon fue un caso muy distinto, nuestra magia era incapaz de curarlo... Ni siquiera la medicina humana podía ayudar. Al final, lo mejor que pudimos hacer fue dejarlo en manos de Nerida, la mamá de Henry, para que descansará en un mejor ambiente que Monte Dragón; en una cómoda cama rodeado de gatos.

En los días posteriores comenzé a mirar más seguido a Pavel en Monte Dragón, y me partía el corazón verlo así. Intentando encubrir su tristeza con indiferencia. Era totalmente normal que yo misma me culpara por lo ocurrido, aunque él se empeñaba en hacerme entender que no era así. 

En otra situación diferente Henry habría aceptado la guitarra con felicidad... pero después de enterarse decidió no tocarla; ahora mismo la guitarra se encuentra en Monte Dragón, empolvándose en la pequeña recámara que Bryce usó como dormitorio en el tiempo que estuvo con nosotros. 

Yo, por alguna razón, me quedé con el libro del guión de la obra... A diferencia del resto, yo no odio a Bryce. No creo que sea un monstruo malvado... Nadie vió lo que yo miré. Nadie lo miró a los ojos mientras se disculpaba por lo que hizo... Quizá soy una tonta, pero espero que regrese algún día a Monte Dragón. 


—Apuesto a fue una experiencia muy fuerte —me dice Finn, caminando por el bosque a mi lado; no lo veía desde aquel día, con los lobos triopes y... me siento algo apenada por eso. No quiero que me vea como una mala amiga... 

Continuo sobandome delicadamente la muñeca. 

—Sí... Creo que lo fue... 

—Ya sé que va a animarte —me dice, entusiasmado—. Brincar las piedras del río como solíamos hacerlo en el pasado.

Sonrío al recordar ese momento de mi vida: me recuerdo a mí misma, de pequeña, saltando las piedras para cruzar el río. Lo haciamos por simple diversión. Recuerdo al Finn pequeñín de aquel entonces, sus astas ni siquiera crecían todavía... Ha cambiado mucho. Al igual que yo, supongo. 

—Me encantaría, Finn —le digo, sin dejar de sonreír por el grato recuerdo. 

En esos recuerdos también estaba Henry, muriendo de miedo por la corriente del río. 

—¿Qué edad cumples hoy? —me pregunta, de pronto—. ¿Diecinueve? 

No tenía muchas ganas de hablar de eso, pero ya lo mencionó. 

—Sí... ¿Qué rápido pasa el tiempo, no crees? —lo miró y sonrío—. Ya hasta tienes vello facial... ¡Y mira esas astas, por Glendower! 

—¿Qué? ¿Qué hay de malo con mis astas? —me pregunta, llevándose las manos hasta ellas—. ¿Son feas? 

Niego con la cabeza.

—Todo lo contrario. Creo que son geniales. Quisiera tener unas. 

Me coloco dos ramas como astas y nos reímos un largo rato con eso. 


SIMON

Al despertar lo primero que hice, además de quejarme del dolor, fue intentar levantarme de la cama. Pero Nerida se apresuró de detenerme, recordandome que tenía que descansar hasta que recuperara mis fuerzas; lo mismo me decía todos los días. 

Simon y Lucy (en edición♡)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora