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LEE BYUNGHUN

Después de hablar con YoonGi me fui a mi oficina. Tenía mucho trabajo por hacer esa tarde: el sistema contratado para vigilancia en cámaras de seguridad sería reemplazado por uno mejor, y el contenido grabado hasta el momento sería revisado para saber qué estaba pasando en el Centro.

Mi despacho estaba vacío, pero el teléfono no paraba de sonar insistente. Incluso antes de abrir la puerta de mi oficina, pude escuchar los incesantes timbres en el pasillo. Aún así, entré soltando un suspiro, me quité el saco del traje para colgarlo en el espaldar de la silla y luego, finalmente, descolgué el aparato.

Allí, uno de los guardias me avisó que el técnico de la empresa me estaba esperando para comenzar con la inspección. Dije que iría en unos minutos, pero me dejé caer sobre la silla. Pensaba que era la última vez que entraría a ese lugar. Los directivos penales de la ciudad, encargados de asegurarse de que el trabajo se estaba haciendo de manera correcta -porque yo debía rendirle cuentas al gobierno-, iban a estar presentes ese día. Era temprano en la tarde, pero yo sabía que iba a estar encerrado con ellos bastantes horas mientras sacábamos al aire secretos peligrosos.

Yo me había equivocado demasiado durante mi cargo como director en Tonalá. El estrés por manejar bien ese lugar hizo que, de alguna manera, mi esposa se cansara por mi ausencia en casa y me dejara. Ya no se sentía correcto ir allá después de un largo día de trabajo, así que prefería quedarme en la oficina por más de 18 horas. A veces dormía con la cabeza apoyada en mi escritorio.

Mi situación era tan lamentable que los reclusos comenzaron a darse cuenta y estaba casi seguro de que, para la fecha, ya todos se habían enterado. No es que pudiera hacer mucho al respecto: como me la pasaba en las instalaciones, yo estaba igual de encerrado a los presos. Es como si me estuviera aislando en ese lugar a la fuerza, aún si tenía la posibilidad de librarme de ese ambiente cuando se me diera la gana.

Pero, por alguna extraña razón, no quería hacerlo. El tiempo vigilando a aquellos hombres tras las rejas me hizo tomar una perspectiva totalmente diferente a la que tenía, y aprendí que, si bien todos -o no todos- habían cometido algún delito grave, seguían siendo personas dispuestas a cambiar. Por experiencia podía decir que hasta los más agresivos y violentos consideraban la idea de la re-socialización, si aquello les daba la libertad que antes tenían. Nadie se salvaba de guardar un poco de culpa en su interior, ya fuera por ellos mismos o por alguien cercano.

Por esa razón decidí quedarme vigilando la penitenciaría, incluso después de que mi esposa me dejara. Al contrario, me concentré de lleno en mi trabajo y terminé más involucrado en los problemas de lo que esperaba. Como aquella vez que chantajeé al recluso Oh SeHun para que me dejara liberarme un poco.

Eso, indudablemente, aparecería en las cámaras. Por eso me daba por perdido.

A los pocos minutos, dije que debía dar la cara ante los errores que había cometido y me dirigí a la sala con las cámaras de vigilancia. Un grupo entero de profesionales y personas pertenecientes a entidades gubernamentales tomó mi llegada como luz verde para el comienzo de la revisión oficial. Ya habían iniciado la vista de las cámaras, pero con fechas y horas esporádicas. Hasta el doctor KyuHyun se encontraba presente, haciendo parte del equipo funcional que estaba en constante relación con los presos.

Como no podíamos ver todo el contenido de las cintas en una sola sentada, decidimos buscar horas y días específicos. Así el trabajo se iba a ver reducido y más productivo.

—Primero lo más importante —dije tomando un poco el control del Centro, porque al fin y al cabo, yo era el director y sabía mejor que nadie los problemas pendientes que tenían los reclusos—. El día del escape de tres reclusos: Oh SeHun, Do KyungSoo y Byun BaekHyun.

Margen Penitenciario de TonaláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora