Última dosis de LSD

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SEHUN

Un día después de nuestra anhelada llegada, comenzó a llover. El cielo estaba gris, el viento soplaba muy fuerte y los truenos se escuchaban tan duro que sentía el rayo formarse en la planta de mis pies. Aún así, me pareció reconfortante. Al menos había ruido, y no solo era el de mi corazón rompiéndose. Algo más se estaba quebrando, y eso se sentía bien. De esa manera no me sentía tan solo.

Los demás estaban en silencio, como siempre. No eran necesarias las palabras para aclarar lo que había pasado hace pocos días. Todos teníamos grabado en la frente las expresiones de YiFan, la silueta de LuHan, los murmullos acechantes que nos obligaron a huir, una vez más, del lugar al que nos estábamos adaptando.

Y tal vez eso era lo mejor para hacer. Salir de esa casa, en donde millones de cosas malas nos habían sucedido. ¿Imaginarme viviendo en el mismo lugar donde LuHan yacía muerto en el suelo? Claramente eso no iba a funcionar. Por eso, el sentimiento de estar en el lugar indicado me embargó, y me dediqué a escuchar los gritos del cielo mientras miraba los prados amarillos de afuera inundarse lentamente.

Extrañamente, no me sentía con fuerzas para romper cosas, llorar, gritar o matar. Al parecer había gastado todas mis energías con el cuerpo de YiFan. De él ya no quedaba nada y de mí, menos. Pero lo que más me llenaba no solo era el luto por la reciente pérdida, sino también un gran arrepentimiento.

¿Por qué debería sentirme mal por haber matado a YiFan? Él había sido un hijo de puta, había lastimado a BaekHyun, nos había encerrado bajo una dictadura definida por el miedo y, según tenía entendido, mandó a ChanYeol a la cárcel. No tenía sentido mi remordimiento, pero allí estaba. Tal vez fue la manera en la que acabé con él, porque incluso si lo maté yo no había podido recuperar a LuHan después.

Me mordí el labio con nerviosismo, pensando que mi cabeza jamás se organizaría de nuevo. Es decir, tenía muchas cosas pendientes anotadas en una lista imaginaria y ahora sin LuHan no podía hacer ni la mitad. Solo podía quedarme mirando hacia afuera, esperando a que nunca me encontraran para no volver a tener que correr por mi vida. Estaba seguro de que si eso pasaba, yo renunciaría a lo poco que me quedaba y me dejaría atrapar por la policía. Al menos, en la cárcel tenía maneras de conseguir droga y podría meterme un último chutón. Una última alucinación con LuHan. Una última prueba. Y luego morir en paz.

Mis pensamientos pesimistas se detuvieron cuando, por el rabillo del ojo, vi algo blanco moverse a mi izquierda. Giré la cabeza, intrigado por lo que pudiera ser, y vi un pedazo de papel arrugado.

No me molesté en acercarme al principio, porque sencillamente ese pedazo no valía la pena. Nada lo hacía si se hablaba de motivación existencial. Prefería quedarme quieto hasta que un último suspiro se escapara entre mis labios.

Ante aquellas reflexiones, bufé con algo de sarna: no podía reconocerme. Mi corazón se estaba ablandando demasiado con el tiempo. Antes, mucho antes de que llegara BaekHyun a Tonalá, mi mente era una fijación voyerista a la sangre y el dolor. Ahora yo era el que sufría constantemente, y creo que eso terminó devolviéndome un poco la humanidad.

De nuevo el papel volvió a moverse, y esta vez quedó en una posición donde unas letras rojas podían distinguirse. Con el ceño fruncido, decidí acercarme para ver de qué carajos se trataba. Es decir, ¿por qué algo como eso estaría dentro de la casa? Hacía pocas horas nos habíamos acomodado y no había manera de que eso hubiera sido escrito en ese lugar.

Me agaché cuando estaba a pocos centímetros de distancia para recogerlo, pero una vez más, el papel salió volando lejos. Intenté alcanzarlo de nuevo, pero cuando volví a estar cerca, se salió por una de las ventanas entreabiertas.

Margen Penitenciario de TonaláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora