EXTRA | Huang

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—Papá, ¿podemos ir mañana al parque de agua?

Lo miré. Él estaba sobre su cama con las sábanas hasta el cuello, casi girado en dirección a su mesa de noche como si tuviera que escuchar mi respuesta con la luz de su lámpara encendida.

Sonreí y me acerqué hasta él. Me senté en el borde del colchón y le arreglé las almohadas que tenía desordenadas a su alrededor. Lo miré pensativo unos segundos mientras le pasaba una mano por el cabello.

—¿Crees que te lo mereces? —pregunté con una ceja alzada.

En la semana pasada, yo había tenido que ir un par de veces a su escuela porque se había metido en problemas con sus compañeros. En la primera ocasión, robó unos dulces de la tienda local y luego no quiso compartirlos con nadie. ¿Tenía la culpa? Por supuesto que no. Yo no tenía mucho dinero y los niños siempre están antojados de todo. El mundo cruel en donde estaba siendo criado dirigía a los niños a comportarse de cierta manera. 

La segunda vez que tuve que ir al colegio, un profesor me dijo que mi hijo se había escapado durante el recreo y que había faltado a todas sus clases. Yo me disculpé en su nombre y llevé al niño a casa. No les dije que no se había escapado, sino que otras personas se lo habían llevado. Tuve la suerte de poder recuperarlo esa misma tarde, pero tuve que hacer muchas cosas sucias. Maté a un par de tipos y extorsioné a otros. Al fin y al cabo, ese era mi trabajo desde mi adolescencia, lo que siempre me había metido por mal camino: me daba muchos enemigos y yo me untaba las manos de sangre para conseguir dinero decente.

Cuando era niño escuchaba a mis compañeros de juegos decir que sus padres trabajaban como yo lo hago ahora. Lo comentaban con tanta naturalidad que le fui perdiendo miedo a la idea de hacer daño a otras personas. Incluso llegué a conocer a algunos de esos hombres y, ante mis ojos, se convirtieron en un modelo a seguir. Aún no entendía realmente bien de qué se trataba la extorsión, pero si eso les daba una casa cómoda y un aspecto superior, entonces a mi me encantaba.

Un día me quedé a dormir en la casa de un compañero de la escuela y a mitad de la noche me desperté por unos ruidos en el sótano. Mi amigo no se despertó incluso cuando un fuerte grito resonó por todo el lugar, así que me dispuse a averiguar lo que sucedía por mi propia cuenta.

Bajé las escaleras y, en cuento abrí la puerta del sótano, pude ver por la abertura que el padre de mi amigo tenía a un hombre amarrado, casi colgando del techo, mientras un charco de sangre bajo él se iba agrandando. Mis ojos se abrieron por el miedo y la sorpresa, pero no pude seguir mirando porque el papá de mi amigo me descubrió. Cuando me miró directamente a los ojos, mi corazón saltó y corrí de vuelta a la cama que me prestaron.

Entonces comprendí de qué se trataba ese trabajo. Ya no había ningún misterio.

Otro día, sentado en el andén con mis compañeros mientras jugábamos con piedras, un hombre se acercó y nos contó molesto que le habían robado una gran cantidad de dinero. Al tiempo nos ofreció una buena paga si alguno de nosotros éramos capaces de recuperarlo por él. Íbamos a tener su protección y parte de su dinero.

Con mis amigos decidimos ir juntos y repartirnos la plata final. Yo tenía 14 años y me creía dueño del mundo, apenas si le tenía miedo a algo. Por eso me vi capaz de amarrar a un hombre a la silla y golpearlo repetidas veces. Él jamás nos tomó en serio porque éramos unos niños, así que creía que lo dejaríamos libre en cuanto nos cansáramos.

Nosotros no lo dejamos ir y, sin darnos cuenta en qué momento, el hombre murió sin decir una palabra.

Una vez nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho, salimos corriendo debido al susto. Cualquiera pensaría que después de semejante episodio, el tema no me interesaría más. Pero nosotros nos reímos una vez nos encontramos a salvo y seguimos aceptando trabajos parecidos. Ya no íbamos en grupos tan grandes y teníamos cuidado para no matar a nuestra víctima. Incluso aprendimos maneras dolorosas de torturar gente sin pasarnos de la raya, manteniendo cuerda a la persona para que nos diera información.

Margen Penitenciario de TonaláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora