Gángster de seda

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CHANYEOL

No tenía dinero, no sabía en dónde estaba exactamente y no iba a llamar a mi madre aunque fuera la única opción segura que tuviera. Debía pensar en actuar solo, encontrando ventajas en donde claramente no las había: no llevaba el uniforme de Tonalá, así que nadie sospecharía de mí; si iba de ciudad en ciudad, podía guiarme hacia el norte porque conocía la geografía del país; comida podía encontrar en cualquier lugar porque mi ropa era elegante y podía excusarme en que me acababan de robar. La gente se apiadaba y me ayudaba.

Entonces continué usando recursos que parecían inexistentes, lo cual me llevó hasta el muelle el cual supuestamente debía llevarme hasta alguna orilla donde estaba ubicada la casa. Iba a subirme a barco, no importaba cómo, ya fuera de colado o intimidando gente. Pero segundos antes de que éste saliera, decidí quedarme en tierra y pensar.

Aún si estaba desesperado por verlos a ellos y tener un lugar seguro en donde esconderme, no podía ser descuidado en momentos tan delicados. Debía detenerme y analizar la situación. Así, llegué a la conclusión de que ellos podían haber abandonado la casa por diferentes razones y antes de que yo saltara de cara al mar como un idiota debía asegurarme de que los demás no se habían movido de aquel sitio.

Entré a la cafetería más cercana. No me iba a poner a esperar a que alguien me diera una moneda, como un mendigo, hasta que me alcanzara para una larga llamada telefónica. No. Iba a hacerlo de la manera rápida.

Me senté frente a una chica sola, con un libro en la mano y un café a medio acabar. Me miró extraño al principio, pero después de que le di la misma retahíla de siempre sobre un robo inventado, me prestó su celular. En menos de cinco minutos lo había conseguido. Marqué al número que había aprendido de memoria, y a la primera no me contestaron. Tragué grueso, y rogando a la chica por que me diera una segunda oportunidad, volví a timbrar con la mandíbula apretada.

La llamada se descolgó, pero nadie dijo nada al otro lado. Seguramente era por pura precaución.

—¿Hola? —pregunté desesperado.

—ChanYeol, ¿eres tú? —dijo JongIn finalmente mientras sonaba sorprendido.

—Sí. ¿Dónde están? —Fui al grano. No habían razones para divagar en cosas que no importaban. Mi único objetivo era llegar a ellos lo más pronto posible.

—En una casa, unos doscientos kilómetros más al norte del lugar que habíamos acordado.

—¿Zona?

—No hay ninguna ciudad alrededor. Son campos rurales. —Con aquello, ya sabía por dónde iba la cosa. Había una zona específica utilizada para los cultivos del país. Era sola, templada y perfecta.

—¿Número de la casa?

—9-91.

—Bien. —Estaba a punto de colgar, pero la voz de JongIn al otro lado de la línea me detuvo.

—¿Estás lejos? ¿Lograste salir de ese lugar? ChanYeol, dime algo...

—Llegaré mañana en la noche. Hasta entonces. —Finalmente iba a terminar la llamada, pero una idea pasó por mi mente antes—. Hey, no les digas a ellos sobre esto.

Colgué y le devolví el celular a la chica. Se lo tendí sobre la mesa y ella lo recibió con una sonrisa. De nuevo, hice el ademán de levantarme para salir de ese lugar y comenzar con mi recorrido, porque aún me faltaba mucho, pero ella me detuvo con un gesto.

—¿El chico misterioso me recibiría un café?

Me levanté de la silla y la miré desde arriba con seriedad, como siempre.

Margen Penitenciario de TonaláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora