F. Fatiga. 💙

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Había comido muy poco. Sus ojos estaban bien remarcados por verdes ojeras que le recordaban el poco descanso. Habían pasado dos meses. Bien. Ya estaba harta. Su madre tocó a su puerta un par de veces cuando se dio cuenta de que su hija no había salido a molestar en tres semanas. Tenía en el buzón de mensajes sólo uno que se había privado de leer. Pero era suficiente.

En todo ese tiempo ni siquiera había despegado la mirada del techo. Se había acostado en su cama con el corazón oprimido y los ojos acuosos que no llegaban al llanto ni una de las veces. Ni siquiera había tenido noticias de Yeri. ¿Dónde estaba su pequeña hermanita? ¿Por qué no estaba con ella?

Se levantó con el cabello alborotado y ordenó su habitación. Había pasado su duelo. Se miró al espejo y se hizo una coleta. Era temprano por la mañana cuando se metió a la ducha. Al salir se sentó en la orilla de su cama y pensó en muchas cosas que se supone no debía pensar.

Y bien. Fue al ático de su casa y entre muchas cajas encontró unas pequeñas pesas que su padre había dejado junto a su ausencia y el tapete de yoga de su madre -el cuál nunca utilizó-. Fue a su habitación y empezó a imitar los ejercicios que había visto en una revista de salud. Trotó sobre su lugar e hizo algunas flexiones. Finalmente tomó las pesas; levantó una, bien, era pequeña. Realizó algunos levantamientos con ellas y cambió a otra. Así, sucesivamente había llegado hasta la de siete kilos, ya no podía.

Se había estado forzando a sí misma durante dos horas, el sudor recorría gélido su tibio cuerpo y sentía la sangre en la cabeza. Pero quería más, quería seguir moviéndose hasta que ya no pudiera, e incluso después de eso lo seguiría intentando. Ese momento había llegado, cuando tomó la pesa, la fuerza en su brazo fue solamente un rumor instantáneo. La pesa cayó sobre el piso de madera resonando en el resto de la muy femenina casa. Escuchó unos cuantos pasos provenientes de la escalera. Retrocedió unos centímetros cuando la puerta fue golpeada con agresividad y posteriormente abierta.

—¡Maldita sea! -le gritó un chico alto de cabello rubio- ¡¿No puedes guardar un poco de silencio?!  

Lo miró unos segundos. Era seguro que estaba ahí después de una noche con su madre. No tenía nada que alguno de los otros chicos no tuviera, incluso la agresividad que demostraba era un patrón.

—¿De qué hablas? -preguntó molesta- ¿Quién demonios te crees eh?

—No es de tu incumbencia.

Se recargó sobre su puerta. Sus ojos se miraban profundos. Lo miró una vez más, escaneó su cuerpo y terminó en una risa burlona.

—Madre e hija igual de zorras.

No sé inmutó en mostrar lo mucho que le molestó que la comparase con su madre, nunca serían parecidas, ni por broma.

—Oh, pobre. No te veo cómo el último alimento del planeta. Me dan tanta risa los hombres como tú. No eres más que una porquería.

Se ríe.

—Quien da lástima eres tú -la mira de pies a cabeza- seamos sinceros. Nadie te voltearía a ver. Cerda.

—No vives aquí ni siquiera. ¡¿Y aún así vienes a gritarme agresivamente con solamente tú boxer cómo protector?! No seas ridículo. Estás en mi casa.

—¿Qué quieres decir? Tengo una cruda del demonio como para que una estúpida mocosa quiera venir a decirme lo que hago o no con mi vida. ¿Qué acaso no te enseñó modales tu madre? Después de todo soy una visita.

—¿Mi madre? ¿Hablas de la mujer con la que te revolcaste? -se acerca agresivamente, mala idea, era muy alto- No seas ridículo. Ella no sabe nada de modales, ni mucho menos sobre el respeto ageno. ¿No por eso se ligó a otro holgazán de hombre como tú anoche?

Yeah, You. (SeulDy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora