El ocaso del caballero

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(Pasaje de El ocaso del caballero, una recopilación de historias de caballería y actos heroicos editado por Kirellian Odrenius)


La leyenda de Garridan Stalrous

relatada por Jaren Aethelweald, su escudero y amigo.

Fancy L


La sequía asolaba los campos de Farmantle Glens y un mes antes de la recolección no había ninguna cosecha medio decente. Veintisiete familias desfallecidas acudieron a su señor, ya que éste se había mostrado justo en ocasiones parecidas. El hidalgo, mi señor Garridan Stalrous, caballero errante de Farmantle Glens, no gobernaba con mano de hierro sino con gran bondad.

Observé con tristeza como mi señor contemplaba los campos marchitos que se extendían ante su precaria fortaleza de piedra y maldecía su sino y los cielos despejados que no dejaban caer gota alguna. Las familias que estaban a su cargo no lograrían sobrevivir al invierno, ya que éste siempre era amargo y frío en la zona norte de Jerals. Sus propias reservas de grano habían menguado y apenas contaba con lo suficiente para mantenerse él mismo durante los siguientes meses. Sé a ciencia cierta que si mi señor hubiera tenido provisiones las hubiera compartido con gusto y hubiera permitido que le retribuyeran en el plazo y de la forma que más conviniera a cada uno. Probablemente, a aquellos con necesidad acuciante incluso se las hubiera proporcionado sin coste alguno. La situación exigía tomar medidas... ¡y pronto!

Garridan invirtió todo su dinero en la mejor salvia que pudo encontrar y en todo el excedente de grano que pudo conseguir de sus vecinos. Un mes más tarde seguía sin brotar nada. Las frías garras del invierno pronto harían presa de Farmantle Glens y el verde desaparecería de los campos. Las familias tendrían que arrimarse al fuego para mantenerse calientes, sobreviviendo con los pocos víveres que Garridan les había dado. Observé como Garridan, quien normalmente hacía gala de una inagotable paciencia, se mostraba cada vez más turbado. Me confesó que estaba planteándose vender la fortaleza... sus pertenencias... cualquier cosa para mantener a su gente con vida. Bastaba con que la cosecha diera algo más de fruto para poder seguir adelante.

Y entonces, como si Mara hubiera contestado a sus plegarias, un sabio llegó a la fortaleza con la respuesta a nuestro problema. Según la leyenda, existía una especie de vasija de la que siempre manaba agua, el denominado aguamanil perpetuo. Algunos decían que los mismos dioses lo habían creado, otros que era obra del conjuro de algún poderoso brujo. Proviniera de donde fuera, Garridan sabía que era su última oportunidad. Mi señor y yo nos pusimos en camino siguiendo las indicaciones del sabio. Si encontrábamos el aguamanil, libraríamos a Farmantle Glens de la sequía.

Nos llevó varios días dar con el sitio, una cueva excavada en la ladera que conducía a un pequeño claro. En el centro del claro, y flanqueado por dos rocas verticales, se elevaba un altar de piedra. Sobre el altar, que parecía brillar con una luz propia, se encontraba el aguamanil. La vasija, hecha de cristal, era el objeto más bello que yo había visto nunca. El agua llegaba justo hasta el borde y, si la leyenda era cierta, el nivel no disminuiría a pesar de ir vertiendo su contenido. Ansioso por volver a sus dominios, Garridan agarró el aguamanil. De repente, el suelo empezó a temblar como si la tierra y las montañas se hubieran enfadado. El cielo azul se tornó gris oscuro. Incluso los árboles que rodeaban el claro parecían apartarse del altar, como si temieran lo que estaba a punto de acontecer. Entonces, una de las rocas verticales se quebró y explotó sin aviso alguno. Se me heló la sangre y paralizó el corazón cuando vi al guardián del claro. Una enorme criatura cortada del mismo cristal que el aguamanil dio un paso adelante y gruñó amenazadoramente a mi señor. Desprendía un viento gélido, como en los glaciares de las montañas del norte. ¡Respiraba! ¡Era un ser vivo de hielo!

Garridan me gritó que me alejara corriendo mientras desenvainaba su espada. Con el aguamanil aún en la mano, asestó un fuerte mandoble a la criatura de hielo. Cuando la hoja de acero alcanzó a la bestia, ésta apenas se resintió. Fue como arrojar una lanza contra una dura roca. Sin mostrar ningún temor, mi señor lo intentó una y otra vez, aunque ninguno de sus golpes sirvió para nada. Entonces, la criatura de un sólo golpe lanzó a mi señor al suelo. Su espada se deslizó a unos metros, y caído miró a los ojos cristalinos de la bestia, aguardando su muerte. La criatura alzó el brazo de nuevo para asestar el golpe fatal a la silueta de Garridan.

No entiendo por qué lo hizo. Quizás fue un movimiento instintivo o sólo una mala jugada. Mi señor levantó el aguamanil perpetuo y lo utilizó de escudo mientras se arrodillaba. La criatura colisionó con la vasija y se oyó un ruido ensordecedor. Pude oír cómo iba resquebrajándose, salpicando de agua helada a su alrededor. Fui testigo de como el líquido iba cubriendo a la criatura de hielo y a mi pobre señor. Parecían suspendidos en el aire como congelados. En ese momento, no sabía con certeza si los sentidos me fallaban. Finalmente, comprobé horrorizado que estaban atrapados dentro de un enorme bloque de hielo. Puede ver el rostro de Garridan mientras el hielo lo hacía presa y comprobé que estaba llorando. Algunas de sus lágrimas se helaron cayendo a sus pies en forma de bellos cristales azules. Sabía que había fallado. Su gente se moriría de hambre y él era responsable. Una capa de hielo y escarcha comenzó a devorar todo el claro... los árboles, las rocas, el suelo... todo.

Entonces me di cuenta de que el propio aire comenzaba a helarse. Al principio, parecía una fría noche de invierno, pero comenzó a empeorar rápidamente. El frío era tal que parecía un fuego gélido que lo quemaba todo a su paso. Me costaba respirar porque la garganta se me había contraído. Empecé a notar cómo mis brazos y piernas se iban debilitando y la vista se me nubló. Tenía que escapar de esa tumba de hielo y contar la historia de Garridan. Sería lo último que podría hacer por mi noble señor. Intenté reunir las pocas fuerzas que me quedaban para alejarme corriendo de ese fuego helado y regresar a la cueva. Apenas si escapé con vida.

El viaje de regreso al feudo de Garridan fue deprimente; abatido y embargado, como estaba, por la tristeza. Garridan era un buen hombre, el mejor que había conocido. Esa no era forma de morir para un caballero tan honorable. Cuando por fin llegué a las afueras de Farmantle Glens, los granjeros me estaban esperando. Estaba a punto de relatarles lo sucedido cuando empezaron a vitorear con júbilo. Me contaron que una semana antes, una extraña y reluciente lluvia azul regó los campos, y que al día siguiente los cultivos empezaron a crecer como si no hubiera habido sequía. Una semana antes, precisamente, fue cuando mi señor se había quedado congelado en aquel claro... sus lágrimas solidificadas con una tonalidad añil. Miré hacia el cielo y la luz centelleante me reconfortó de sobremanera. Le di las gracias a Mara y me dirigí a casa.

La Biblioteca de Tamriel: OBLIVIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora