Relatos Antiguos de los Dwemer: I, II, III, V, VI, IX, X

50 3 0
                                    

de

Marobar Sul


"Una incompleta serie de historias acerca de los Dwemer"

*Sólo siete volúmenes de los diez que conforman esta serie han sobrevivido... Los volúmenes IV, VII y VIII se encuentran perdidos.


Primera Parte: El rescate de Zarek.

Jalemmil se encontraba en el jardín leyendo la carta que su sirviente le había traído. El ramillete de rosas centifolias que llevaba en la mano cayó al suelo. Por un momento, fue como si todos los pájaros hubiesen dejado de cantar y una nube hubiera encapotado el cielo. Su refugio, tan cuidadosamente cultivado y estructurado, parecía estar sumido en la oscuridad.


"Tenemos a tu hijo", leyó. "Muy pronto nos pondremos en contacto para informarte de lo que exigimos como rescate".


Después de todo, Zarek no había conseguido llegar a Akgun. Uno de esos grupos de bandoleros, orcos probablemente, o los condenados dunmer, había debido ver su carruaje magníficamente equipado y lo había secuestrado. Jalemmil trató de agarrarse a un poste para mantenerse en pie, preguntándose si su hijo estaría herido. Tan solo era un estudiante, no era el tipo de persona dispuesta a luchar contra hombres armados hasta los dientes, pero ¿y si lo hubiesen golpeado? El mero hecho de imaginar que le hubieran dado una paliza era más de lo que el corazón de una madre podía soportar.


"No me digas que han mandado la nota de rescate tan rápido", dijo una voz familiar y una cara conocida apareció a través del seto. Era Zarek. Jalemmil, con la cara llena de lágrimas, se apresuró a abrazar a su hijo.


"¿Qué ha pasado?", gritó. "Pensé que te habían secuestrado".


"Y así fue", dijo Zarek. "Tres altísimos y fornidos nórdicos me atacaron con su carruaje en el paso de Frimvorn. Me enteré de que eran hermanos y de que se llamaban Mathais, Ulin y Koorg. Tendrías que haberlos visto, madre. Todos ellos tendrían problemas para pasar por la puerta principal, de verdad".


"¿Qué pasó?", interpeló Jalemmil. "¿Te rescataron?"


"Pensé en esperar a que me rescataran, pero sabía que habían enviado una nota de rescate y sé cuánto te preocupas. Así que recordé lo que me decía siempre mi maestro en Akgun: que hay que guardar la calma, observar a los que te rodean y buscar la debilidad del oponente", dijo Zarek sonriendo ampliamente. "Me tomé mi tiempo, porque aquellos hombres eran verdaderos monstruos y, entonces, escuché cómo alardeaban entre ellos. Me di cuenta de que la vanidad era su punto débil".


"¿Qué es lo que hiciste?"


"Me tenían encadenado en el campamento, en el bosque, cerca de Cael, en un montículo alto con vistas a un ancho río. Escuché que uno de ellos, Koorg, les decía a los demás que se tardaba casi una hora en cruzar nadando el río y volver. Todos asintieron con la cabeza y entonces fue cuando hablé yo".


"Puedo nadar hasta la otra orilla del río y volver en treinta minutos", dije.


"Imposible", afirmó Koorg. "Yo puedo nadar mucho más rápido que un cachorrito como tú".


"Acordamos que nos tiraríamos desde el acantilado, nadaríamos hasta la isla del centro y volveríamos. Cuando llegamos a nuestras rocas respectivas, Koorg se encargó de darme todas las lecciones que pudo sobre los puntos clave de la natación: la importancia de los movimientos sincronizados de brazos y piernas para conseguir la máxima velocidad y lo esencial que era respirar cada tres o cuatro brazadas sin llegar a hacerlo tan a menudo como para ralentizarte, ni tan espaciadamente como para quedarte sin aire. Yo afirmaba con la cabeza, mostrando que estaba de acuerdo con todos los puntos clave. Entonces nos tiramos. Fui hasta la isla y volví en poco más de una hora, aunque Koorg nunca volvió. Se golpeó la cabeza contra las rocas del fondo del acantilado. Me había dado cuenta de que había rocas bajo la superficie por los indicios de las olas y escogí la peña de la derecha para tirarme al agua".

La Biblioteca de Tamriel: OBLIVIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora