La última vaina de Akrash

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Tabar Vunqidh


Durante varios días del caluroso verano del año 407 de la Tercera Era, una joven y hermosa dunmer cubierta con un velo visitó a uno de los maestros armeros en la ciudad de Tear. Los lugareños decidieron que tenía que ser joven y bella por su figura y su porte, pese a que nadie vio su cara en ningún momento. El armero y ella se retiraban a la parte trasera de la tienda; él cerraba su negocio y daba un par de horas libres a sus aprendices. Después, a media tarde, ella se iba para volver exactamente a la misma hora el día siguiente. Comenzaron los rumores, pese a que era una tontería. Lo que hacía el anciano con una mujer tan bien vestida y de tan atractivas proporciones se convirtió en motivo de numerosos chistes bastante subidos de tono. Varias semanas después, cesaron las visitas y la vida volvió a la normalidad en los barrios bajos de Tear.

Tuvieron que pasar uno o dos meses desde que las visitas cesaran, para que en una de las muchas tabernas del vecindario, un joven sastre local, que había empinado el codo más de lo debido, se atreviera a preguntarle al armero: "¿Qué es lo que le pasó a tu amiga? ¿Le rompiste el corazón?"

El armero, que estaba al corriente de los rumores, se limitó a responder: "Es una joven decente de buena familia. No hay nada entre nosotros".

"¿Y para qué iba todos los días a tu tienda?", le preguntó el joven tabernero, que había esperado ansioso a que surgiera el tema.

"Por si os interesa, estaba enseñándole el oficio", dijo el armero.

"Nos estás tomando el pelo", rio el sastre.

"No, la joven siente una fascinación especial por mi particular maestría", comentó el armero, con una pizca de orgullo antes de empezar a soñar despierto. "Concretamente le enseñé a arreglar espadas que hubieran sufrido todo tipo de abolladuras o rupturas, fisuras muy finas, o cuyos pomos, gavilanes o puños se hubieran roto. Cuando empezó a hacerlo por primera vez, no tenía ni idea de cómo asegurar el puño a la espiga de la hoja... Bueno, por supuesto, al principio estaba un poco verde, ¿cómo no iba a estarlo? Pero no le daba miedo mancharse las manos. Le enseñé a recomponer las pequeñas incrustaciones de plata y las filigranas de oro que se pueden llegar a encontrar en las espadas buenas y a sacarles brillo a todas, hasta que se reflejaran igual que un espejo y pareciera que acabaran de salir del yunque celestial de los mismísimos dioses".

El joven tabernero y el sastre se rieron a carcajada limpia. No importaba lo que alegara, el armero hablaba del entrenamiento de la joven como si se tratara de la historia de un amor perdido hace mucho tiempo.

La mayoría de los lugareños que estaban en la taberna habrían escuchado el patético relato del armero, si no hubiera surgido un rumor más importante y prioritario. Otro comerciante de esclavos había sido asesinado. Le encontraron en el centro de la ciudad, abierto en canal. Ya iban seis en total en apenas dos semanas. Algunos denominaban al asesino "el liberador", aunque ese tipo de entusiasmo antiesclavista era poco corriente entre el pueblo llano. Ellos prefirieron llamarle "el podador", ya que había decapitado a sus primeras víctimas. Pese a que otras habían sido perforadas, cortadas en lonchas o destripadas, se optó por conservar el irónico apodo original de "el podador".

Mientras que los gamberros entusiastas hacían apuestas sobre el estado en el que se encontraría el cadáver del próximo comerciante de esclavos, varias decenas de supervivientes de dicho negocio se congregaron en la casa solariega de Serjo Dres Minegaur. Minegaur era un miembro de segunda categoría de la Casa Dres, aunque también uno de los más importantes de la fraternidad del comercio de esclavos. Puede que ya hubiera dejado atrás sus mejores años, pero sus asociados seguían contando con él debido a su sabiduría.

La Biblioteca de Tamriel: OBLIVIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora