Testigo sagrado

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"Un testigo sagrado: la verdadera historia de la Madre Noche"


de

Enric Milres


He conocido a condesas y cortesanos, emperatrices y brujas, mujeres guerreras y pordioseras de la paz, pero nunca he conocido a ninguna como la Madre Noche. Ni volveré a hacerlo.

Soy escritor, un poeta de poco renombre. Si te dijese cómo me llamo, tal vez me reconocieras, pero es poco probable. Durante décadas y hasta hace muy poco, adopté la ciudad de Centinela, en la costa de Páramo del Martillo, como mi hogar y me mantuve en contacto con otros artistas, pintores, artesanos y escritores. Nadie que yo conociese reconocería a un asesino a simple vista, y menos aún a la reina de todos ellos, la Flor de Sangre, la Señora Muerte, la Madre Noche.

No es que yo no haya oído hablar de ella.

Hace algunos años tuve la suerte de conocer a Pellarne Assi, un respetado erudito que vino a Páramo del Martillo con la intención de investigar para su libro sobre la Orden de Diagna. Su texto "Hermanos de la oscuridad", junto al de Ynir Gorming, "Fuego y Oscuridad: Las hermandades de la muerte", se considera una guía en lo que al tema de las órdenes de asesinos de Tamriel se refiere. Afortunadamente, el mismísimo Gorming se encontraba también en Centinela, y tuve el privilegio de sentarme con los dos en un oscuro antro de skooma, en los barrios bajos de la ciudad, para fumar y conversar sobre la Hermandad Oscura, el Morag Tong y la Madre Noche.

Sin descartar la posibilidad de que la Madre Noche sea inmortal, o al menos muy anciana, Assi opinaba que el título lo habían adoptado varias mujeres (y quizá algunos hombres) a través de los siglos. Decía que tenía el mismo sentido decir que solo había una Madre Noche que decir que solo había un rey de Centinela.

Gorming opinaba que nunca hubo una Madre Noche, al menos no una humana. La Madre Noche era la mismísima Mephala, a quien la hermandad había venerado en segundo lugar solo por detrás de Sithis.

"Supongo que no existe forma de saberlo con certeza", dije yo haciendo alarde de mi diplomacia.

"Pues sí que existe", dijo Gormin con una sonrisa. "Podrías hablar con ese encapuchado sentado en aquel rincón".

No lo había visto hasta entonces; estaba sentado solo, con los ojos ocultos por la capucha, y parecía que formaba parte del escenario, como la cruda piedra de los muros o el suelo sin barrer. Me volví a Ynir y le pregunté por qué aquel hombre podía saber algo sobre la Madre Noche.

"Es un hermano oscuro", susurró Pellarne Assi. "Eso es obvio. Ni bromees sobre hablar con él sobre ella".

Pasamos a otros argumentos sobre los morag tong y la hermandad, pero nunca olvidé la imagen de aquel hombre solitario que no miraba a nada concreto pero lo miraba todo, desde el rincón de aquella sucia habitación llena de humo de skooma que flotaba en el aire como fantasmas. Cuando lo vi semanas después en las calles de Centinela, lo seguí.

Sí, lo seguí. El lector se preguntará con razón el "por qué" y el "cómo". No se lo reprocho.

"Cómo" es simplemente cuestión de conocer la ciudad tan bien como yo la conozco. No soy un ladrón, ni tengo un paso seguro y silencioso, pero conozco los pasajes y calles de Centinela a la perfección después de haber pasado décadas deambulando por ellas. Sé qué puentes crujen, qué edificios proyectan sombras irregulares, los intervalos a los que los pájaros nativos comienzan sus canciones de la tarde. Con relativa facilidad, me mantuve a una distancia segura del hermano oscuro.

La Biblioteca de Tamriel: OBLIVIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora