Capítulo I

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Año 2012

El sonido de la rueda al frenar la despertó de golpe de sus preocupaciones. Las manos sudorosas se aferraron al volante con fuerza, mientras escuchaba la sarta de insultos que provenían del exterior.

—¡Mira por dónde vas!

Un rostro enfadado la miró a los ojos, y con una mano golpeó su Volkswagen rojo. El hombre siguió su camino murmurando lo que pareció un «mujer tenía que ser» antes de irse.

Mirando por el rabillo del ojo cómo el rojo del semáforo se volvía verde, pisó embrague, puso primera y emprendió la marcha. El ruido de los coches al pasar y la gente gritando por la calle habían logrado que olvidara por un momento sus problemas. Pero solo fueron unos pocos minutos. Por desgracia, todos sus pensamientos regresaban siempre a su caótica vida.

Estaba cansada de pasar cada segundo de su existencia pensando en lo que se esperaba de ella. Lo que los demás creían que debía hacer. Lo que sus amigos pensaban que hacía. Y lo que su novio había creído que haría. Bueno, al menos esa parte podía olvidarla ya. Su novio acababa de convertirse en su exnovio. Al parecer, su plan de cuidar de su hermana porque era la única familia que le quedaba no era lo que él quería. ¡Como si fuera algo que se pudiera discutir!

Ella había hecho todo lo que podía. Trabajar, estudiar, cuidar de su hermana, encargarse de la casa y los gastos. Todo. Pero al parecer, nada de lo que hacía parecía ser suficiente. Era como si la gente esperara que fracasara. Y se sintieran mejor cada vez que ella daba un paso en falso. ¡Era frustrante!

«En ocasiones, para ser feliz tienes que hacer infelices a los demás», su madre se lo había dicho un millón de veces. Y debería haber hecho más caso a esas palabras. Claro que, si tienes a los de protección al menor, tutores y vecinos con los ojos puestos en ti todo el santo día, no podía seguir ese consejo. Claro estaba, si no quería perder a su hermana pequeña.

Llevaba cuatro años aguantando. Había sido duro, muy duro. No solo había tenido que lidiar con la preocupación, cuando sus padres desaparecieron, y luego la rabia y el dolor, cuando se abandonó el caso y los dieron por muertos. También había tenido que enfrentarse a la ley, a la custodia de su hermana y a la inmobiliaria, ¡por si fuera poco!

Por derecho, la custodia de su hermana pequeña, menor de edad, era suya. Era la familia más cercana que tenía, y ella tenía veintiún años cuando ocurrió. Era apta para cuidar de su hermana de casi doce años. Lo era, claro, con condiciones. Debía tener trabajo y sustento económico para que a la menor no le faltase lo básico. Sí, así la llamaban. La menor. Para ellos, Tatiana Vinarós, su hermana pequeña, era solo una ficha y un número de identidad. Igual que lo era, al parecer, para quien había llamado novio durante un año entero.

Por ella, que se fueran todos a la porra. No le importaba lo más mínimo que él no quisiera quedarse allí por ella. ¿Que quería mudarse de ciudad y vivir la vida? Le parecía estupendo. ¿Que no quería sentirse encerrado en una relación que cargaba con una adolescente? ¡Pues muy bien!

No valía la pena engañarse. Había sido todo muy bonito al principio. Casi parecía que la quería. Pero se había equivocado. Imaginaba que se habría interesado en ella porque ya no tenía padres de los que preocuparse. O quizás porque creía poder aprovecharse de ella de algún modo que todavía no comprendía. Quizás creía que lo dejaría todo por él. Pero con el tiempo debió darse cuenta de que lo primero era su hermana. Y no podría aprovecharse de ningún modo porque no tenían demasiado dinero ni poseían muchos bienes.

Fuese la razón que fuese, ya no importaba. Se había marchado. De hecho, la había llamado para decirle que se marchaba de la ciudad y no lo buscara. Ni siquiera dijo que su relación había terminado. Aunque se daba a entender. En ningún momento dijo si quería acompañarlo o cuanto tiempo estaría fuera. ¡Menudo imbécil!

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora