Tan rápido como fue capaz, Zoe descendió las escaleras del templo de Zeus como si de ello dependiera su vida. Se había quitado de encima al dios de un modo precipitado, que probablemente sería parecido a como lo solía hacer Hera; sin demasiadas explicaciones y carente de despedidas. Aunque tampoco se habría visto capaz de hacerlo de otro modo. No ante el miedo que la embargaba. Hermes le había contado que, si los dioses sabían que ella era una impostora, no solo estallaría una guerra entre ellos, sino que podrían causar el fin del mundo tal y como lo conocían. Cuando los dioses se enfurecen los humanos mueren. Era así de sencillo. Y si lo que Zeus había dicho era cierto, entonces tal vez era demasiado tarde para interpretar su papel.
Hermes la interceptó a medio camino, ayudándola a bajar, evitando que tropezara con los escalones y deteniéndola cuando llegaron al final.
—¿Se puede saber qué te ocurre? ¿Estás loca? —jadeó, procurando calmar su respiración antes de hablar.
—Ojalá. Te aseguro que en estos momentos desearía que todo esto fuera una simple locura.
Hermes abrió los ojos, sorprendido.
—¿Quiere decir eso que ya no crees estar loca?
—Después de lo que he presenciado, creo que todo esto empieza a tener un ilógico sentido. —Hermes alzó una ceja con una sonrisa burlona curvando sus labios.
—No puedes mezclar sentido e ilógico en una misma frase —pero borró la sonrisa de inmediato—. ¿Qué ha pasado?
Ella tragó con fuerza e intentó relajarse para poder hablar, pero el esfuerzo no pareció dar resultado alguno. Así que decidió hablar de todos modos.
—Una Erinia ha aparecido cuando estaba con Zeus. Dice que el mundo llegara a su fin.
El dios se puso lívido y empezó a tartamudear cuando respondió.
—Lo-lo ha... Lo ha...
—No. No sabe nada de lo que has hecho ni de mí, pero su aparición me hace pensar que tal vez hay alguien más que intenta engañar a Zeus. —Esta vez la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que quiero decir es que es posible que lo sucedido en la guerra de Troya no haya sido un error. Puede que fuera provocado.
Hermes parecía estar a punto de vomitar. Aunque, evidentemente, los dioses no podrían hacer eso.
—Hermes —lo llamó intentando que volviera en sí—, ¿quién crees que podría querer destronar a Zeus?
Los oscuros ojos del dios parecieron recobrar la lucidez. Sus labios se movieron, dispuestos a darle algún tipo de respuesta, pero una espesa neblina los rodeó y acalló cualquier cosa que pudiera haber dicho.
Zoe sintió el brazo de Hermes, sujetándola con fuerza para evitar que se alejara demasiado de él. Intentó ver algo más allá de sus narices, pero el paisaje seguía siendo una hoja en blanco. Ni siquiera podía divisar sus manos extendidas en la niebla. Aunque sí conservaba el sentido del tacto. Apartó las manos cuando estas rozaron lo que parecía ser piel dura, fuerte y caliente. Y cuando la neblina se desvaneció por completo, pudo reconocer al propietario de esta. El miedo irracional volvió a invadirla cuando alzó los ojos para encontrarse con unos tan abrasadores y dorados como el sol.
—Tengo una extensa lista de posibles culpables. Pero en estos momentos, tú encabezas la lista, esposa mía.
Zoe repasó mentalmente la conversación que había tenido con Hermes, y empalideció al comprender lo que Zeus habría entendido. Creía que ellos eran los traidores, y que alguien se les había adelantado. Lo que no los eximía de culpa.
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Hera
Romance¿Qué pasaría si el mundo dependiera de tu capacidad por hacerte pasar por otra persona? ¿Y si además, quien debes fingir ser es ni más ni menos que una Diosa Griega?