Capítulo XXXIII

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La confusión invadió el templo de Zeus en cuestión de segundos. Todos los dioses empezaron a luchar entre sí al descubrir que uno de ellos había muerto. Y no uno cualquiera, sino la mismísima Hera. «Cuando un dios muere, una pequeña parte del mundo también lo hace y eso puede suponer un desequilibrio de la balanza. Si eso ocurriera, se desataría una guerra entre los dioses, provocando así el apocalipsis del mundo terrenal, convirtiéndose este en el campo de juego». Así estaba escrito, y ahora todos sabían por qué Gea había empezado a morir. Una diosa había muerto, y con ello una parte del mundo. Era tiempo de cambios, momento en que los dioses podían volver a luchar por el poder. Nadie era superior a nadie, ninguno de ellos gobernaba. Como había ocurrido siglos atrás, los dioses comenzaron una guerra en la que se decidiría qué papel interpretaría cada uno. Una lucha de poder.

Zeus, aprovechando la confusión del momento, cogió a Zoe por el brazo bueno y la instó a correr. Asustada, obedeció sin rechistar y dejó que la guiara hacia una puerta pequeña, donde Hermes había llevado también a Tatiana para ponerla a salvo.

Sin poder evitarlo, sus ojos se fijaron en la lucha que tenía lugar en la gran sala. Todos los dioses parecían querer combatir a muerte con otros, y entre ellos empezaron a aparecer también centauros, hijas de medusa y esclavos. Mientras observaba, se dio cuenta de que no todos habían asistido a la reunión. Ni Poseidón, ni Hades o su esposa, Perséfone, estaban allí. Solo habían acudido los dioses del Olimpo que debían haber estado presentes en el momento en que se desató la rebelión. No obstante, Zoe no dudaba que la guerra se extendería más y más con cada segundo que pasase. Del templo de Zeus pasaría a invadir todo el Olimpo, cada ser lucharía por su dios hasta la muerte. Muchos de ellos llegarían a la Tierra, o bien otros dioses pretenderían dominarla. La guerra afectaría a los humanos, los cuales verían cómo sus dioses provocaban el apocalipsis.

Y todo por su culpa.

—Tienes que marcharte —le ordenó Zeus mientras tocaba el brazo donde tenía el corte con cuidado.

Zoe dio un pequeño respingo cuando las manos callosas del dios rozaron su herida. Sin embargo, esta desapareció al instante. Lo miró asombrada y le dio las gracias con apenas voz.

Mientras Hermes desataba a su hermana e intentaba tranquilizarla, Zoe empezó a ponerse nerviosa ante los nuevos acontecimientos.

— Ha comenzado. Todo ha sido por mi culpa, tengo que...

—¡No tienes que hacer nada! Te prometí que te devolvería a tu época y eso voy a hacer.

Zoe rio y señaló lo evidente.

—¿Qué época? Cuando regrese no habrá ningún mundo al que volver. —Zeus la miró con el ceño fruncido y la instó a retroceder hasta que quedaron ocultos tras una columna.

—Voy a detenerlo. Lo hice una vez, por eso me convertí en su rey. Puedo hacerlo de nuevo. —Sin embargo, Zoe no lo veía tan claro.

—¿Y si no puedes? ¿Y si la guerra que he desatado termina con el mundo? —Zeus pareció pensarlo por un momento, pero no estaba dispuesto a arriesgar su vida por nada.

—Tengo que lograrlo. Voy a lograrlo. ¿Confías en mí? —preguntó. Ella sonrió con tristeza. Por supuesto que confiaba en él, no había nadie en el mundo en quien confiara más. Sin embargo...

—Sabes que sí, pero esto no depende de ti. Tienes que dejar que alguien te ayude por una vez. —Zeus acarició su rostro y sonrió.

—No esta vez, tenerte aquí solo me distraería. Tienes que marcharte. —Aquello logró herirla en cierto modo. A pesar del gesto cariñoso, sus palabras decían algo muy distinto.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora