Capítulo II

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Esa noche la habían pasado juntas. Le había explicado lo que sucedería de ahora en adelante. La familia que había luchado en los juzgados contra ella para quedarse con su custodia, serían ahora sus tutores legales. Aunque no se lo dijo a Tatiana, estaba claro que no confiaba en ellos. Pese a todo, Zoe le había asegurado que cuidarían de ella y podría tener todo lo que ella no había podido darle.

Tatiana se abstuvo de decir que lo único que siempre había querido era estar al lado de su hermana. Que los bienes materiales no le importaban nada en absoluto ahora que sus padres ya no estaban. Habría sido más doloroso para Zoe saberlo, porque nada podía hacer para cambiar su situación. Así que se dejó convencer de que marcharse era lo mejor para ella. Y que, pese a no vivir juntas, iría a visitarla tan seguido que sería como si no se hubiese ido jamás. Incluso bromeó diciendo que con lo poco que pasaba por casa, ahora igual le veía el pelo más que antes.

Tatiana sonrió, pero no lo tuvo demasiado claro. Esos parientes lejanos que iban a quedarse con su custodia, vivían en Reus. No estaba lejos, a un cuarto de hora en coche, más o menos, de la ciudad donde vivían. Pero eso no cambiaba el hecho de que se encontraba en otra ciudad.

Al día siguiente, cuando se encontraron delante de la casa, después de arreglar algunos detalles legales y le dieran la dirección del lugar donde vivían sus parientes, Zoe tuvo la sensación de estar metiéndose de lleno en la boca del lobo. No había razón para pensar así. Aquello no era una película de asesinos en serie ni de fenómenos paranormales. Pese a que el edificio pareciese el escenario de una de esas películas.

Quitándose esas ideas de la cabeza, miró la hoja de papel donde tenía apuntada la dirección y marcó el número en el portal.

—¿Diga? —se escuchó desde el telefonillo.

Se trataba de una voz chillona, tal vez una mujer mayor. El sonido del aparato era tan malo que no podía asegurarlo. Tatiana se aferró a su brazo en un impulso. Sabía que no había dormido en toda la noche por los nervios, y ella tampoco había podido conciliar el sueño.

—Hola. Soy Zoe Vinarós, venía por lo de...

—¡Ah, sí! Zoe, claro. ¡Pasad, pasad!

La puerta dio la señal para entrar y Zoe la empujó con cuidado. Se volvió hacia su hermana, la cual no se había movido ni un centímetro. Con un suspiro pesado, Zoe tuvo que volver atrás y arrastrar a Tatiana al interior del edificio.

—Todo irá bien. Tenía una voz agradable, ¿verdad? —intentó animar a su hermana.

Los ojos de la adolescente se clavaron en ella, dejando muy claro lo que pensaba sobre la voz de la mujer. En realidad, pensó Zoe, aquella voz podía ser muchas cosas, pero agradable no era una de ellas.

Con una sonrisa, arrastró a su hermana hasta el tercer piso, donde se encontró la puerta entreabierta de una de las casas. Pocos segundos después de abandonar el ascensor, se abrió del todo y pudo ver cómo una mujer de unos cuarenta y muchos años las recibía.

La mujer estaba un poco entrada en carnes, pero llevaba un vestido muy elegante. Al entrar, Zoe se fijó en los tirabuzones del cabello teñido de la mujer y supo que no eran naturales. La manicura era perfecta. No parecía que tuviese que hacer muchas labores del hogar. Quizás hasta tenía a alguien que se encargaba de eso. Quizás su trabajo no le dejaba tiempo para ocuparse de esas cosas. Por algún motivo, Zoe pensó en el cuento de la cenicienta. Igual querían a su hermana para que fuera su esclava o algo así.

Sacudió mentalmente la cabeza para eliminar esos pensamientos. Por mucho que le gustara pensar que había algo truculento detrás, en la vida real las cosas eran más simples de lo que parecían. No servía de nada pensar que esas personas eran el diablo encarnado. Sus padres jamás los habrían considerado una opción para cuidar de ellas si lo fueran.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora