Capítulo V

6.8K 522 22
                                    

Las luces de la ciudad empezaban a encenderse combatiendo la noche. A sus quince años, a punto de cumplir los dieciséis, Tatiana Vinarós se sentía más pequeña que nunca. Jamás había odiado tanto ser menor de edad. Si tuviera ya los dieciocho, su hermana no tendría que preocuparse tanto por su maldita custodia.

Su hermana la necesitaba. Pese a todo lo que había sufrido por salir adelante, era su única familia. Solo se tenían la una a la otra. Y odiaba tener que alejarse de ella. Sobre todo, después de lo que le había dicho al oído antes de marcharse.

¿Qué habría sucedido con el tío buenorro con el que había ido a hablar? Le había dicho que si ocurría algo extraño o se sentía amenazada llamara al 112 antes que a ella. Y Zoe no era de las que exageraban cuando algo pasaba. Tenía que tratarse de algo gordo para que le dijera algo así. De no serlo, se lo habría ocultado para que no se preocupara. Porque es lo que hacía siempre. Ocultarle las cosas importantes para que no sufriera. Tragárselas todas ella. Sola. Y eso no era bueno. No estaba bien que ella cargara con todo ese peso.

Aun así, siempre que podía, Tatiana intentaba aligerar ese peso. Por esa razón no había dejado que viese lo aterrada que estaba de quedarse con esa gente. Porque sabía que por mucho que no quisiera dejarla allí, no tenía otra opción. Aunque no dudaba que se la llevaría a la fuerza si veía lo asustada que estaba, y entonces la que tendría un problema sería Zoe. Todavía no había logrado entender cómo la habían obligado a separarla de ella, cuando lo que deberían haber hecho desde el principio era apoyarla para que pudiera quedarse a su lado. No era justo que por el simple hecho perder el trabajo la obligaran a abandonarla.

No. En realidad, sabía que esa no era la principal razón. Y eso era lo que la atormentaba. Porque había sido culpa suya. Porque se había comportado fatal en el último año. Porque había sucumbido al dolor y había perdido clases, incapaz de afrontar a toda la gente que la miraba con compasión y le preguntaban cómo estaba. ¡Como si pudiera estar bien! ¡Como si no fuera toda su vida una mierda

Odiaba ver a sus amigas. Solo Astrid, su mejor amiga desde hacía años, era la única que podía tolerar. Y, aun así, se había empezado a alejar bastante de ella. Porque Astrid conoció a sus padres, y sabía lo mucho que le dolía. En realidad, verla se los recordaba. Y aunque estaba mal y lo sabía, muchas veces ponía excusas para no quedar con ella.

Por el contrario, iba con malas compañías a causa de sus faltas en clase. Apenas iba a casa porque odiaba ver esa foto que su hermana se empeñaba en dejar en el recibidor. Y odiaba más no ser capaz de decírselo porque sabía que a ella le reconfortaba.

Tal vez era esa la razón por la que se enfadaba más a menudo con ella. Porque había cosas que la molestaban y era incapaz de decírselo. Porque sabía que si se lo decía haría un esfuerzo para complacerla. Desde que sus padres desaparecieron fue así. Cargaba con su dolor además del propio. Intentaba protegerla de todo, incluso de sí misma.

A veces deseaba no haber llorado tanto. Porque cada lágrima que ella había derramado, era una que Zoe se había llevado consigo. No la había visto derramar ni una sola lágrima. Ni siquiera en el funeral. Entonces era demasiado pequeña para entenderlo, pero ahora lo veía. Zoe había sido fuerte por ella. Porque creía que, si se derrumbaba, todo estaría perdido. Mientras ella siguiera allí, Zoe mantendría todas sus piezas unidas. ¿Qué le ocurriría ahora que ya no estaba?

Tatiana suspiró mientras se acercaba a la ventana y miraba hacia el exterior. ¿Qué estaría haciendo Zoe ahora? ¿Seguiría entera o se habría roto en mil pedazos? Lo único que sabía seguro era que, de ser así, nadie lo sabría. Estaba segura de que recogería todos sus pedazos antes de ir a verla. Y nadie vería todas las grietas que llevaba consigo.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora