Capítulo XV

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La noche había dejado que las estrellas iluminasen el inmenso cielo, adornándolo todo a su alrededor con millares de puntitos blancos centellantes. Si la puesta de sol la había fascinado, la noche le resultó mágica.

Como todos los seres mitológicos se habían reunido en la plaza principal celebrando alguna que otra cosa, pues cada día en el Olimpo era una fiesta, Zoe había decidido ir a dar una vuelta por las calles. Si tenía que ser sincera, las primeras horas habían sido muy aburridas, Hermes había estado un rato con ella dándole una clase avanzada de mitología. Las personas no estaban seguras en esa época del modo en que lo estaban en la actualidad, aunque tampoco era que fuese muy diferente. Seguía habiendo delincuentes, violadores, ladrones y demás malhechores, la única diferencia era que en esa época se le podían sumar minotauros, sirenas y alguna que otra arpía. Y no hablaba en sentido figurado. Las sirenas, según había escuchado, eran unos seres escalofriantes. Atraían a su presa con su aspecto dulce y atractivo, siempre hombres, y los atrapaban con su voz seductora. Cuando tenían a su víctima donde ellas querían, las capturaban y se alimentaban de ellas. Muchos hombres habían perecido en el mar por culpa de esos seres.

Los minotauros, mitad toro mitad hombre, aunque no solían ser agresivos, era mejor no interponerse en su camino. En su gran mayoría, elegían un lugar concreto como morada. Si alguien osaba acercarse, ya podía darse por muerto.

Y luego estaban las arpías, muy parecidas a las sirenas, la única diferencia era que en lugar de habitar en el mar se encontraban en las islas Estófades, en el mar Egeo. Su cuerpo era mitad ave mitad mujer. Podían ser tan o incluso más peligrosas que las sirenas, y eran muy hermosas. De un modo escalofriante, claro.

A cada paso que daba, sus pies se hundían deliciosamente en el suelo blando. Era una verdadera gozada. Mucho mejor que caminar sobre la arena. Delante, el basto cielo estrellado delineaba el horizonte. Ojalá su hermana pudiese ver aquello. Tatiana siempre había soñado con tener aventuras y hacer locuras. Ella había sido la que fantaseaba, la que soñaba con un príncipe azul y con ser una heroína y salvar el mundo. Zoe solo había sido la chica rebelde que tuvo que madurar de golpe cuando sus padres murieron. La que asumió la custodia de la única familia que le quedaba, y la que luchó con uñas y dientes para mantenerla a su lado. La joven que había condenado su vida y la de todos sus seres queridos por un destino que no dependía en absoluto de ella.

Sin poder evitarlo, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos mientras miraba las relucientes estrellas. Con el poco orgullo que le quedaba, se paró unos segundos en medio del camino y se frotó los brazos a pesar de no tener frío.

—Volverás a verla, Zoe.

No tuvo que girarse para saber quién había hablado.

—Tal vez. Aunque si es por Zeus, me parece que tendré suerte si después de cumplir con mi parte vuelvo a ver la luz del sol.

Hermes le tendía un pañuelo blanco, dedicándole por primera vez una mirada cálida y desinteresada. Su gesto parecía querer reconfortarla. Únicamente.

Lo aceptó con una pequeña risa triste, y enjugó sus lágrimas antes de que estas resbalaran por sus mejillas. Sin decir nada al respecto, Hermes siguió caminando, esta vez acompañado de la joven. Ninguno habló. En ocasiones, el silencio era suficiente. No lo había entendido hasta ahora, pero entonces Zoe supo por qué Hera había confiado en Hermes. Por qué lo había considerado un amigo. Hermes era el más humano de todos los dioses.

Ninguno de los seres que había conocido hasta ahora, a excepción de Ladón, había tenido en cuenta sus sentimientos. Y Ladón era un dragón, así que la había consolado por instinto. En realidad, ni ella misma se había percatado de lo que sentía. Le habían arrebatado a su hermana, había perdido su vida y la habían obligado a enfrentarse a una misión para la que no estaba preparada. Era lógico llorar. Era normal sentirse débil. Y Hermes era el único que había tenido en cuenta eso. El único que le había ofrecido un instante de paz.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora